De Guillermo Rodríguez Bernal

sábado, 13 de febrero de 2021

Recuerdos de niñez en mi barriada. Aquellos mayores que nosotros.

Apostado en la puerta de mi casa, en la calle Inés Rosales de Castilleja de la Cuesta, esperaba a Isabel que volviera de unos recados. Iríamos a Airesur a comprar un capricho de mi hija. Mientras esperaba, salía de la óptica de Melchor un tipo de cara y aspectos conocidos. Caminaba como pensando en algo y un poco abstraído. Lo reconocí como a Rafa Moraza, pero no estaba seguro, hacía mucho tiempo que no lo veía, a excepción de su foto en facebook. Por dos veces pasó delante de mí sin que me conociera. Era algo parecido a lo que nos pasaba de pequeños en Coca, aunque Javi Castro me dice que yo siempre fui grande. Los mayores a nosotros, eran reconocidos por nosotros con normalidad, mientras que para ellos pasábamos desapercibidos. Los grupos de amigos por edades era lo normal, y supongo que lo lógico.

Un lugar de encuentro común a todos nosotros, en una determinada fase de nuestra vida en Coca, eran los futbolines de “el Chucherías”. Otro punto importante, con menos afluencia por el espacio, era las máquinas (ahora son pin-ball) del bar de Paco y del de Pedro. Mientras que unos jugaban, otros se dedicaban a quitar los puntos de las caseras de litro que tenía debajo de la misma máquina. Por supuesto, cuando había un zarandeo, pararse y mirar por uno de los lados el péndulo que provocaba la falta. Casi a la vez, en el quiosco del “Chucherías”, entro esa maquinita de la de hablaba Jesús Ortega hace unos días. Era el comecocos. Fue una novedad importante de la época. Una imagen, que siempre perdurará para mi, era la de Manolo Amado pasando una fase tras otra con una habilidad increíble. Retorcía el mango de la maquinita, a la vez se retorcía él, y siempre nos tenía a unos cuantos viendo como jugaba. Esperábamos aquella fase que nadie pasó, para ver como se colocaba aquel laberinto de puntos y fantasmas dando vueltas continuamente. Tan sólo se rompía ese momento cuando se colocaba, en el tablón de corcho, la lista de los convocados para jugar el partido del domingo con el Coca.

Ya un pelín mas mayorcitos, utilizábamos la pared de la escalerilla y la placita como frontón improvisado. Se jugaba bien con raqueta, bien con balón de futbol. Este último era el que mas gustaba. La pelota tenía que dar por encima de los agujeros de desagüe de agua de lluvia del muro y tenía que dar como máximo tres botes en el suelo (o eran dos). La suerte, era lo poco frecuente de los coches del momento, que daban libertad a la hora de interrumpir el juego. Otro lugar especial, durante poco tiempo, y no estoy seguro que muchos os acordéis de esto, fue cuando pusieron esas enormes tuberías en el campo de hierba, nuestro estadio particular de Coca. Medían aproximadamente unos tres metros de diámetros y era toda una aventura conseguir trepar hasta arriba del todo.

Pero yo vuelvo ahora al principio, a los futbolines del chuche. Había dos. Uno pegado al otro, creo que tenemos una foto por ahí. Los mayores se ponían en el que daba a la calle, dejando para los demás el que estaba al fondo. Yo siempre jugaba atrás, cosa que gustaba porque todos querían hacerlo delante. Mis compañeros casi siempre eran Santi Gálvez y José Manuel R. Baños. No éramos fueras de serie, pero nos defendíamos. El precio una peseta, lo recuerdo perfectamente. Una vez ocurrió algo muy especial y que recordaré siempre. Uno de los mayores se quedó mirando como jugábamos. Cuando terminamos se dirigió a mí y me dijo si quería jugar de compañero con él. Cualquiera que me conoce, sabe reconocer en mí a alguien de timidez extrema. Asentí. Y jugamos lo mejor que pudimos. Cuando me marcaban, miraba hacía arriba, como pidiendo perdón, mientras que me decía que no pasaba nada, que sacara y que le diera fuerte. Puedo recordar que me pidió jugar en unas seis o siete ocasiones diferentes. Era mi compañero, jugaba en el futbolín grande y no pagaba. Su nombre, creo recordar, era Guillermo Luna. Encima tocayo. Pienso que nunca más lo volví a ver.

Un mayor se fijo en mí, cuando parecíamos que pasábamos desapercibidos para ellos. Ahora Rafa Moraza comparte amistad conmigo por facebook y tenemos pendiente un café justo al lado del portal de mi casa en Castilleja, aquel por el que lo vi pasar hace unas semanas.

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