De Guillermo Rodríguez Bernal

sábado, 13 de febrero de 2021

Recuerdos de niñez en mi barrida. Voy a dar una vuelta.

Me imagino siendo todavía niño. No llegaré a los diez, aunque a lo largo de estas letras, iré pasando a los ocho, a los quince, a los veinte y volveré a los diez, dependiendo de quien me vaya encontrando. Bajo los escalones de mi casa en la calle San Sebastián. Es un día verano, como el de hoy. Amparo, Amparito, está en la calle y me da un abrazo. Siempre me dice cosas bonitas, me quiere mucho. Marisol está en la puerta, apoyada sobre el quicio, y sonríe mientras fuma un cigarrillo. Los niños ya están en la calle. José Manuel, Paco, Rafa, Tere, Santi, Mari Gracia, Ramón, Ricardo “el catalán”, Juanda, la Charini y María José. Quisco y Juani Prada, todavía está con ellos, pero algo me dice que se irán de la calle de aquí a nada. Están planeando que jugar hoy, pero yo prefiero caminar por la barriada.

Bajo por las escaleras a Pío XII y veo a Pepe Bernal recibiendo y abriéndole la puerta a su hijo. Lourdes vive en la esquina y me saluda con esa sonrisa suya. De espaldas veo a Joaquín Escamilla, Pablo Caballero y Martín, como se van para casa, mientras Pepe Caballero mira a los tres niños como se despiden. Paso a Ben Alkama por el pasaje en rampa que une las dos calles. José Luis Méndez va vestido como portero del Coca, cierra la cancela de su casa y se va a entrenar. Igualmente veo a Javi y a Jesús Castro, que van a lo mismo. Paso desapercibido, apenas me conocen. Giro a la izquierda. Otro grupo de niños juegan en la calle, su calle. Entre ellas destaca, como destaco entre mis amigos por larguirucho, Encarni Lobo. Cuando llego al cruce me encuentro con Juan Carlos Sánchez y Carlos Caro. Tienen una alcantarilla abierta y juegan a los tanques metidos dentro de ella. De vuelta de su faena, Joaquín “el ciego” acompañado de uno de sus nietos y Pepe “el chucherías” vocifera a los vecinos para que compren el periódico. Va cargado de ellos y se recorrerá toda la barriada haciendo reír a la gente con la que se cruza.

Subo corriendo las escaleras y rápidamente empiezo a escuchar los sonidos de los dos futbolines del quiosco. Siempre hay gente jugando o mirando. Tiro para la plaza. Antes de llegar tres veteranos con sus paseos: Eleuterio, Manolito Baños y Álvarez. Levanto la mano de lejos, saludo al abuelo de José Manuel y Paco, y me devuelven el saludo. En la plaza, varios niños juegan una defensiva. Son los bancos los que sirven de portería, mientras que sólo, en un banco, comiendo pipas, se encuentra Migue, el hijo de Fernando de la panadería, que está deseando ser mayor para poder jugar también. En otro banco, Elena y Noelia Bermúdez hablan de sus cosas. En otros tiempos, Paco el del bar, junto con Antonio, estarían colocando las mesas y las sillas sobre la tierra de la plaza, para cuando vinieran los vecinos a disfrutar de sus tapas. Mientras Paco Tovar, mira la labor, sentado en el mostrador del bar y Angeles Tovar mira para arriba viéndolo allí tan alto. Tirando para la parada Manolito Polo baja los escalones de la calle Comercio, Jesuli está sentado dentro de esos rombos colocados a ambos lados de los arcos que dan a nuestro mercado de abastos particular, y su hermano Javier, sentado en el poyete de su casa, miraba una revista de motos con mucho interés. Antes de llegar a la parada, Enrique preparando su taxi y dejándolo reluciente. Siempre me pregunta por mis padres y mi hermana. Al llegar, en aquellos bancos de madera y el tejadillo, con que nos obsequiaron a la barriada un grupo de vecinos que se autodenominaron “El Pozo de los Chiflados”, un señor me saluda de lejos. “Adiós, paisano”, a lo que le contesto con lo mismo “Adiós, paisano”. Nunca supe como se llamaba, era “El paisano”. Esperando el autobús a Sevilla, Rafa Moraza. También paso inadvertido para él. Viniendo andando de Castilleja, venía “El Palio”, a ver en que lío se metería ahora con los coqueros. Comienzo a subir la cuesta de Tierno Galván y a unos metros, otro Enrique acompaña a un señor. Vive en la misma esquina, al final de la primera cuesta a la derecha. Hablaba con el hombre de la cantidad de pájaros que tenía ya en una pajarera que había construido. Era enorme, muy alta y recuerdo entrar con mi padre a dejarle algún lugano u otro pajarillo para que formara parte de la magnífica colección del que estaba orgulloso.

Sigo hacia la escalerilla y me encuentro con Juanjo el alemán. Tenía un bate de béisbol e instauró durante un tiempo el deporte arriba de la escalerilla. Cuando llegué, Juanje y José Antonio Carvajal bajaban con sus monopatines Sanchesky, aquellos de color naranja, por la cuesta abajo a toda velocidad. Desde su terraza Jorge Caracuel movía la cabeza como diciendo que sus vecinos estaban locos perdidos (mi grato recuerdo para él). Llega el momento de agacharse, coger una ramita y tirársela a “Turco”, el pastor alemán de los Terán. Le tirabas lo que fuera y te lo traía. A todos los niños nos gustaba ese perro.

Bajo la escalerilla y vuelvo a mi calle. Un poco antes los perros de los Mediavilla siempre te asustaban con la entrada que tenían por San Fernando a su casa. En mi calle, Don Pío y Bienvenida charlaban. Manolo Amado jugaba a la pelota con su hermano pequeño. “Ojala sea zurdo, mejor, así tendrá mas oportunidades de jugar cuando sea mayor”. Mas adelante, sentado en su puerta, estaba Francisquito, creo que se llamaba así el abuelo enjuto que siempre nos llamaba bichinos cuando pasábamos a su lado. Carlos “el de las papeletas” también se recogía. De vuelta en mi trozo de calle, todos seguían jugando, pero la sombra en mitad de la acera, que reflejaba las tejas el sol de mediodía, decían que era la hora de ir a comer y volver a casa.

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