De Guillermo Rodríguez Bernal

miércoles, 22 de febrero de 2017

Girona. La Costa Brava, 1ª parte.

Mar i murtra
El sol estaba radiante, el cielo totalmente azulado, el mar en calma y aquellos paseos de Cortils i Vieta y de Pau Casals colmados de gentes y furgonetas de reparto. Estoy en Blanes y así iniciaba aquella ruta de sur a norte por la Costa Brava. Quería conocer la verdad de esa fama que atesoraba esta parte de Girona que da al Mediterráneo. Mar, acantilados, calas y pueblos de ensueño, que arrancaban con la visita de un jardín botánico. Un empresario y naturalista alemán afincado en Barcelona, decide dejarlo todo para comprar unos terrenos en la comarca de La Selva y construir allí su paraíso particular. Mar i murtra es un paseo sereno, entre multitud de especies vegetales allí dispuestas por amor a la naturaleza. Este balcón al mar desde la montaña, está considerado el mejor jardín botánico mediterráneo de Europa y al interés cultural, educativo y de investigación, se le une las maravillosas vistas de sus acantilados. La mañana no podía arrancar mejor.
Mar i murtra
Jardín botanico Mar i Murtra en Llanes
Tossa de Mar
Tossa de Mar (Foto de Isa Rodríguez)
Acabada la visita, continúo conduciendo pegado a la costa. Las continuas urbanizaciones no abandonan mi compañía, cruzo Lloret de Mar y llego a mi nuevo destino. Varios aparcamientos a la entrada me lo ponen fácil en Tossa de Mar. A medida que me acerco al corazón de este municipio de origen romano, las calles se estrechan y sus casas se tiñen del color de la cal. Ir y venir de veraneantes, tiendas y restaurantes me rodean en el caminar, hasta que me topo con una enorme muralla y su arco de entrada. Al atravesarlo, el blanco se vuelve del color de la piedra y la llanura en continuos subibajas entre torreones y serpenteantes callejuelas. Arriba del todo, las atrayentes vistas de lo antiguo y lo nuevo, siempre acompañados del olor y el ruido del mar y de estos acantilados que tanto atraen. De vuelta, encontrarme con la dedicatoria de este pueblo a Ava Gadner en forma de placeta, los pocos muros que se mantienen en pie de la vieja Iglesia de Sant Vicenç, un caminar por su paseo marítimo y un buen sabor de boca de lo visitado en esta población, que fue en su día la primera en España en declararse antitaurina.
Tossa de Mar
Casas en Tossa de Mar y la antigua iglesia de Sant Vicenç con un viejo torreón protegiendola
Calella de Parafrugell
Calella de Parafrugell
Tocaba reponer fuerzas y Calella de Parafrugell me esperaba con los brazos abiertos. Aquella pequeña cala, envuelta por antiguas casas de pescadores convertidas en bares y restaurantes, un ambiente muy familiar y el buen día que me hizo, fueron el complemento ideal para disfrutar de una buena comida. Helados artesanos me hicieron levantar los manteles, para pisar la arena de su playa y hacer equilibrio entre sus rocas, con el único fin de tener más cerca ese Mediterráneo, cargado  de decenas de barquitos anclados esperando ser paseados. Después, perderme entre sus pocas calles para intentar buscar el mejor ángulo y guardar un buen recuerdo de lo que en ese momento estaba viviendo.
Pals
Pals
Para dar un paseo y bajar la comida tiré tierra adentro unos pocos kilómetros. La Torre de las Horas sirve de vigía de mi llegada a Pals, manteniendo sus campanas en silencio acordes con los días que vivimos. En nada me vi en su Plaça Major y retrocedí en el tiempo siglos atrás. No hacía falta plano alguno por aquel barrio gótico por el que pasee, merecía la pena perderse. Allí me vi rodeado de piedra por todos lados, formando calles, grandes casonas, arcos, ventanas ojivales y aquellas plantas que buscaban las ranuras entre ellas para agarrarse y subsistir. La iglesia de Sant Pere necesitaba de escaleras para acceder a ella, cogiendo en altura a esa Torre de las Horas que me vio llegar. Sus murallas hacían su labor de guardar aquel tesoro, aprovechando su base de roca para erguirse altas y seguras. Fue todo un acierto aquel paseo dejando a un lado el mar por unas horas. Me encontraba muy a gusto, pero quedaba todavía otro plato fuerte para terminar la jornada antes de volver.
Pals
Calles de Pals e iglesia de Sant Pere
Peratallada
Peratallada
Otros pocos de kilómetros alejándome de la costa tuve que hacer para llegar a Peratallada. “Piedra tallada”, no podría recibir mejor nombre por la impresión que recibes al adentrarte en este municipio gironés. Más pequeño que Pals, pero manteniendo más esencia del medievo si cabe. Sale a relucir lo limpio de sus calles, la buena restauración que tiene los edificios del pueblo y el gusto de sus vecinos en la colocación de flores y setos que adornas sus casas y esa yedra que invaden muchos de sus muros. Al igual que Pals, esa continua figura de arcos y ventanas ojivales que te hace retroceder bastantes cientos de años atrás. También con su pequeño torreón, que permanece en pie como único testigo de lo que fue su castillo. Para terminar con algún resto de muralla y alguna que otra puerta que daban paso a la localidad y que aquel día me decía adiós para despedirme.
Peratallada
Mi paseo por las calles de Peratallada
Un poco cansado, pero con la cabeza llena ya de recuerdos, di por finalizada esta ruta por parte de la Costa Brava. Quedaba bastante por recorrer más al norte, pero eso se dejaría para otros días. Hago mía las palabras de Josep Pla i Casadevall, natural de Palafrugell, que decía que “Pals no merece una visita sino cien visitas” y lo hago extensivo a todo lo que vi y disfrute de aquél trozo de costa catalana.

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