De Guillermo Rodríguez Bernal

sábado, 9 de diciembre de 2017

Boo de Pielagos

Ernesto Bustio
Mi despedida de Ernesto Bustio en Güemes
“Claro, vamos a hacernos juntos esa foto. Me he llevado toda la vida fotografiando a gentes de todo el mundo, como no voy a hacerlo con otros que me lo piden”, me decía Ernesto después del desayuno y antes de partir. “Y cuidadme de la Giralda, sevillanos, no se os olvide”, nos apuntillaba después de ajustarnos las mochilas y echar a andar. Decíamos adiós a la cabaña del Abuelo Peuto e inscribíamos un capítulo más en nuestra experiencia en el peregrinar. La última que vez que vimos al padre Bustio fue cuando nos adelantaba con su coche antes de llegar al cruce de la nacional. Iba pitando y saludando con la mano por la ventanilla a los pocos que caminábamos dejando atrás  Güemes.
Somo
Llegando a Somo
La mayoría, por no decir todos, seguirían hasta Galizano para buscar la costa y sus famosos acantilados. Era el fin del puente del Pilar y se quedarían en Santander para volver a casa. Nosotros optamos por seguir el anodino andadero junto a la CA-141 y dejaríamos los escarpados para otra ocasión. Solos, con la única compañía de los pocos coches que a esa hora circulaban, repasábamos todo lo vivido hasta ahora ayudados por esa interminable recta que desesperan a muchos y que a nosotros nos ayudaba a conversar. En nada, unos seis kilómetros, se nos aparecía Somo y de nuevo las flechas amarillas que más tarde traería a los que venían por la costa.
A Santander
Dos formas de llegar a Santander en el embarcadero de Somo
Esta vez las flechas si nos llevaron al apeadero del muelle de Somo. Una barcaza nos ayudaría a cruzar la bahía de Santander a nosotros, a una señora con pintas de ir a trabajar a la capital y a un muchacho en bici. En primera fila, con el capitán de aquel navío detrás de nosotros, hicimos escala en Pedreña donde unas familias con sus niños abordaron nuestro barco corriendo por la ilusión de ser grumetes por un día. Agradable paseo que no turbó algunas gotas de lluvia que cayeron en la trayectoria de unos cinco kilómetros. El Palacete del Embarcadero nos recibía, dejándonos nuestro transporte en el mismo corazón de la capital cántabra. Nuestro GPS marcaba 16,5 kilómetros contando los cinco navegando sobre la bahía.
Santander
Santander
Ahora tocaba caminar tranquilo y tras cruzar los jardines de Pereda acercarnos a sellar a la catedral. Un poco de lío para que alguien nos sellara, hasta que
Santander
Avenida de Oviedo en Santander
dimos con una de las puertas de la sin par capilla del Cristo y un cura tuviera la gentileza de marcar nuestro paso por allí. Buena conversación de nuestro sellador al preguntarnos cómo íbamos y como nos fue en las etapas anteriores. Se nos despidió con un “Buen Camino” y continuamos nuestro caminar por las calles santanderinas. Nada de flechas, tan sólo algún que otro poste indicativo al principio, así que tiramos de los buenos apuntes que llevábamos gracias al amigo Pablo Grande y en nada empezábamos a ver esas rotondas que nos alejarían de la ciudad. Antes, en una especie de verdulería china, nuestra fruta del día que nos duró un suspiro camino de las afueras.
Santa Cruz de Bezana
Calles de Santa Cruz de Bezana y la iglesia de Santa Cruz
El hospital, algún que otro parque, urbanizaciones y un polígono industrial hacían un trayecto feo y que muchos evitan cogiendo un bus hasta el pueblo más cercano. Nosotros caminamos y terminando ese polígono un desvío
Boo de Piélagos
Entrando en Boo de Piélagos
nos hace buscar las vías del tren que nos acompañarán, de una forma u otra, durante el resto de la etapa. En Santa Cruz de Bezana, nuevamente caminar entre calles con muchas edificaciones y urbanizaciones nuevas por la cercanía con Santander. Así, durante bastantes kilómetros en los que no variaba nada. Un andadero nos da la bienvenida a Boo de Piélagos y el recuerdo de José Manuel de sus vacaciones por allí cerca, aunque todavía quedaba trayecto para llegar a nuestro albergue. Cerca del arroyo del Cuco un peregrino al borde de la carretera. Benjamín era un francés muy jovencito y una tendinitis lo tenía allí sentado. Palabras de ánimo, indicándole que el albergue estaba a dos pasos.
Boo de Piélagos
Cruzando en la estación de Boo de Piélagos
Ya en Boo, cruzar por última vez esas vías del tren por su estación y quedarnos en el albergue de Piedad, muy recomendado por los amigos que ya habían pasado por él. Tarde apacible en el único bar que tenían abierto y que fue testigo de unas buenas cervezas y de cómo compramos unos decimos de la lotería de Navidad. Acaban en 67, como el año que nació mi compañero de caminos. La promesa al dueño que volveríamos allí a celebrar en el caso de que tocara el gordo. Etapa fea, quizás los acantilados hubieran puesto la nota de color que necesitaba para que fuese mejor, pero no hubiéramos llegado a Boo y en Santander no nos queríamos quedar. Había que pasarla y así se hizo.

2 comentarios:

  1. Yo también hice la misma etapa que vosotros y el Albergue de Piedad un lujo asequible

    Al día siguiente el tren está cerca

    Ultreya

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Sí, se está muy bien. Durmimos tres aquella noche, después de los más de 30 que había en Güemes. El francés y nosotros dos. El trato exquisito y las instalaciones de diez. Estás como en casa.

      Eliminar