De Guillermo Rodríguez Bernal

lunes, 15 de febrero de 2021

Recuerdo de niñez en mi barriada. Mi trozo de calle San Sebastián. Sus gentes.

San Sebastián C.F.
Despierto la otra mañana con un sueño que me traía tranquilidad a ese espíritu que tan alterado tenemos en esta época que estamos viviendo. La magia de los sueños, en muchas ocasiones, hace que vuelvas atrás en el tiempo y mitiga esos dolores que dejaron las personas que ya se fueron al volver a tenerlas cerca. Encuentros sin traumas, sin dolor, casi pasando desapercibidas las penas que se pasaron por ellos cuando partieron. Como si nunca se hubieran ido y hayan continuado con nosotros por siempre.

De esos flashes que se quedan en la memoria al despertar, recuerdo un paseo con Pepito. Sí, aquel que todavía mantengo como amigo desde que nacimos y que en su popularidad con el futbol lo conocieran como Baños. Justo antes de despertar veo un seat 127 color canela aparcado en la puerta de mi vecina. Era mi tío Manolo, que estaría en casa con mi tía Antonia de visita. En el momento de abrir los ojos, intento forzar de nuevo el sueño y que me haga volver a ese punto, pero fue imposible.

Pedro, Paz, mi padre y Jesús
El tiempo pasa, las personas se van y no vuelven y algo de ellos se queda en nosotros formando parte de nuestro ser. Ese tiempo también deja atrás a las personas que, aunque sigan con nosotros, nos marcaron en cierto modo con esa energía que después se pierde con el paso de los años. Quiero con estas letras volver a soñar, pero esta vez despierto. Recuperar vivencias de niño con las personas que formaron parte de ese trocito de calle San Sebastián de mi querida barriada y que, en parte, ayudaron a ser de mi lo que soy hoy.

Y empiezo por el final de mi calle y el recuerdo de la familia Cabrera. Manolo siempre sonriente, nervioso, con idas y venidas continuas, buen amigo de mi padre y orgulloso siempre de sus hijos Manolito y Jesús. Veo a Paco y a Narci, con sus hijos jugando en la puerta y al abuelo Antonio, el gran Zeppelin, trianero de adopción y estrella del ciclismo en tiempos, sentado disfrutando de sus nietos. Cerca de otra casa, una furgoneta con una máquina de coser pintada delataba que los Bermudez estaban en casa y de una de las escaleras salen corriendo Elena y Noelia. Justo enfrente, la ternura y la seriedad se juntan en los caracteres de Manuela y Amador “el tranviario”. Pareja entrañable y muy querida en la calle. Entre ellos se escapaba la pequeña de la casa, Rosarito, que se unía al resto de niños. Alejandro el carpintero y Manuela su mujer no podrían faltar en este sueño, por tratarse de personas que reflejaban bondad nada más verlas. Nunca olvidaré a ese hombre y su risa tan particular.

Con Eduardo y la Charini
Fernanda apoyada en la tapia de su casa mientras su marido Pepe volvía de su paseo, siempre bien arreglado y de negro riguroso por la partida de su hijo Nono. También andaban por allí la familia Prada. Su madre Isabel daba la merienda a María Gracia y a Isabel. Juani era ya mayor y tiraba por otros lares buscando algo más acorde con su edad. Para los hermanos Mendez paso ya desapercibido y su madre Amparo se despide de ellos diciéndoles que tengan cuidado. Joaquín Galvez y Carmen rodeados de hijos. Cuanta ternura en ese hombre y cuanta fuerza en esa mujer. Santi, mi gran amigo, a mi lado, siempre juntos. Ramón a la zaga sin perdernos de vista y los malogrados Sagrario y Joaquín sonrientes desde su terraza nos saluda. Andrés, Juanma, Carmelita y Quisco también tienen esa edad en el que la calle se les queda chica. Avanzando creo a ver a María la de Ortiz que se asoma a la ventana para despedir a su hijo Alejandro, ya con hijos, y que viene de visita. Otra persona entrañable para mi padre y que todavía tenemos entre nosotros. Su nieto Alejandro, de nuestra edad, también corretea buscando juego con los amigos.

Parado en el 34 veo a dos familias muy distintas. La primera la de Paco con su hijo Gustavo. Se fueron pronto de la calle y dejaron paso a Carmela y a Francisco. Su hijo Juanda también a nuestro lado, Mari busca a mi hermana mientras Francis y Jose corretean uno detrás del otro por la terraza con pañales puestos. La Charini, justo al lado, en esa familia tan especial formada por Pedro Puerto y Carmela, muy queridos en casa. Sus hijos Paco y Pedro salen con el balón de reglamento bajo el brazo para ir a entrenar con el Coca. Leo y su hermana Carmen parecen disfrutar tranquilamente del sol de aquella tarde. Justo enfrente Lolita Arispón, ternura personificada, y su marido Armando Gutierrez, nuestro trovador particular. Otra pareja a la que se echa de menos en nuestra calle.

Una gran familia
A partir de aquí me llena más si cabe ese sentimiento de orgullo del lugar donde nací. Era una casa grande donde la calle era nuestro patio particular y sus gentes mi familia. Empezando por María y Antonio, cuantos recuerdos de ellos. Y qué decir de sus hijas Marisol y Amparo, a las que veía como hermanas mayores. Recuerdo con mucho cariño los achuchones que me daban siendo yo muy niño. Al lado de mi casa quiero recordar a Paz y a Pedro. No conocí a mis abuelos de sangre y ellos hicieron de abuelos postizos para mí. Sin olvidarme de sus hijos Pedro, Dorín y Jesús que también hacían las veces de mis tíos particulares. Justo enfrente Antoñita y su marido. La de veces que nos reñían por jugar a la pelota a horas en la que tendríamos que estar en casa. Justo al lado Lorenzo y Aurora. Él era mi padrino de bautizo y el de boda de mis padres. Entrañables recuerdos de sus hijas Tere, Pepi y Aurori, sin olvidar a Ricardo “el catalán”, sobrino que venía de Barcelona a pasar el verano con nosotros y que tristemente nos dejó hace unas semanas por culpa del coronavirus. Justo enfrente mi familia hermana, Rafael Durán y Esperanza. Él funcionario de justicia y ella bailaora y artista de los pies a la cabeza. Me parece ver al bueno de Rafael todavía espátula en mano arreglando los bollos de su 850 verde. Eduardo, Maricarmen y Rafa  niños buenos entonces y hombres de bien ahora. Siempre sonrientes y con ganas de pasarlo bien. El último en llegar a aquella familia fue Rafael David, mi juguete de chiquillo y mi amigo de mayor.

Y me paro para entrar en el 27. Veo a Carmelita liada con la comida. La abuela Carmen venteando el cisco en el brasero con un trozo de cartón. Manolito Baños sale con su boina y su bastón a dar una vuelta por la plaza. Pepe “el portugués” fumando un cigarrillo en el patio bajo el peral y José Manuel y Paco esperándome para jugar a una partida de bolas en su patio. Creo que no he confraternizado más con una familia distinta a la mía que con ellos. Siempre estarán en mi corazón.

Tere y Rafa. Al fondo Manolito
Baños con Antonio
Siguiendo calle abajo, Carmeluchi ve irse a Juan a trabajar, mientras sus hijas desde la terraza son testigos de cómo sacamos a escondidas la pelota de casa de los Baños, sin que la abuela Carmen nos viera. Pepi está también con sus padres, Bollo y Josefa, en la terraza mientras María José y Angelito salen a la calle al bullicio de tantos niños como éramos. Fini estaría poco tiempo pero el justo para que apareciera por aquí, dejando salir a sus hijas a la calle en aquel batiburrillo de niños corriendo. Años antes, Reyes advertía a Manolín y a su hermano que se portaran bien, otros que se fueron de Coca siendo niños. Dolorcita ya parece recuperarse de aquel incendio que asoló su casa. Su hija Loli sonríe cuando su hermana Chari empieza a meterse con nosotros, aunque realmente éramos nosotros los que la pinchábamos para que lo hiciera. Mucho duró aquella recriminación de que se rompieron unos zapatos por salir corriendo detrás de nosotros. La última de la zaga, Angelines, iba camino de mi casa también buscando a mi hermana.

Mi recuerdo también para Antonio y María. Siempre pendiente nuestra. Fue María la que, llamándonos la atención cuando pasábamos cerca, nos obligaba a saludar educamente: “Ehhhh, ¿qué se dice?”, a lo que respondíamos: “Buenas tardes María, buenas tardes Antonio”. Lecciones de civismo que perduran en el tiempo gracias a aquella mujer. Ya en la esquina, Pilar, que también nos quería mucho. Aquella risa suya tan particular hacía de ella una mujer entrañable. Muchas veces jugábamos en el descansillo de su puerta con su nieto Pauli cuando venía a visitarla.

Me vuelvo llegado al final y veo una calle llena de vida, con personas entrañables. Vida sencilla con gentes pobres en recursos pero riquísimas en virtudes. La calle donde me crié y me hice un hombre de bien, porque no puede salir nada malo de allí. Creo que nunca llegaré a ser recordado por los demás como yo me acuerdo de ellos. Son tiempos en los que creemos que nadie necesita ya de nadie. Pienso que estamos en momentos en que debe ser todo lo contrario. Todos necesitamos de todos.

Dos amigos

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