De Guillermo Rodríguez Bernal

sábado, 4 de diciembre de 2010

Cómo conocí el Camino.

La clausura de la Expo del año 1992 en Sevilla, abría la puerta a dos acontecimientos culturares importantes para el año siguiente.

La muestra internacional, cultural y deportiva del ’92, con la Expo y las olimpiadas de Barcelona, tenían su continuidad en Cartuja ’93, mucho menos relevante, y en algo de lo que nunca había oído hablar hasta entonces. Un año Xacobeo. Curro, nuestra mascota entonces, daba el relevo a Pelegrín. Sabía del Camino de Santiago. La idea era la de cumplir un trayecto caminando desde el pirineo francés hasta la misma Catedral de Santiago de Compostela. La gente está loca. Quien puede dedicarse a caminar durante tanto tiempo.
Agustín López, compañero de trabajo a finales de los noventa, y buen amigo, es ciclista desde que lo conozco. Es miembro de esta red social. Al igual que yo, un enamorado de la sierra y del caminar o bicicletear por nuestras queridas sierra norte de Sevilla, serranía de Huelva y las sierras de Cádiz y de Málaga. Y no digamos de las rutas por Asturias, Cantabria y el Pirineo aragonés y catalán. Continuos intercambios de rutas y de caminos los que teníamos entonces, para disfrutar de la fuerza de la naturaleza bajo nuestros pies.

“Guille, he estado hablando con mi compadre. Nos vamos a hacer el Camino de Santiago”, me decía mi amigo entre hueco y hueco en el trabajo.
“Quillo, pero eso es desde Francia, te vas a cruzar España entera. ¿Tienes tiempo para eso?”
“Lo voy a hacer en bicicleta. Hemos consultado y está todo muy bien señalizado”
“Pero, ¿se puede hacer en bici, Agustín?”
“Claro que sí, a ver que me encuentro”

Viví mi primer sentimiento en el Camino con el relato diario de sus preparativos, sus ilusiones, sus ganas y su ímpetu contando los días que restaban para la partida. Algo que ya sabemos de lo que se trata, todos los que leemos estas páginas. Y su vuelta no podía ser de otra manera. Con ese brillo en los ojos, que tan bien describe nuestro Armand, y con fotos y vivencias, que escuchaba con atención y admiración por la hazaña conseguida.

“Joder, tío, eres fenómeno. Cuéntame. ¿Ha sido duro?. Te habrá tocado subir el puerto de Pajares, ¿no?. Está por allí”
“Ha sido duro, pero no te puedes imaginar como es. Eso tienes que estar allí y sentirlo. El puerto de Pajares no lo subes, pero te puedo hablar de subidas increíbles. El que se pasa por allí es el de O’Cebreiro, no te lo puedes imaginar”
“¿Y las sendas son amplias para la bici, podías ir bien?”
“Combinábamos caminos y carretera”

Sus fotos eran una maravilla, pero claro, tantos kilómetros… Tenía que ser en bici. Todo se quedo aparcado en un huequecito de mi pensamiento, hasta que apareció otro compañero. Paco Giráldez me llamó. Destinaba parte de sus vacaciones en julio para hacer el Camino de Santiago.

“Pero Paco, son 900 kilómetros. ¿Te acuerdas de Agustín? Él lo hizo pero en bici”
“No hace falta hacerlo entero, nosotros partimos desde Astorga y esperamos llegar a Santiago en unos diez días”
“¿Pero eso, se puede hacer?. No tienes que hacerlo entero”
“Pues mira, si lo haces andando vale con que hagas 100 kms.”

Nuevamente, me inundo de ese sentimiento e ilusión, en la preparación de esos magníficos días que pensaba hacer. A diario lo llamaba y le preguntaba. Ya estaba metido ese gusanillo en el cuerpo y sabía que tarde o temprano acabaría en él. La mala fortuna hizo que ya en la primera etapa llegara con los pies destrozados al albergue de Pilar en Rabanal. No consiguió más que llegar a Ponferrada, con los pies en carne viva. Los médicos aconsejaron que se volviera.

Rondaba el mes de septiembre de aquel mismo año, y cenaba con mi amigo del alma José Manuel. “Escuchame, tengo en la mente algo que no se me quita de la cabeza. Te gustaría hacer el Camino de Santiago”. El echo de conocerlo desde niño hizo que no se me escapara ese gesto de sorpresa, ilusión y ganas de emprender una nueva aventura juntos. Antes que respondiera, le comenté: “Ya sabes como soy, lo tengo todo mirado. Sería desde Astorga. Tengo el autobús que nos llevaría hasta el mismo inicio, albergues, las rutas marcadas, está todo hecho. Solo falta que nos compremos todos los habíos y salgamos pitando”. La madrugada de una noche de marzo, un autobús nos dejó en la estación de Astorga, a los pies del impresionante Gaudí. Toda la noche en autobús no quitó la ilusión de empezar a caminar en ese mismo momento. Teníamos que buscar donde estaba el Camino que nos llevaba a Santiago. Justo detrás de la catedral vimos la primera indicación y comenzamos a caminar. Empezo la locura.


Dedicado, con todo mi cariño, a estos dos grandes amigos: Agustín López y Francisco Giráldez.