De Guillermo Rodríguez Bernal

lunes, 15 de febrero de 2021

Recuerdo de niñez en mi barriada. Mi trozo de calle San Sebastián. Sus gentes.

San Sebastián C.F.
Despierto la otra mañana con un sueño que me traía tranquilidad a ese espíritu que tan alterado tenemos en esta época que estamos viviendo. La magia de los sueños, en muchas ocasiones, hace que vuelvas atrás en el tiempo y mitiga esos dolores que dejaron las personas que ya se fueron al volver a tenerlas cerca. Encuentros sin traumas, sin dolor, casi pasando desapercibidas las penas que se pasaron por ellos cuando partieron. Como si nunca se hubieran ido y hayan continuado con nosotros por siempre.

sábado, 13 de febrero de 2021

Recuerdos de niñez en mi barriada. La hermandad en Coca.

Hace tiempo que no escribía cosas por aquí de esos tiempos de la Coca de mi niñez. La verdad es que se acaba el repertorio y, para escribir algo meritorio de las personas que nos leen, no quería hablaros de cualquier cosa. Para decidirme, se han juntado los sentimientos de dos amigos que han provocado que se encendiera esa bombilla que me hiciera arrancar. Por un lado, mi última caminata con José Manuel R. Baños, amistad que siempre despierta admiración entre amigos y compañeros de trabajo por ser tan cercana y de casi 50 años juntos, difícil de entender para muchos en los tiempos que vivimos. Por el otro, el acertado comentario de alguien muy cercano a todos nosotros por estos foros y en la barriada. Persona con la que antes apenas he tenido trato, pero que estos medios me  ha hecho tenerle un aprecio muy especial, por esas aficiones suyas tan afines a las de mi padre. Hace unos días, con su buen hablar me decía: “Creo que hemos tenido la suerte de nacer y crecer en un barrio que en un momento fue una casa grande de todos, y se conoce y quiere a todo el mundo de aquella época. Más que vecinos eran titos y titas de todos.” Sabias palabras de un hombre inteligente y buen amigo.

Recuerdos de niñez en mi barriada. Octavo de la EGB.

Por dos veces tuve que hacer octavo de la EGB a primero de aquellos años ochenta. El no tener la edad reglamentaria para entrar en el bachillerato y algo perrete en los estudios, me hicieron repetir curso, teniendo la oportunidad de conocer una nueva generación de compañeros y algún que otro cambio en los profesores. Confundo a estos últimos y no los logro ubicar según que años, pero si que me acuerdo de todos ellos.

Recuerdos de niñez en mi barriada. Nos vamos al cole.

Sería complicado recordar o hacer un cálculo de cuando comencé con mis obligaciones escolares. Lo único que puedo recordar eran unas escaleras por donde subía cada mañana, en aquel lugar de la calle Ben-Alkama al lado del polvero, una especie de aula con patio pegado donde corríamos como locos y mi primera maestra, Mari, vecina de siempre del barrio y a la que en casa se tenía esa denominación de “la amiguilla”. La verdad es que sólo tengo flashes de lo que fueron aquellos días sin poder aportar ningún sentimiento ni mas memoria de aquel inicio.

Recuedos de niñez en mi barriada. Aquella televisión de entonces.

Aquella tarde de un soleado sábado de mediados de abril, estaba mi madre entretenida haciendo crochet aprovechando la luz al ser los días más largos. La media viena con aceite y azúcar la tenía sobre el poyete de la cocina y la recogía camino de la calle, donde esperaba encontrarme con mis amigos. Mi padre, en el patio, arreglaba las jaulas de los canarios y los lúganos. Aquel año consiguió una canaria blanca y la puso con el canario que más cantaba en casa. Soñaba con pichones albinos que tuvieran el trino del macho. La banda sonora partía del radio casette con alguna cinta de Antonio Mairena o Manolo Caracol. Mi hermana, en su cuarto, no dejaba de peinar a la Nancy haciendo de madre por un momento.

Recuerdos de niñez en mi barriada. Paseo veraniego.

Como escribí hace unos meses, hoy vuelvo a ser el niño de unos doce años callado y observador. Decido volver a dar un paseo por mi barriada y coincido con mi padre a la salida de casa. Es por la tarde y el verano no está siendo demasiado caluroso. Mi padre sale con una carpeta azul de gomillas bajo el brazo. Dice que tardará un rato. Es el secretario de la APA y quería dejar cerrado unos temas con el presidente de la asociación. Lo acompaño hasta el pozo de mi calle, la calle San Sebastián. Antes de llegar a la esquina, Angelines sale de su casa corriendo. Me pregunta por mi hermana, si estaba en casa. Asiento y se va hacía ella. Loli se asoma por la ventana y nos saluda, mientras Chari, la última de las tres hermanas, se queda con las ganas de meterse conmigo al ir acompañado de mi padre.

Recuerdos de niñez en mi barriada. Olores de Coca.

Como los últimos brochazos que se le dan a un cuadro terminado, se me vienen a la memoria pinceladas de lo que fue mi niñez y juventud en Coca. Pequeños detalles que no montan una historia completa, pero que juntos forma parte de lo vivido en nuestra barriada.

Recuerdos de colores rojo y anaranjado, de las colas de los zapateros posados en las margaritas del olivar. Muchas tardes detrás de ellos, para cazarlos, mostrarlos como un trofeo y volverlos a soltar.

Recuerdos de niñez en mi barriada. Banco di Coca.

El padre de mi amigo José Manuel, Pepe, vivía en Castilleja antes de casarse y venirse a Coca. Entre sus amistades en nuestro pueblo vecino, tenía una familia que venía muy a menudo de visita a su casa. El hijo de esta familia, casualmente también se llamaba José Manuel e hizo buenas migas con nosotros, con esa facilidad que sólo tienen los chiquillos para congeniar rápidamente. Sería sobre el año ’81 o el ‘82, lo recuerdo porque ya íbamos a Camas al instituto, nos invitó un día a jugar al tenis. Solían pedir permiso a las monjas del convento y teníamos las canchas para nosotros. Fuimos un par de veces a jugar y fue, en esta segunda vez, cuando nos dijeron que la próxima vez se traerían una pelota de baloncesto y jugaríamos allí mismo en lugar de hacerlo al tenis.

Recuerdos de niñez en mi barrida. Voy a dar una vuelta.

Me imagino siendo todavía niño. No llegaré a los diez, aunque a lo largo de estas letras, iré pasando a los ocho, a los quince, a los veinte y volveré a los diez, dependiendo de quien me vaya encontrando. Bajo los escalones de mi casa en la calle San Sebastián. Es un día verano, como el de hoy. Amparo, Amparito, está en la calle y me da un abrazo. Siempre me dice cosas bonitas, me quiere mucho. Marisol está en la puerta, apoyada sobre el quicio, y sonríe mientras fuma un cigarrillo. Los niños ya están en la calle. José Manuel, Paco, Rafa, Tere, Santi, Mari Gracia, Ramón, Ricardo “el catalán”, Juanda, la Charini y María José. Quisco y Juani Prada, todavía está con ellos, pero algo me dice que se irán de la calle de aquí a nada. Están planeando que jugar hoy, pero yo prefiero caminar por la barriada.

Recuerdo de niñez en mi barriada. Casas convertidas en negocios.

Creo que ha sido un placer para todo el mundo ver este homenaje brindado a nuestro Juanito de la farmacia. No voy a escribir nada, porque sería redundar en todo lo que todos, con vuestro cariño, ya le habéis expresado con vuestros sentimientos hacia él. No tiene el mayor sentido volver otra vez a repetir lo mismo y quizás peor expresado. Con todo esto, vengo a referirme a otros servicios que siempre tuvimos en nuestra barriada de atención 365 días al año. Nuestras grandes tiendas, como es de recibo cerraban a determinadas horas, para continuar con su labor sin descanso el resto del año. Pero que podemos decir de esos quioscos repartidos por todas las calles de nuestro barrio. Casas particulares, convertidas en negocio a las que se acudía como cuando nos hacía falta unas papas y un poco de aceite de nuestros vecinos de al lado.

Recuerdo de niñez en mi barriada. Nuestros límites.

Venía esta tarde en un atasco de viernes saliendo de trabajar. Al estar la SE30 atascada, y después de soportar el 5º centenario, tiré por el Manchón para salir a la Pañoleta. Normalmente, cojo la autopista que me lleva a Castilleja, pero esa atracción hacia mi barriada, que sufro últimamente al leer a mis vecinos, me hizo subir por nuestra cuesta del caracol. La zarza de nuestro estadio de fútbol ha taponado por completo la salida que teníamos por los colegios. Al verla me hizo recordar aquellos límites, que teníamos de niño dentro de Coca.

Recuerdos de niñez en mi barriada. Días de colegio.

El terminar de aquel verano, nos traería a muchos de nosotros algo importante en nuestras vidas. Dejábamos el colegio “de la escalerilla”, donde conseguimos ser los reyes del patio, y pasábamos al colegio “de abajo”. Nos empezábamos a hacer mayores y muchos cambios nos esperaban, en los próximos cuatro años, de los que no éramos conscientes. Desde la calle San Sebastián, cogíamos la escalera para bajar a Pio XII, después la rampa para Ben Alkama y por último bajar esa larga calle que nos llevaba al colegio. Confluíamos en nuestro caminar, con el resto de los compañeros, con los que compartíamos clase.

Recuerdos de niñez en mi barriada. Aquellos mayores que nosotros.

Apostado en la puerta de mi casa, en la calle Inés Rosales de Castilleja de la Cuesta, esperaba a Isabel que volviera de unos recados. Iríamos a Airesur a comprar un capricho de mi hija. Mientras esperaba, salía de la óptica de Melchor un tipo de cara y aspectos conocidos. Caminaba como pensando en algo y un poco abstraído. Lo reconocí como a Rafa Moraza, pero no estaba seguro, hacía mucho tiempo que no lo veía, a excepción de su foto en facebook. Por dos veces pasó delante de mí sin que me conociera. Era algo parecido a lo que nos pasaba de pequeños en Coca, aunque Javi Castro me dice que yo siempre fui grande. Los mayores a nosotros, eran reconocidos por nosotros con normalidad, mientras que para ellos pasábamos desapercibidos. Los grupos de amigos por edades era lo normal, y supongo que lo lógico.

Recuerdos de niñez en mi barriada. Primeras notas de un día cualquiera.

Amanecía cada mañana con el despertar de la voz de mi madre desde la cocina, que nos decía que una nueva jornada nos esperaba en un nuevo día. Sentado en la mesa pegada a la pared, esperaba paciente a que subiera de la calle. Alfredo, puntualmente, paraba siempre en los mismos sitios, y allí acudían para comprar el pan y algunas magdalenas para el desayuno. A la vez que se desayunaba, en la nueva radio que trajo mi padre de quien sabe donde, se escuchaban los primeros episodios de “La saga de los Porretas”.