De Guillermo Rodríguez Bernal

domingo, 22 de enero de 2017

Córdoba.

Saliendo de Santa Cruz
Saliendo de Santa Cruz, camino de la Ruta del Califato
Pues allí me encontraba en ese último caminar, en la barra del bar Casa José echando sobre mis tostadas ese aceite con el que disfruté estos días atrás. Sobre una de las estanterías que tenía justo enfrente, las mismas botellas a la venta y mis dudas sobre llevarme alguna para casa. Esa obsesión que tenemos muchos sobre el peso a llevar en la mochila, hizo que terminase mi colacao, me ajustara la mochila y saliera por la puerta dejándolas allí. Todavía de noche, comencé mi caminar en solitario. Mis compañeros de camino saldrían un poco más tarde, había lesiones, convenía llegar pronto a Córdoba y hacerlo lo mejor posible. Ellos esperaron a alguien que los llevara al cruce con el camino de Granada, así evitarían esos primeros casi seis kilómetros de monótona carretera en pendiente.
Ruta del Califato
Punto de inicio de la Ruta del Califato saliendo de Santa Cruz
Yo los afronté bien, con mi linterna en la mano y apuntando a todo coche que pasara por allí para que me viera. La carretera era estrecha, algo sinuosa y no quería sustos. Ya amanecido llegué al desvío de aquella llamada “Ruta del Califato”, que une las ciudades de Granada y Córdoba. Estuve pendiente y, en principio, no vi pasar ningún coche cargado con peregrinos. Pensé que igual tuvieron problemas para encontrar a alguien, pero también es verdad que la oscuridad de las primeras horas hacía imposible distinguir las personas que ocupaban los coches que pasaban.
Sembrados
Fincas de sembrados a mi paso
A partir de aquí pista ancha y bien asentada. Igual me encontraba con olivares con sus trabajadores recogiendo su fruto, que con grandes llanuras llenas de sembrados. Igual barro en algún lugar donde daba sombra, que terreno liso y seco por el que caminar. Lo que siempre acompañó fueron los continuos e inevitables toboganes que provoca el caminar entre las laderas de aquellos lugares, lo que mostraban un escaparate natural que se disfrutó enormemente.
Granada - Córdoba
Camino de Córdoba
Peregrinos
Juan, Pedro y Antonio caminando por el Mozárabe
Ya estaba llegando la hora de hacer una parada, cuando en uno de esos cambios de rasante caminero, veo en la lejanía a mis tres amigos delante de mí. Hice uso de aquel silbato que me regaló mi hija y creo que no llegaron a escucharme. Una especie de paso sobre el llamado arroyo del Cañetejo de las Torres, sirvió para poder descansar un poco y dar cuenta de esa manzana que todavía me quedaba en la mochila. El agua fresca que la acompañó me supo a gloria, porque a pesar de las fechas en la que vivíamos, la caminata y el magnífico sol que teníamos hacían tirar de ella con gusto. Al arrancar, los amigos cada vez los tenía más a la vista y en uno de esos antiguos mojones de carretera los pillé mientras que hacían lo mismo que yo hice minutos antes.
Finca Judío Viejo
Finca Judío Viejo
A partir de ahí no quedaba más que llegar a mi destino. En nada, aquellas laderas de la campiña cordobesa, empezaban a mostrarme Sierra Morena al fondo y a sus pies esas poblaciones cercanas a Córdoba. Mientras, el silencio de aquellos caminos sin ningún tipo de vegetación cerca, sólo sembrados por todos lados, lo rompe una avioneta que parece jugar alrededor mío pero a diferente altura. Iba y venía continuamente, así que traté de ver algún saludo desde las alturas, pero la distancia no me hacía ver nada. Lancé un saludo alzando mi bastón y desaparecieron.
Córdoba
Córdoba
Córdoba se veía a lo lejos, protegida por aquella muralla que antes comenté y traté de imaginar por donde pasaba el Guadalquivir y donde estaba la Mezquita. Las personas empezaban a aparecer a mi alrededor haciendo deporte o con su ir y venir. Sin darme cuenta, atravesé la autovía de Madrid por uno de sus puentes y me vi rodeado por la ciudad. Desaparecieron las flechas, o quizás ni siquiera hice el intento de buscarlas, porque las torres de la Mezquita eran mis guías en todo momento. Pronto, la Torre Calahorra me recibía resplandeciente y gracias al puente romano volvía a pasar como peregrino sobre las aguas del río Betis romano, o también llamado Wad al-Kibir por los árabes, abriéndome las puertas al casco antiguo de la ciudad.
Torre Calahorra
Torre Calahorra
Llamé a mis amigos para dar noticias de mi llegada y quedamos en un punto concreto de la ciudad. Mientras, me acerqué a la iglesia de Santiago para intentar sellar mi credencial. Estaba cerrada, con lo que me conformé con el sello de la oficina de turismo, tampoco estaba mal. Por último, comida con los amigos, brindis por la misión cumplida y vuelta a casa. Espero y deseo con ansia volver a la ciudad de Séneca, para continuar mi caminar a Mérida, o quizás un poco más al norte pasando por Trujillo, por el Camino Mozárabe de Santiago desde Málaga.
Córdoba
Río Guadalquivir, Puente Romano y Mezquita al fondo

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