De Guillermo Rodríguez Bernal

jueves, 19 de junio de 2014

Almogía

Málaga
Plaza de la Constitución en la ciudad de Málaga
Creo recordar que fue el cierre de alguna de esas persianas metálicas, de uno de los bares de copas que teníamos pegados al balcón del albergue, el que hizo que me despertara aquella calurosa mañana malagueña. Al viejo peregrino y mejor amigo Correjaco, en la penumbra de la habitación, me pareció verle arreglar algo sentado en su cama, procurando no hacer ruido para no despertarme. A pesar de tantas salidas como hemos tenido en estos Caminos que llegan a Santiago, se notaban los nervios de ese primer día de arranque en nuestro caminar. Pegar el portazo y empezar a vivir como peregrino desde la plaza de la Merced de la capital de la Costa del Sol. Ya el día antes, disfrutamos de la compañía de amigos y de pasear por esta maravillosa ciudad. Entre sus calles, por un lado gentes que rompían el silencio cuando se recogían de su fiesta particular, por otro aquellos que iniciaban sus jornadas cabizbajos para trabajar y nosotros con el viveza que da el comenzar algo preparado con tanta ilusión durante un tiempo.
Junta de Caminos
Junta de Caminos
Tuvieron que pasar unos diez kilómetros para sentir que nos alejábamos de la capital y encontráramos las primeras flechas amarillas, coincidiendo con nuestra primera parada para el desayuno en algún bar de Junta de Caminos. Después, caminar por una carretera bastante transitada y sin arcén, nos hacía mirar de reojo a un sendero más tranquilo que nos acompañaba al otro lado por el seco arroyo de Casas Viejas. Mientras, las charlas de mi compañero de caminos sobre Juanito, uno del lugar conocido por Pedro de anteriores pasos por la zona. Y pasar sobre el puente sobre el río Campanillas, que nos hacía abandonar el asfalto y comenzar a pisar tierra.
Serranía de Málaga
Serranía de Málaga
Era el momento de empezar a coger altura, con una dura ascensión que hacía perder el aliento y que obligaba a una parada de vez en cuando. Lo peor es que se empezaba a notar el calor sin que corriera nada de un aire que pudiera ayudar a refrescarnos de forma natural. En una de las casa, alguien que se nos acerca con una botella de agua fría con unos vasos, que nos dan un poco de conversación sobre ese tramo que nos quedaba hasta llegar a Almogía. Repuestos, bajar hasta el también seco arroyo de los Olivos y volver con una nueva subida de unos cuatro kilómetros que me hicieron tener un bajón importante. A mitad de ella, una casa en ruinas sirvió de reposo por un buen rato y a su sombra se bajaba un poco la temperatura corporal. Me sentía con fuerzas pero la fuerte flama me hacía sentir agotado.
Casas serranas
Casas en la Sierra

Camino de Almogía
Almogía al fondo
Cualquier peregrino sabe que todo llega y cuando nos quisimos dar cuenta bajábamos de nuevo con la bella imagen de las casas de Almogía sobre la ladera de aquel monte. Nuevo acto de bondad por parte de unos vecinos que al vernos pasar salieron de su casa para darnos un agua fresca que sabía a gloria. Después, en un bar de la plaza del Ayuntamiento, nuestro aquarius con cerveza helada y la sonrisa de satisfacción que da la meta conseguida a pesar de todo. Y por último cumplir los deberes de peregrinos: Buena ducha, lavar la ropa, un sabroso plato de lentejas en “El Coco”, la compra para la noche y el día siguiente y el relax de un gin tonic en el ya fresco atardecer almogiense. El albergue “La Noria” para nosotros solos.
Almogía
Almogía

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