De Guillermo Rodríguez Bernal

lunes, 26 de mayo de 2014

Puente la Reina (Por el Aragonés).

Moreal
Señal indicativa en Monreal
En el comedor de Monreal preparamos la mochila aún de noche. Cabizbajos y a sabiendas de lo que deparaba la jornada en cuanto a despedidas. Nuestra última etapa de este camino 2014 y el adiós a los amigos con los que habíamos compartido tanto en tan sólo seis días de caminar. Ya preparados, abrazos y besos antes de cerrar el portalón de nuestro albergue. No volvimos a verlos en el resto de la jornada. Como empujándonos, las farolas de las calles de Monreal empezaban a apagarse y el día terminaba de nacer.
Muy callados caminábamos uno detrás del otro por aquel mal asentado sendero que subía y bajaba continuamente, haciendo que el peregrino se desesperara en su caminar. Mirando a la derecha, abajo y junto a la lejana autovía, un sendero ancho y llano parecía reírse de nosotros al dirigirse en la misma dirección que lo hacíamos y presumiendo de tener mejor trazada. Hasta las nubes parecían carcajearse dejando caer las gotas de agua, justas para que costara sacar nuestro capote y acabáramos mojados al no creer que deberíamos sacarlo. Primero Yárnoz y después Otano, el capote puesto porque ya la lluvia apretaba y las continuas subidas y bajadas que nos seguía agotando física y mentalmente. Yo llegué a tener un bajón importante.
Cercanías de Otano
Cercanias de Otano
Creo que hasta llegar a Guerendiáin, en la que hicimos nuestra primera parada, no empezamos a charlar tranquilamente, principalmente de lo pesado que estaba resultado este arranque en todos los sentidos. Desayuno a base de fruta, zumo y algo de agua. Terminar con este rompe-piernas estaba a escasos cuatro kilómetros, así que apretamos el caminar para terminar lo antes posible.
Tiebas
Tiebas
Las primeras casas de Tiebas nos sirvieron de refugio del chaparrón que caía en ese momento. Esperamos un poco y terminamos de comer algo más, mientras la dueña de la casa donde nos cobijábamos nos hablaba diciendo que teníamos un mal día para caminar. Atravesando este bonito y animado pueblo dejó de llover, aunque por precaución y tras escuchar las risas de por la mañana de la pícara tormenta, no nos quitamos el capote hasta pasado un tiempo. Eran las diez de la mañana.
Añorbe
Añorbe en la lejanía
A partir de aquí se vuelve más bonito el Camino y con un perfil más suave. Se hace agradable el caminar acercándote a Muriarte de Reta, con pinta de pueblo tranquilo y con su torreón en medio, pendiente siempre del paso de los peregrinos. Y en nada se llega a Olcoz, que da la impresión que pasas de refilón por las pocas casas que la componen. Por último, por un sendero estrecho pero con altura, las magníficas vistas del canal de Navarra con el pueblo de Añorbe al fondo, en el que no llegas a entrar al desviarte antes.
Queda muy poco, se nos acaba el Camino, aquel que nos trajo desde Somport y que tanto respeto nos causaba. Pero algo quedaba pendiente, algo muy significativo para un peregrino. A pesar del cansancio, ni siquiera paramos en el
Eunate
Eunate
pueblo de Enériz, que haría que termináramos la jornada con fuerzas intactas, seguimos más adelante. Si Arrés fue un punto de encuentro entre peregrinos, hospitaleros y Camino, la iglesia de Santa María de Eunate era símbolo y guía para los que veníamos de lejos. Por aquel sendero estrecho y cubierto por los árboles, se dejaba ver su cúpula y sus arcos, como si fuera un faro mágico que atrajera a peregrinos en nuestro caminar. Y algo hay. Una primera foto para alguien que la esperaba con el deseo de estar allí algún día, después un caminar solitario y tranquilo a su alrededor, entre sus arcos, pisando su viejo empedrado y entrar en la iglesia para conocerla. Después, dejar caer mi mochila apoyado en uno de sus arcos y yo en el de enfrente. Así el tiempo justo para cargarme de todo aquello que me rodeaba y partir después.

Eunate
Relajados en Eunate
Eunate
Camino de Obanos. Dejamos atrás Eunate y el Camino Aragonés
Desde arriba de la colina nos despedimos de Eunate y llegamos a Obanos primero y Puente la Reina después. Se acaba el caminar en soledad, muchos peregrinos caminaban entre pueblo y pueblo cuando daban las dos de la tarde. Parar en los Padres Reparadores, saltándome la cola que sobrepasaba la puerta con el pretexto de sólo querer sellar, y coger el autobús que me devolviera primero a Pamplona y después a Jaca. A partir de ahí empezaba otro camino, el de la vuelta a casa, no sin antes visitar a unos buenos amigos y mejores peregrinos, pero eso son otras historias.

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