De Guillermo Rodríguez Bernal

sábado, 13 de febrero de 2021

Recuerdos de niñez en mi barriada. Primeras notas de un día cualquiera.

Amanecía cada mañana con el despertar de la voz de mi madre desde la cocina, que nos decía que una nueva jornada nos esperaba en un nuevo día. Sentado en la mesa pegada a la pared, esperaba paciente a que subiera de la calle. Alfredo, puntualmente, paraba siempre en los mismos sitios, y allí acudían para comprar el pan y algunas magdalenas para el desayuno. A la vez que se desayunaba, en la nueva radio que trajo mi padre de quien sabe donde, se escuchaban los primeros episodios de “La saga de los Porretas”.

Era salir de mi calle, camino del colegio de arriba, y en vez de subir tantas escaleras acortábamos por un paso pegado a la cochera de los Vázquez y que daba a la parte de arriba de las escalerillas. Siempre en la cabeza las palabras de mi madre que decía que subiera por las escaleras no me fuera a caer por ahí. El recuerdo de ir al patio central del colegio y todos en fila veíamos como subían la bandera. No recuerdo cánticos como otros en su día me decían. Será que se presentía que en unos meses todo cambiaría, como así fue. Vimos en poco tiempo y en todas las aulas dos carteles con dos mensajes en los que rezaban: “Último mensaje de Franco”. “Primer mensaje del Rey”. O algo así. Era el curso 1975 – 1976. Yo estaba en cuarto de la EGB.

La señorita Consuelo nos tenía ordenados en las mesas. Según las notas que sacábamos así íbamos dispuestos. Recuerdo en las primeras filas de las primeras mesas a Miguel Ángel García, al Galea chico, a Francis…  De las chicas quien despuntaba era Mariola. Yo era corrientito. Rondaba siempre entre los primeros de la segunda fila, aunque una vez recuerdo de haber llegado a estar el último de la primera. Mi amigo Alfonso de Diego y yo sacábamos las mismas notas. Todo el año sentados uno al lado del otro. En el recreo, era tiempo de jugar al látigo o al cielovoy, cuando no, te sacabas del bolsillo el taco de estampas (cromos fueron después) y se formaban corrillo mientras con una habilidad especial se pasaban unas tras otras y detectábamos rápido aquella que no teníamos.

Salir del cole y después de comer aquella parte alta de la escalerilla, era un hervidero de niños jugando. Era normal que hubiese partidillo, de aquellos de porterías con montones de piedra. Los que éramos menos habilidosos con las piernas, nos dedicábamos a la lima. Rápidamente se hacía aquel cuadrado con los siete números y a saltar a cojito lo mejor que podíamos. Eso sí, siempre que se clavara la lima y no se cayera. Entonces la tierra era mas blanda. No era sitio de bolas (canicas fueron después). Las bolas se jugaban mejor en la tierra de la que ahora es Juan Ramón Jiménez. En la parte de arriba, que también era de tierra.

La recogida estaba clara. “Cuando se empiecen a encender las luces, de vuelta a casa”, era el pregón diario de mi madre, antes de la partida de por la tarde.

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