De Guillermo Rodríguez Bernal

jueves, 20 de marzo de 2008

Molinaseca.

Camino de Foncebadón
Bastante fresca se levantó la mañana de aquel jueves santo en el albergue “El Pilar” de Rabanal del Camino. Todavía de noche, Isabel ya estaba preparando sus cosas para despedir a los peregrinos. Le pedimos que nos preparara dos colocaos calentitos y en seguida los tuvimos en aquella mesa pegada a la chimenea. “No es nada, sevillanos, abrigaos que hoy hace bastante frío”, nos dijo al intentar pagarle nuestro pre-desayuno y siguiendo con sus cosas arriba y abajo. Nos despedimos dándole un beso para ella y para su madre, que tan bien se portó con nosotros el tiempo que estuvimos allí.
Fuente en el Camino
Fuente en el Camino
Y sí que estaba fría la mañana. Ya amanecido, el verde del campo tomaba un color claro al tener el rocío congelado en sus hojas y las montañas al fondo tenían sus copas repletas de nieve. Los dos solos, nos entreteníamos rompiendo con el bastón el hielo que se formaba en los charcos camino de Foncebadón. Al llegar, la bienvenida de ese pueblo medio abandonado y derruido por la dejadez del abandono. Estaba todo cerrado, era demasiado temprano, a excepción de una puerta entreabierta con un perro en la puerta. Era un albergue. Pasamos dentro para tomar un desayuno. Nos recibió el hospitalero en aquel lugar cargado de misticismo. Sándalo, música hindú y adornos en las paredes hacía del lugar un sitio mágico. Leche caliente con galletas y un par de plátanos para cada uno, para después, a buen precio.
Cruz de Ferro
Cruz de Ferro
Majarín
Albergue de Tomás en Manjarín
Nuestro siguiente punto sería llegar a la cruz de ferro. Ya tenía ganas de desprenderme de aquella piedra que con mi hija buscamos en Coca para dejarla allí. Pedrusco de casi un kilo que alivió mi mochila, junto con otras dos más pequeñas, que compañeras del trabajo me pidieron que las dejara allí también. Cumplido el trámite, la foto de rigor arriba del montículo, que nos hicieron unos ciclistas que hacían el trayecto y que no llevaban las alforjas típicas de los bicigrinos. Luego, la bajada a Manjarín y a conocer al famoso tío Tomas. Por allí andurreaba de charlas con peregrinos este autollamado último Templario. Después de saber que nos quedaban 222 kilómetros para Santiago, continuamos nuestro descenso hacía El Acebo. Envidia de cómo las bicis bajaban a gran velocidad, tanto por la carretera como por el mismo Camino.
El Acebo
Bajando al Acebo
Nuestro Camino empezaba a tener más tránsito de peregrinos. Sobresalía entre todos un joven coreano de unos 20 años. Bajaba, como si lo persiguieran, corriendo y saltando a gritos de “yuhu” por aquella pendiente tan escarpada que ponía a prueba los gemelos en todo momento. No sabemos como pudo llegar al pueblo sin un tropezón o un resbalón. Ya estábamos en El Bierzo. En El Acebo mucho ambiente y mientras algunos tomaban sus barritas energéticas y sus bebidas energizantes, nosotros dimos cuenta de aquellos plátanos que llevábamos en la mochila con un buen trago de agua fresca. Tomando nuestro aperitivo, encontrarnos con aquellos ciclistas que nos fotografiaron en la cruz de ferro. Ya estaban duchados y con sus bicis en una especie de microbús donde la familia viajaba de forma más cómoda. Buen rato de charla y deseos de buen Camino. Luego, pasear por su calle principal hasta que nos despedimos dejando atrás a la iglesia de San Miguel.
Camino a Molinaseca
Camino a Molinaseca
Camino de Riego de Ambrós, dos de los tres peregrinos que trabajaban en el ayuntamiento de Bilbao, estaban sentados en la cuneta de la carretera. Según nos contaban hubo enfado con la tercera compañera y se separaron. Cogiendo después el camino de tierra, el pastor de un grupo de ovejas nos pide que avisemos a su mujer en el pueblo. “Decidle que se venga con la furgoneta, que una de las ovejas a parido”, nos decía el hombre. Acércanos a la casa donde nos indicó y la sorpresa de una niña de unos ocho años que avisaba a su madre de que dos peregrinos preguntaban por ella en la puerta. Dado el aviso, continuar por aquel pedregoso camino hacía Molinaseca. Antes de salir, encontrarnos con aquella compañera que dejaba el grupo de funcionarios locales. Después del desahogo de la muchacha sobre la aptitud de sus compañeros la llegada a Molinaseca. Primero su puente y luego esa calle principal que atravesaba la localidad. El albergue municipal estaba cerrado, con lo que nos fuimos al privado unos metros antes.
Molinaseca
Molinaseca
Después de una ducha caliente, una buena comida, el lavado de la ropa y una tarde magnífica de tertulia en el porche del albergue, aprovechando lo que quedaba de sol para calentarnos, nos fuimos a cenar algo por el pueblo. “Cuidado con las limonás, peregrinos. Hay que tomarlas para “matar judios”. Que cosa más rara. En el primer bar de turno unas cervecitas con un pincho, obsequio de la casa. El cartel de “tenemos limoná” colgado en la pared. La verdad es que tanto a mi amigo José Manuel como a mi, no nos apetecía tomar limonada por mucha tradición que tuviera por allí degustarla en esas fechas, entendiéndolas como zumo de limón. Hasta que llegó un grupo de chavales pidiendo limoná para todo el mundo. Era una especie de sangría servida en un vaso chato de vino. Visto y hecho. Cayeron tantas limonás como bares había abiertos, que eran bastantes. Limonás de vino tinto y de vino blanco nos hizo llegar al albergue más felices de lo que entramos en el pueblo aquella noche de jueves santo. ¡Que bien dormimos!
De limonás
Semana Santa en Molinaseca y sus limonás

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