De Guillermo Rodríguez Bernal

sábado, 21 de junio de 2014

Cuevas Bajas.

Peña de los Enamorados
Peña de los Enamorados (El Indio)
Allí quedaron la lechuza y el halcón del párroco cetrero de la iglesia de Santiago. Allí dejamos la amable atención del camarero del bar donde unas tostadas con aceite dieron fuerzas para nuestro comienzo. Allí seguía la puerta de Granada en nuestro caminar por las calles antequeranas. Allí parecía yacer aquella figura de “indio” que formaba la peña de los enamorados. Atrás quedaban, a lo lejos, las piedras del Torcal, rodeándose de nubes en su cima mientras empezaba a despertar aquella mañana de sábado. Arranque de jornada caminera entre las huertas cercanas a Antequera, a las que ponía límite la autovía, que unía la ciudad de Málaga con el norte, y el Guadalhorce, río, dueño y señor de toda aquella vega antequerana. Después, caminar entre olivos y sin desniveles, teniendo a centenares de conejos como testigos de que por allí pasaban peregrinos caminando a Santiago y de gentes que aprovechaban la mañana para correr, dar un paseo caminando o montado en bici acompañado de algún que otro amigo. Como conversación, aquella que daba Correjaco de sus pasos anteriores, donde contaba que muchos de esos campos también se poblaban de almendros, dando un colorido especial según la época del año en que se caminara.
Puerta Real y Goles
Cartaojal
Purisimo Corazón de María en Cartaojal
Tras el largo, ancho y bien asentado sendero por el que caminábamos, aparecieron a la vista las figuras de las primeras casas de Cartaojal y el momento de una primera parada del día. Justo en un poyete de un jardín en uno de los costados de la iglesia del Purísimo Corazón de María, disfruté de una manzana, algo de zumo y el agua justa que me hicieran sentir satisfecho y con fuerzas para continuar. Mientras, Pedro se tomaba su descafeinado mañanero y conseguía algún sello del pueblo para la credencial.
A la salida, nuestras flechas amarillas nos hacían girar por un sendero que llevaba a Villanueva de Algaidas. Siguiendo al viejo correcaminos, dejamos a un lado las indicaciones y continuamos recto, siguiendo la tranquila carretera que nos llevaba derecho a nuestro destino. Si es cierto, que fueron once kilómetros que se hicieron largos y anodinos. Olivos y girasoles, girasoles y olivos, donde la única forma de romper con lo monótono era intentando descubrir a los conejos que correteaban entre las zarzas de la cuneta de la carretera. También decir, que en nada aparecieron nuestras flechas amarillas, que indicaban que por allí pasaba el camino antes de aquel desvío por Villanueva. Este era el camino de Pedro desde que caminara muchos años atrás, cuando todos pensaban que el camino que llevaba a Santiago era únicamente aquel que unía la Galia con la capital gallega.
Puerta Real y Goles
Llegando a Cuevas Bajas
Llegando a Cuevas Bajas
A la derecha salía a relucir el sendero a tomar, aprovechando los muros de una casa en ruinas para echar un trago de agua y dejar reposar las piernas un poco del largo trecho caminado sobre asfalto. Continuar, ya pisando tierra, con la compañía de pivotes con marcas jacobeas o con las franjas rojas y blancas del GR que pasaba por allí y que nos marcaba nuestro camino. Tras continuas subidas y bajadas, la llegada a Cuevas Bajas, donde un mercadillo nos daba la bienvenida. Miradas de asombro de muchos que veían llegar a dos locos sonrientes, cargados con una mochila bajo un sol abrasador. Lo mejor de todo, nuestra estancia de hoy. Cuevas Bajas brinda al peregrino un albergue que por tener tiene hasta aire acondicionado en las dos plantas que lo conforman. Una maravilla y todo un lujo para nuestros agotados cuerpos.

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