De Guillermo Rodríguez Bernal

sábado, 13 de febrero de 2021

Recuerdos de niñez en mi barriada. Octavo de la EGB.

Por dos veces tuve que hacer octavo de la EGB a primero de aquellos años ochenta. El no tener la edad reglamentaria para entrar en el bachillerato y algo perrete en los estudios, me hicieron repetir curso, teniendo la oportunidad de conocer una nueva generación de compañeros y algún que otro cambio en los profesores. Confundo a estos últimos y no los logro ubicar según que años, pero si que me acuerdo de todos ellos.

La señorita María José se encargaba de darnos literatura, ingles y trabajos manuales. Mujer seria y a la que se le tenía mucho respeto. En sus clases de lengua nos sacaba a preguntar de cuatro en cuatro. Elegía los números de los alumnos al azar y a cada uno le tocaba responder algo que se tenía que haber traído aprendido uno de casa. Cuando me sacaba, yo solía colocarme casi justo detrás de ella, dejando espacio a mis compañeros y ya de camino intentando leer un poco de lo que me preguntaba en el libro que tenía sobre la mesa. En cuanto al inglés, eran de nuestras primeras clases y tenía un maletín con una especie de cassette con altavoces donde escuchábamos la perfecta pronunciación de aquello que en los libros aparecía.

La señorita Paquita nos enseñaba matemáticas y ciencias naturales. Ahora que tanto viajo, puedo decir sin temor a equivocarme, que era pura sangre gallega 100%. Su acento en el hablar, su aspecto físico y esas mejillas rosadas delataba su origen en dos minutos que estuvieses con ella. Yo la tenía por una mujer adorable. Incluso cuando se enfadaba o reñía era tierna y no le salía esa rigidez que trataba de imponer por mucho que quisiera. Adoraba las matemáticas, o al menos eso sentía yo, por la forma de desarrollarlas en clase y el amor que ponía en enseñarla. Con las ciencias naturales era lo mismo, aunque se le atragantaran las clases de sexualidad y tuviera que venir don Luis a darlas. A la pobre no le salía.

Don Luis era el director del colegio, habiéndole dejado el turno la señorita María José en la dirección del centro. Nos daba historia y dibujo. Creo que fue algo distinto por el trato que tenía con nosotros con respecto a otros maestros de años anteriores. Era uno más de nosotros. No sólo nos enseñaba historia, sino que te hacía vivirla, teniendo muy presente a cada niño de forma individual. Comprometido con el colegio, mantenía muchas reuniones con la asociación de padres de por entonces, donde surgió una gran amistad con el mío, que ejercía de secretario por entonces. Me quiero acordar de dos sucesos que se me dieron importantes con él. El primero fue el 23F, con examen aquel día. Todos nerviosos desarrollando sus preguntas y nuestro maestro, pasillo arriba y pasillo abajo, con un pequeño transistor en la oreja contando todo aquello que pasaban en las Cortes con el golpe de Tejero. La segunda cosa, y que todavía no le he perdonado, es que me decía que escribía muy mal, que no me entendía, y me mandó a hacer caligrafía en cuadernillos, como a los niños chicos. Creo que la cosa fue a peor en mi escritura. Después de eso ya no la entendía ni yo.

Y así transcurrió día a día aquel curso escolar. Dejo para el final lo más importante. Nuestro viaje de fin de curso fue a Portugal. Tuvimos que sacarnos pasaporte, todos los niños de por entonces tenemos el DNI con números correlativos, y en autobús nos plantamos en Lisboa donde estuvimos cuatro días. Recuerdos imborrables, que creo que coincidirán con todos los que estuvimos. Atravesar la frontera con la guardia civil esperando, montarnos por primera vez en metro, ir a comer a un self-services, tener escudos en los bolsillos, una maquinita de marcianitos en un bar, aquellos cigarrillos alargados y oscuros que compraban los ya fumadores: los More, etc, etc, etc,.

En la habitación estábamos de cuatro en cuatro, aunque nosotros éramos tres porque un señor, que nunca supe quien era, dormía con nosotros. Mi gran amigo Miguel Angel Valencia, estaba entre esos tres, como no podía ser de otra manera. Recuerdo las correrías dentro del hotel y como Juan Carlos Sánchez le dio una patada a la cama dejándolo lesionado todo el viaje con el pie hinchado. Las excursiones las realizábamos en autobús y había un grupo de personas mayores en la parte de adelante. A la vuelta de ver un castillo impresionante, recuerdo el paso por una playa donde empezamos a pedir bajar a darnos un remojón. Preguntaron a los de delante que negaron en rotundo, rompiendo en aplausos cuando el chofer decidió no parar. Abucheo generalizado.

A la vuelta, el bullicio en la plaza de Coca donde todos esperaban nuestra llegada. Todo se acabó y el curso siguiente dejábamos nuestra barriada para salir a estudiar fuera. Cada uno por su lado. Todo empezaba de nuevo.

Pincha aquí para otros textos de Coca.

No hay comentarios:

Publicar un comentario