De Guillermo Rodríguez Bernal

domingo, 19 de noviembre de 2017

Tenerife. Faro Punta de Rasca, el bosque encantando, la montaña amarilla y Masca.

Costa del Silencio
A pesar de ser la primera noche en Tenerife, dormí muy relajado por lo ajetreado del día anterior, el de mi llegada a la isla. Quito la alarma del móvil antes de que suene y me visto. Todo lo dejé preparado la noche antes para arrancar mi primer día de vacaciones con una caminata. Desayuno bajo palmeras y con el piar de los periquitos que la habitan, saco el agua fresca del frigorífico, cojo la mochila, el sombrero y coloco el programa GPS en mi móvil. Ya el día antes, mi anfitrión y buen amigo Claudio me marcó la salida, al explicarle por donde tiraría esa mañana que ahora despertaba. Sería la primera de cuatro caminatas por la isla que escogimos para vacacionar en este verano de 2017.
Teide
Teide
Playa Los Enojados
Acampado en la Playa de los Enojados
Atravieso aquel parque medio utilizado, medio abandonado, de al lado de casa y bordeo la torre del edificio Ten-bel. Al fondo, el padre Teide todavía se hacía rodear de esa neblina que lo acompaña cada mañana y que con el paso de las horas el rey Sol se encarga de diluir. Me adentro entre las calles de Las Galletas. Ambiente especial de gentes de allí mismo, sin la masificación turística de pueblos parecidos de la isla, y termino llegando al puerto deportivo Marina del Sur. Camino por su paseo mientras empleados del ayuntamiento se encargan de mantenerlo limpio. El chiringuito Matinal Beach duerme todavía, rodeado en sus cercanías por tiendas de campaña de los que hacen un turismo y una vida más económica, quizás más natural.
Camino al faro
Camino al faro Punta de Rasca
Sur de Tenerife
Cosa sur de Tenerife
Al empezar a alejarme, me doy cuenta de cómo es todo lo que me rodea por el terreno que tengo bajo mis pies. Tierras volcánicas de antiguas coladas de lava que decidieron enfriarse en ese lugar para pasar allí el resto de sus días. Imagen lunática donde el silencio lo rompe únicamente el golpear del mar sobre la abrupta costa que le ponía límite y el aire que movía aquellas plantas que nacían de tan yelmo terreno.  Horas de caminar tranquilo y en soledad por tierras nunca antes caminadas por mí y tan distintas a cualquier otra. Todavía no se divisaba la meta cuando una mole, formada por lonetas de telas amarillas, me reciben y me enseñan el tesoro que protegen de los vientos que vienen del mar. Kilómetros y kilómetros de plataneras dando a luz la fruta por excelencia de la isla. Y por fin el Faro Punta de Rasca, mi meta de hoy y la satisfacción del buen arranque de estas vacaciones.
Bosque Encantado
Sendero por el Bosque Encantado
Mi segundo caminar ya lo traía preparado de casa. Pasaba del desierto más árido de la isla a la península de Anaga, un sendero por la Reserva Natural Integral del Pijaral llamado el Bosque Encantado. Esta vez mi caminar fue acompañado por Benjamín, amigo peregrino de la isla al que llevaba tiempo queriendo conocer y un enamorado y buen conocedor de los paseos por esta parte norte de la isla. Ambiente húmedo con pequeñas lloviznas y una niebla espesa y constante, daban un toque especial a este frondoso bosque formado de laurisilvas, tejos, saucos y brezos. Cada árbol protegido con el musgo al que da vida la constante humedad y la tierra adornada
Bosque Encantado
De Caminos con el bueno de Benjamín
por completo de la píjara, helecho que allí nace y que da nombre a toda la región. Caminar divertido por el cuantioso barro y los troncos de esos árboles que deciden crecer atravesando el camino para estar más cerca si cabe del que lo circunda. En su entorno, descubrir el roque Anambro, que ya se nos escapaba si no fuera por la pericia del ojo avizor de Benjamín, que nos advertía de su presencia. Y la meta en el Mirador del Cabezo del Tejo, desde donde la niebla nos impidió admirar sus vistas a aquella zona norte de la isla, pero que nos presentó a unos pajarillos muy amigables que decidieron quedarse con nosotros y compartir algo del comer que llevábamos. Mi agradecimiento desde estas páginas a mi apreciado Benjamin García Crisostomo. Nos ayudó como guía y como historiador de los presentes y pasados de aquellas tierras. Todo corazón y de una calidad humana inhabitual en estos tiempos.
Montaña Amarilla
Montaña Amarilla
Del “qué vamos a hacer esta tarde” nace una pequeña caminata por parte de Pascale, la tercera. Era su caminar de algunas tardes y al que le acompañamos. Bordeando la Costa del Silencio por su paseo para llegarnos a la Montaña Amarilla. Antes, desde una de sus calas, tomarnos unas cervezas y darnos cuenta del problema que tenía la costa de toda la isla con unas microalgas que las contaminaban. Desde aquel chiringuito, se veía aquel pedazo de tierra adentrándose en el mar mientras su gemela, la Montaña Roja, se veía en la lejanía rodeada por completo de Atlántico. Medio escalando, subíamos por el pequeño sendero que llegaba a la cima con paso corto, obligando en algún momento a una paradita para recuperar el aliento. Desde arriba, las magníficas vistas que da la altura de toda aquella región al sur de Tenerife.
Masca
Mirador de Masca
De Claudio nace el hacer mi cuarta y última caminata. En el Parque Rural de Teno, desde el mirador de Masca en particular, ya se adivinaba el descenso que haríamos por su barranco hasta llegar al mar. Como cabras montesas descendíamos de roca en roca entre aquellas dos paredes que en su día formó la lava en su descenso al mar y rodeado de piedras y cañas a lo largo de todo el trayecto. El día acompañaba y el camino estaba lleno de turista que hacía lento el caminar. Casi seco bajaba el barranco, mientras Claudio nos contaba otros tiempos donde el caudal
Barranco de Masca
Barranco de Masca
fluía vivo como nunca. Sobre una de las paredes que nos rodeaban, las antiguas canalizaciones de aprovechamiento de agua dulce todavía perduraban a pesar del paso de los años. Siempre la pregunta de cómo llegarían hasta allí cargados con esas tuberías y llegando tan alto como estaban colocadas. Tras unas horas y después de un tentempié con aquellos pajarillos amigos que siempre gustan de un piscolabis, unos gatos salen a nuestro encuentro. Señal inequívoca que la playa estaba a unos cientos de metros, como así fue. Una pequeña cala da vida a la salida de este barranco en mitad del desfiladero de los Gigantes, dando fin a un descenso de 700 metros en apenas cuatro o cinco kilómetros.
Claudio
Final del Barranco de Masca y los gatos anunciados por Claudio, preludio del final de la etapa
Ésta última ponía fin a mis caminos y a nuestras vacaciones por una de las islas afortunadas. El deseo de volver se volvió patente desde que pusimos pie en las escalinatas del avión que nos traía de vuelta a casa. El cariño que pusieron en el tiempo que allí estuvimos Pascale y Claudio hacen la vuelta obligatoria. No lo dudo, pronto volveré.

4 comentarios:

  1. “El deseo devolver “ y la profecía... Volverás!

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  2. Guillermo, me ha encantado... me has llevado a mi juventud en la que correteaba todos esos caminos. Muchas gracias. Simplemente, me quito es sombrero...
    Creo que el siguiente viaje debe ser La Palma....

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    1. Ya sabes que tomé nota y no dudes que lo tenga para próximas vacaciones. En cuando al post decirte que siempre es un reto llegar a las personas de las tierras de las que hablo. Muchas gracias.

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