De Guillermo Rodríguez Bernal

lunes, 28 de febrero de 2011

Santiago de Compostela (por Camino Inglés).

Agualada
Cruceiro en Agualada
Lluvioso amaneció el día en Sigüeiro después de una noche ruidosa en aquella pensión del pueblo. Además llovía, y aquella pastelería-cafetería que teníamos localizada para el desayuno de nuestro despertar, estaba cerrada. Con lo que nos conformamos con una tostada y un croissant de nuestro bar de la noche anterior. Tras pasar el puente que daba paso a la salida de la localidad, las únicas casas con cierto grado de antigüedad, comparadas con los edificios de antes de llegar el mencionado puente. Tomamos con mucha tranquilidad esta llegada de dieciocho kilómetros, para unos, y dieciséis para otros. Un paseo que mezclaba la lluvia con el sol y que nos acercaría a Compostela.
Al comienzo dos cosas nos sorprendieron bastante. Por un lado, una zona llena de mimosas. Era increíble el colorido de aquel bosque amarillo y verde, que don Tripodio no pudo guardar para la posteridad, dado que el día estaba muy oscuro todavía, a pesar de haber amanecido. Por otro lado, los charcos de agua de lluvia de estos días, en los que se veían unos surcos parecidos a aceite, pero de un color anaranjado, y que nos hacia preguntábamos, si serian producto de la polución de aquel lugar rodeado de polígonos industriales. Aquella zona, de grandes parcelas, nos hizo zigzaguear por tramos rectos durante unos kilómetros.
Camino a Santiago
Camino a Santiago de Compostela
A pesar de caminar por algún tiempo acompañando a la autovía o por el arcén de la carretera nacional, llego un momento que nos desvía hacia lo que sería nuestro último camino de tierra y que cruzaba todo un bosque en el que el musgo y la yedra, se apoderaban de los troncos de los árboles que daban una belleza especial a este último tramo. Después volver a la autopista y llegar al polígono industrial de Tambre. Una vez allí, la carretera que nos llevaría a los pies de Santiago en la plaza de Obradoiro.
Santiago de Compostela
Por fin las torres de la catedral
Ya en Santiago, pasar por una pastelería cercana a la plaza, y ver en su escaparate las palmeras de chocolate más suculentas y hermosas que vio nuestros ojos nunca. O sería el hambre que llevábamos.  Nuestra entrada triunfal en Obradoiro, con bastón en una mano y palmera en el otro. Al fondo, nuestro italiano particular Mario, sentado en uno de los arcos de la plaza contemplando la catedral. Carreras y abrazos, con el de la eterna sonrisa, y quedar para vernos a una hora concreta. Lo primero nuestra visita al Santo. Mientras yo fui a abrazarlo, Pedro bajo a contarle sus cosas, donde reposan sus restos. Por la noche, cena en el hostal de los Reyes Católicos, al que solo acudimos cuatro esa noche, de los diez a los que tiene la gentileza de invitar tan magno establecimiento cada día. Al caer definitivamente la noche, calles desiertas y locales cerrados. Nunca vi Platerías o la rua Franco desiertas a las once de la noche.
Hostal Reyes Católicos
Cenando en el Hostal de los Reyes Católicos
A la mañana siguiente nuestra despedida. Yo volvía a Sevilla desde Coruña y Pedro seguía su camino particular en busca del cura Blas, en Fuenterroble de Salvatierra. No sé, a día de hoy, si se cumplió lo que fui buscando en este Camino de los Ingleses. Pero os puedo asegurar que disfrute teniendo bajo mis pies a nuestro Camino y a mi lado a un buen peregrino como compañero. Pedro, recuerda que para el siguiente que lleguemos a Santiago tienes que apadrinarme para hacerme cofrade de la archicofradía. Hasta el próximo Camino. ¿Cuándo?. Ya mismo.

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