De Guillermo Rodríguez Bernal

sábado, 13 de febrero de 2021

Recuerdos de niñez en mi barriada. Días de colegio.

El terminar de aquel verano, nos traería a muchos de nosotros algo importante en nuestras vidas. Dejábamos el colegio “de la escalerilla”, donde conseguimos ser los reyes del patio, y pasábamos al colegio “de abajo”. Nos empezábamos a hacer mayores y muchos cambios nos esperaban, en los próximos cuatro años, de los que no éramos conscientes. Desde la calle San Sebastián, cogíamos la escalera para bajar a Pio XII, después la rampa para Ben Alkama y por último bajar esa larga calle que nos llevaba al colegio. Confluíamos en nuestro caminar, con el resto de los compañeros, con los que compartíamos clase.

Éramos puntuales. Llegábamos, casi siempre, antes de que abrieran las puertas, lo que propinaba tertulia por grupos en los que se charlaba de todo. Si era lunes, lo principal era las jornadas futboleras del fin de semana, mientras que los más mayores se fumaban un fortuna comprado en el quiosco de la familia Llavero (creo recordar que era de ellos). Cuando no, eran los episodios de las series televisivas del momento. Los primeros episodios de Curro Jiménez, si cuando Sandokán mataba al tigre era un montaje o el salto era real, y las pocas series que podíamos disfrutar de la primera cadena de por entonces. Había días que la aglutinación de alumnos y el tiempo de charlas, era mayor del habitual. Coincidía con algún examen importante y algún alumno, no demasiado preparado para la prueba, hacía lo posible para que costara trabajo entrar, o ni siquiera empezar la jornada. Desde colarse por alguna ventana abierta por detrás y poner la barra a la puerta por dentro, hasta los típicos palillos en la cerradura, de los que hizo convertir a la señorita Angelita una experta en sacarlas con unas pinzas sacadas de su bolso.

Salíamos todos a la vez para ir a casa, y era toda una marea de niños subiendo esa primera cuesta hasta que nos empezábamos a desviar cada uno por un lado. Aunque hubo un día en que la salida fue más lenta que la del resto. Llovía a mares y el agua de toda la barriada confluía en el colegio. Estaba todo anegado y los niños en las clases de séptimo y octavo, esperando a que los bomberos nos sacara uno a uno montados a cabrito. También tuvieron que hacer faena extra con alguna madre caída en alguna zanja oculta por el agua.

Las asignaturas también iban cambiando para nosotros, y con ellas las primeras charlas sobre algo de lo que ya empezábamos a oír hablar: Las drogas. Venían de fuera a explicarlos como eran y los efectos que nos provocaba su consumo. Digno de mencionar también, era cuando a la pobre señorita Paquita, le toco dar la clase de educación sexual a los niños de octavo. Fue sólo un día, haciéndose cargo del resto don Luis, por el trabajo que le costaba a la gallega darnos esas clases. Se ponía colorada como un tomate. Pero si había alguna asignatura distinta a otras, eran las clases de pretecnología, que era como aparecían en las notas la asignatura de trabajos manuales. Había de todo, desde las figuras con palillos de la ropa, como los trabajos de marquetería con segueta y panel. Se compraban unos cuadernillos, que nos pasábamos de unos a otros, y que calcábamos sobre la madera. Arriba y abajo con aquellas seguetas, construíamos lámparas, capillas, y hasta la torre Eiffel, llegamos a terminar algunos. Cuando un pelo se rompía, doblábamos aquel artilugio, hasta conseguir aprovechar esa sierrecita que se quedaba a la mitad. Aquel año en octavo me toco la torre gala. Cada evaluación presentaba, para la nota, una parte del monumento, dejando al final la torre terminada. La señorita María José ponía en duda siempre, si esa parte no fue presentada en la evaluación anterior, con toda la razón del mundo. No se me olvidará nunca a Manuel Olivero presentando la mecedora de palillos de la ropa. Esa si que era siempre la misma, ya que no se molestaba ni en quitarle el polvo al trabajo de año anterior. Aburrido me encontraba yo ese día y con el dedo la hacía balancear. Que mala suerte que al darle demasiada fuerte, la mecedora se fue al suelo haciéndose pedazos. Cara de descompuesto el de la calle doctor Fleming y pregunta obvia de “¿Qué presento yo la próxima evaluación?”.

Mi gran compañero de clase de aquellos años fue Miguel Ángel Valencia. Buena persona y buen amigo. Hoy, gracias a este grupo, su hermano José Antonio a contactado conmigo, y su recuerdo me ha echo escribir esto que con mucho cariño le dedico.

Pincha aquí para otros textos de Coca.

No hay comentarios:

Publicar un comentario