De Guillermo Rodríguez Bernal

sábado, 22 de marzo de 2008

O Cebreiro.

Valcarcel
Iglesia de San Juan en Valcarcel
A José Manuel, por como es, se le pueden dar multitud de definiciones. Hay una en la que coincidiríamos muchos de los amigos que lo conocemos. Fortaleza física y espíritu de sacrificio. La primera gracias a su constitución y el deporte que ha hecho durante toda su vida. La segunda por la capacidad de soportar, hasta límites insospechados, cualquier tipo de dolencia, sin chistar.
La única vez que he llegado corriendo a un albergue, fue al municipal de Villafranca del Bierzo. Deje mi mochila y le dije a la hospitalera que volvía a recoger a mi amigo que venía mal. Cogí la suya y nos fuimos despacito hasta el albergue. De reojo miraba el del Jato, pero aquel día hubiera pedido una suite en un hotel de cinco estrellas. Era apoyar el pie en el suelo y se encogía de dolor. Estaba muy mal y nunca lo había visto así. Ya en el albergue, tanto la pareja salmantina con la que coincidíamos, como Colen, un escocés un poco raro, no veíamos nada en su pie. Era cosa de tendones y eso necesita reposo.

jueves, 20 de marzo de 2008

Molinaseca.

Camino de Foncebadón
Bastante fresca se levantó la mañana de aquel jueves santo en el albergue “El Pilar” de Rabanal del Camino. Todavía de noche, Isabel ya estaba preparando sus cosas para despedir a los peregrinos. Le pedimos que nos preparara dos colocaos calentitos y en seguida los tuvimos en aquella mesa pegada a la chimenea. “No es nada, sevillanos, abrigaos que hoy hace bastante frío”, nos dijo al intentar pagarle nuestro pre-desayuno y siguiendo con sus cosas arriba y abajo. Nos despedimos dándole un beso para ella y para su madre, que tan bien se portó con nosotros el tiempo que estuvimos allí.

miércoles, 19 de marzo de 2008

Rabanal del Camino.

Astorga
Palacio Episcopal de Astorga e inicio de nuestro caminar
Partía aquel autobús de la estación de Astorga a las diez y media de la mañana y allí dejaban a dos peregrinos nuevos en estas lides. Las mochilas en un banco y quedaba poner en práctica los meses de preparación previos a ese momento. Con unas cuerdas de cáñamo fijamos las vieras a los cinturones del pantalón, cargamos las mochilas sobre los hombros, ajustamos los bastones a la altura justa y levantamos la mirada para ver por dónde empezar. El Palacio Episcopal fue el faro que nos alumbró y el guía que nos hizo encontrar esa primera flecha amarilla que nos llevaría a Santiago. Aquél posible miedo a lo que tenía que venir desaparece y da paso a la ilusión y la inocente curiosidad de lo que quedaba por descubrir, en aquella aventura que iniciábamos ese miércoles santo. A una pareja de peregrinos (Marisol y Luis), que vinieron con nosotros en el autobús, lo vimos entrar en la catedral. Nosotros teníamos muchas ganas de camino como para eso y empezamos a seguir flechas como locos, montando una fiesta con cada una de ellas que salían a nuestro paso. A las afueras de nuestro municipio maragato, un bar nos provee de agua y a partir de ahí alargar el paso y salir deseando tener tierra bajo nuestros pies.