De Guillermo Rodríguez Bernal

lunes, 16 de enero de 2017

Castro del Río.

Olivares
Amaneciendo entre olivos
Madrugamos aquella mañana del tres de enero de este año en aquella pensión de Doña Mencía. Pedro, Antonio, Juan y yo desayunamos juntos en el bar recién abierto de Casa Morejón, donde dejamos saldadas las cuentas de nuestras estancia en aquella primera etapa de nuestro caminar por el Mozárabe desde Málaga. Mientras mis amigos subían a la habitación para terminar de recoger las cosas, aprovecho para salir en mi caminar de hoy, echando cuenta de las indicaciones de Pedro, que ya se había preocupado de saber cuál era la mejor salida para retomar el camino. Abrigado todo lo posible para mantener el calor y evitar el frío, pegué el portazo a Doña Mencía subiendo por la calle Jaén. Fuerte pendiente que había que tomar con la calma necesaria para ser lo más constante posible. En la cima, ya a las afueras, notar lo bien que viene para el frío una buena pendiente a primera hora de la mañana.
Aceitunas
Aceituna lista para ser cogida
Mientras el día anterior, las personas con las que me cruzaban eran gentes ociosas disfrutando de correr o de la bici un día de fiesta, los de este día eran jornaleros en cuatro por cuatro que cumplían con la faena que en estas fechas da el campo: La recogida de la aceituna. Miradas extrañas de los que iban a cumplir con su obligación laboral al ver a un personaje como yo y como iba ataviado. Los olivos estaban cargados de esa aceituna negra que da tan buen aceite en estas tierras y el ruido de la maquinaria era el único que rompía el silencio de aquel amanecer cordobés. Subidas y bajadas continuas por aquellas lomas y rodeado de olivos por todas partes me daban una visión muy especial, que tan sólo había vivido por tierras de Jaén bastantes años atrás. Un caserío abandonado, una carretera algo peligrosa y una especie de sendero pedregoso difícil de caminar y del que ya me advirtió “Correjaco” que había que evitarlo si se encontraba embarrado.
Baena
Entrando en Baena
En poco tiempo ya tenía mis diez primeros kilómetros y me encontraba en Baena. Unos caños con abrevaderos y lavaderos me daban la bienvenida al pueblo donde me adentraba cruzando el río Marbella. Entre calles con mucha luz llego a la Plaza de España, que supuse que sería el punto de encuentro con el camino que viene de Granada. No había mejor lugar para tomar la manzana que traía de casa con un buen trago de agua fresca. También aproveché para aligerar un poco de la ropa que llevaba puesta.
Saliendo de Baena
Saliendo de Baena
Retomar el caminar por la carretera hasta llegar un momento que el camino vuelve a aparecer. Lo prefería al ruido de los coches. Una pista bien asentada, ningún tipo de molestias físicas y un caminar sereno, me hacían disfrutar de cada paso que daba. Me encontraba en la Gloria. De nuevo un poco de carretera antes de cruzar el Guadajoz que me desviaba a mi destino de hoy. Antes de este punto, un peregrino caminaba en sentido contrario. Era Mateo que hacía el camino al revés y que aquella mañana salía de Castro del Río. Buena conversación con el malagueño y mandaba recuerdos a los amigos que seguro encontraría detrás de mí, como así hizo.
Camino de Castro del Río
Fincas regadas por el río Guadajoz, camino de Castro del Río
No llegaban a diecinueve los kilómetros que caminé en el momento de coger aquella mala carretera camino de Castro del Río. Empecé aquel tramo con la compañía de una jauría de perros arriba de un cerro, que defendían su territorio con todo aquel que trataba de acercarse. Al otro lado, el río Guadajoz serpenteaba en su caminar y me hacía alejarme y acercarme a él a su antojo en aquel recto tramo.
Cerca de Castro del Río
Acercandonos a Castro del Río
Todos los que solemos caminar a menudo, sabemos el factor psicológico tan importante que es acercarse al fin del caminar ese día. Da igual los kilómetros que hagas, que el final de cada etapa parece no llegar nunca. No sé porqué, con lo metódico que suelo ser para estas cosas y lo demasiado calculado que siempre lo llevo todo, que pensaba que este tramo sería más corto de lo que a la postre fue. Después de ese monótono trayecto pensaba que Castro del Río aparecería en la siguiente curva cuando me topo con el cortijo de Bernedo. Consultando con las anotaciones de la asociación tan sólo había caminado la mitad de aquel final de etapa y todavía quedaban seis kilómetros. Me vine abajo y aproveché para parar un rato y echar un trago de agua.
Castro del Río
Castro del Río
Estiré un poco los músculos de las piernas y arranqué con la paciencia necesaria que hace falta para afrontar lo que quedaba por caminar. Con la energía que da el reposo, pronto empecé a ver las primeras casas de Castro del Río y tener mi meta al alcance de la mano. Antes de llegar al albergue, aproveché para comer en un lugar donde me dijeron que se comía muy bien. Así fue, comí de maravilla y fui atendido muy amablemente en el Restaurante “La Solera”, en la calle larga. Luego llegar a la iglesia de la Asunción en pleno centro del pueblo, ir a recoger la llave en la policía local y tomar posesión de hospedaje de hoy. Aquella casa estaba helada.
Castro del Río
Iglesia de la Asunción en Castro del Río

2 comentarios:

  1. reitero comentarios anteriores.... como muy bien explicas el tramo puente de la Maturra Castro se hace interminable por la monotonía... lo he hecho unas cuantas veces y cada vez lo veo más aburrido, monótono y aburrido, en mis pasos me suelo entretener en poner en los apuntes donde están los puentes, los cruces, los cortijos, los nombres que aparecen pintados a ver si así se hace más ameno pero ni por esas... una mención a nuestro paso y estancia en el Morejón, la especialidad las habichuelillas... especialidad de la "casa" exquisitas y recomendables... y comentar para futuros peregrinos que aunque hay albergue parroquial para peregrinos y transeúntes por diez euros se duerme en una buena habitación de Casa Morrejón, nuestro punto de reposd hoy...

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