De Guillermo Rodríguez Bernal

sábado, 22 de marzo de 2008

O Cebreiro.

Valcarcel
Iglesia de San Juan en Valcarcel
A José Manuel, por como es, se le pueden dar multitud de definiciones. Hay una en la que coincidiríamos muchos de los amigos que lo conocemos. Fortaleza física y espíritu de sacrificio. La primera gracias a su constitución y el deporte que ha hecho durante toda su vida. La segunda por la capacidad de soportar, hasta límites insospechados, cualquier tipo de dolencia, sin chistar.
La única vez que he llegado corriendo a un albergue, fue al municipal de Villafranca del Bierzo. Deje mi mochila y le dije a la hospitalera que volvía a recoger a mi amigo que venía mal. Cogí la suya y nos fuimos despacito hasta el albergue. De reojo miraba el del Jato, pero aquel día hubiera pedido una suite en un hotel de cinco estrellas. Era apoyar el pie en el suelo y se encogía de dolor. Estaba muy mal y nunca lo había visto así. Ya en el albergue, tanto la pareja salmantina con la que coincidíamos, como Colen, un escocés un poco raro, no veíamos nada en su pie. Era cosa de tendones y eso necesita reposo.
Hospital
Hospital
El tiempo nos respetó desde que salimos días atrás de Astorga. Aquella tarde comenzó la llover. Lluvia que nos acompaño hasta el mismo Santiago. Por la mañana traté de vendar su pie con el mimo que se lo haría a mi hija. Tenía a mi amigo hundido. Mañana gris y lluviosa en la que nos enfundamos nuestros capotes y comenzamos a caminar. Íbamos despacio. No importaba. Donde llegáramos. A la salida del pueblo, vimos como un bar que parecía abierto. Nos acercamos y creo que no era ni bar. Allí se despidió de mí deseándome Buen Camino. Si el me lo decía, era porque no podía. No cabía insistir. Partí con la cabeza baja y sin mirar atrás. Tenía que llegar a O’Cebreiro lo antes posible.
Subiendo a O Cebreiro
Subiendo a O Cebreiro
El caminar feo y monótono por carretera, protegido continuamente por los bloques de cemento, la ducha de los camiones que a su pasar limpiaban el asfalto de agua y los desvíos inhumanos para pasar por determinados pueblos, terminando otra vez en la odiada carretera, hasta llegar a Las Herrerías. Dos horas antes, en el desayuno, la señora del bar me dijo que no fuera hoy a O’Cebreiro, que se esperaba tormenta y por allí todo estaba mal. Solo asentí.
Tanto en el bar como cruzando Las Herrerías llamé a José Manuel. Yo me encontraba muy bien, a pesar de lo ligero que iba. Daba ánimos al compañero de Caminos y le comentaba que nos veíamos arriba, y que mañana ya estaría bien para caminar. A todo esto, me cruzaba bastantes veces con Colen el escocés. Tarde cuatro horas en llegar allí. Todo iba como se tenía previsto. Ahora comenzaba la pendiente.
Monte de Fontán
Monte de Fontán
Mi primer contacto con la nieve lo tuve con un coche que bajaba de la montaña. Capó y techo con una cuarta de nieve. “Habrá estado aparcado toda la noche y el hombre no se lo habrá quitado”. La lluvia se hacía cada vez mas fina, hasta que llegó el momento que se convirtió en nieve. La cuesta empezaba a pesar, sabía que era la recta final y me lo tenía que tomar con tranquilidad. Cuando empezaba a perder un poco el aliento paraba para recuperar. El aire empezó a soplar con fuerza, haciendo que la nieve cayera en horizontal. Venía en contra con lo que me tenía que proteger la cara por el dolor que me producía cuando me daba. Estaba empapado de toda la jornada lloviendo y el frío empezaba a ser mayor. Mis paradas eran cada vez a menos distancia unas de otra. No respiraba bien, pero si me paraba me entraba frío. Me encontraba con problemas y sólo. Colen tomó la delantera y lo perdí. El móvil no tenía cobertura. Lo apagué. Estaba tan mal y en un lugar tan infernal, que no podría atenderlo si alguien me llamaba. Y menos dar sensación de agotamiento a la persona que me esperaba arriba. Para él tenía que ir todo bien, demasiado tenía ya con su preocupación. Fue ese el único momento, en todos mis Caminos, en el que me pregunté eso de “que coño hago yo aquí”, “porque no estoy en Sevilla y no con esta locura”. Sabía que tenía que tener cerca La Faba, pero mi velocidad era muy lenta y mis paradas incalculables. Miraba para atrás buscando donde fue la última vez que me paré y no había mas de diez metros. Así no llegaría. Durante un momento se apacigua un poco el viento y ya veía La Faba.
Entre la Laguna y Cebreiro
Entre la Laguna y Cebreiro
Entre en un bar exhausto. Antes de hacerlo, vi a lo lejos la silueta de Colen. Había pasado por lo mismo y estaba esperando verme. Le salude, mostrándole el pulgar, en señal de que estaba bien, y continuó su camino. Había dos ciclistas en la chimenea y me senté un rato junto a ellos para recuperar temperatura. Un acuarios, un zumo y algún dulce. “Quédate por aquí”, “no puedo tengo que llegar a O’Cebreiro”, “La tormenta seguirá”, “y yo también”. La señora del establecimiento meneaba su cabeza sin llegar a entenderlo. “Mira, ha dejado de nevar y no hace tanto viento, aprovecha y que tengas buen camino”. Interminables los kilómetros hasta arriba. Volvió la nieve y el viento. Este último ya me meneaba de un lado a otro a su gusto. Llegué arriba y se acabó todo. Cerca de cuatro horas desde Las Herrerías. Un grupo de niños jugaban con la nieve haciendo figuras. Pensé la impresión que podía causar. El albergue estaba anegado de nieve.
O Cebreiro
O Cebreiro
Intenté abrir la puerta de abajo y no podía. Un peregrino forzó la puerta desde dentro viendo el estado en que venía. Cuando fui a sellar, la hospitalera me riñe por haber entrado por abajo en vez de utilizar la puerta de arriba. Le dije que las cuestas, por hoy las había subido todas. José Manuel no estaba en el albergue. Todas las camas de abajo estaban ocupadas. Las dichosas fundas no conseguía ponerlas en el colchón. Pedro, un profesor de informática de Valencia, me miraba con asombro. Momentos después, me comentaba: “Lo que no entendía, era que viéndote como venías insistieras en ponerla la mierda de fundita al colchón”. Él había subido una hora antes y el termómetro de su bici marcaba ocho grados bajo cero (Me hubiera gustado haberle visto en Valencia). En ese momento apareció mi amigo. Traía la cara blanca. “Willi, te he estado llamando al móvil”. Ni me acorde del aparatito. “Quillo Negro, que mal lo he pasado, por poco me muero”. Sufrimiento compartido con mi amigo JOSE MANUEL, que vale su peso en oro. A partir de aquí fue otro el Camino. ¿Verdad Negro?

O Cebreiro
Colen, Pedro, José Manuel y yo en lo mejor del día

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