De Guillermo Rodríguez Bernal

sábado, 13 de febrero de 2021

Recuerdos de niñez en mi barriada. Olores de Coca.

Como los últimos brochazos que se le dan a un cuadro terminado, se me vienen a la memoria pinceladas de lo que fue mi niñez y juventud en Coca. Pequeños detalles que no montan una historia completa, pero que juntos forma parte de lo vivido en nuestra barriada.

Recuerdos de colores rojo y anaranjado, de las colas de los zapateros posados en las margaritas del olivar. Muchas tardes detrás de ellos, para cazarlos, mostrarlos como un trofeo y volverlos a soltar.

Recuerdos de sacar la bolsa de la basura a la puerta. De cómo pasaba el camión por un hombre por cada lado, recogiendo con sus guantes las bolsas y, con una agilidad magistral, atinar en la parte de arriba. Con lo alto que estaba. A su vez, como amablemente daban las buenas noches a los vecinos sentados en la puerta, intentando aprovechar el frescor de la noche de algún día de verano.

Recuerdos de los juegos de la calle, de las caídas, de las pedradas, de los siete en los pantalones, de ir quitándose las postillas de las rodillas y los codos poco a poco, de los yesos de los brazos rotos, de las picaduras de las avispas, de los calambrazos por tocar algún cable pelao de casa.

Recuerdos del lechero, que traía el cántaro todas las mañanas, de hervir la leche apagando el fuego antes que rebozara, del afilaor y su flautilla, del de los cupones, el de las papeletas, el del Ocaso, de las reuniones de cacharros en casa de algún vecino, del que venía del circulo de lectores, de cuando traían una virgen en una caja de madera y se quedaba en casa una semana, del que venía pidiendo limosna, de la familia de Sevilla cuando venía de visita, de la visita de los vecinos cuando estabas malo, de cuando pillabas el sarampión y la varicela a la vez que todos los niños de la calle.

Recuerdos de ir a coger caracoles y aceitunas a Tomares, de traer yerba para los animales que teníamos en casa, de un árbol en cada terraza, de un perro en cada puerta, de un abuelo dando su vuelta con boina y bastón.

Recuerdos de las obras en casa, de los montones de arena en la calle, del albañil haciendo la mezcla sin hormigonera, de las horas perdidas viendo como subían un tabique, de cómo lo enfoscaban después, de echar cal al agua para que hirviera, de encalar las paredes del patio.

Recuerdos de las fiestas en la cochera del Viña, de cuando tocaban una lenta y no te atrevías a sacar a bailar por la vergüenza, de los primeros cubatas de Rives con Cocacola, de las fiestas en la cochera de Paco Tovar, de las canciones que ponía de los Beatles, de esa primera vez que intentabas entrar en el pub del Cacha, lugar de personas más mayores, de la impresión que te daba una vez estabas dentro.

Recuerdos de echar aire al cisco para que prendiera el brasero, de ventear con un palo el relleno de las almohadas, de baldear con el agua del pozo para aliviar la flama que provocaba el sol dando todo el día sobre el cemento, de las duchas en el patio, de dormir en la azotea viendo las estrellas y de cómo el haz de luz de la linterna parecía perderse en el cielo.

Recuerdos de las duchas de los sábados, de vestirse de bonito los domingos para ir a misa, de pasar la noche en la plaza en el bar de Paco y, alguna vez, ir a ver los cohetes a Castilleja.

Recuerdos de los que se fueron y alguna vez los ves por ahí, los que se fueron y nunca mas supiste de ellos, de los que se fueron para siempre guardando su cara con una sonrisa.

Recuerdos de niños y no tan niños que guardamos en nuestra memoria y que rara vez se viven en el nuevo cuadro que pintamos en nuestra madurez. Esperemos dar los últimos brochazos dentro de mucho tiempo y que nos salga lo mejor posible.

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