De Guillermo Rodríguez Bernal

jueves, 17 de noviembre de 2016

Bilbao.

Gernika
Imagen de la fachada del frontón de Gernika
Todavía anochecido, se inició nuestro caminar por aquellas calles que, a esas horas, se inundaban del trasiego de personas con su ir y venir, con las prisas del que va a trabajar o del que vuelve del trabajo a casa. Nosotros serenos en nuestro andar por el largo y tortuoso trecho que para este día teníamos preparado, con Lezama cerrado la etapa sería larga. Atrás quedaba, y eran testigos de nuestro paso, aquella calle porticada, aquel mural del desastre, aquella iglesia de Santa María, aquella Casa de Juntas y aquel seco y viejo tronco de roble símbolo de la patria vasca, atrás dejábamos Gernika. Desde ahí, acompañar el paso que en su día dieron los antiguos señores de Bizkaia, cuando volvían de tomar decisiones sobre el devenir de los asuntos de su tierra.
Bilikario
Caminando sobre las nubes
Fue amaneciendo a medida que subíamos al monte Bilikario, el suelo mojado por el rocío y la neblina mañanera nos hacía tener cuidado a cada paso que dábamos. Llega un momento en que la altura nos hace ver sólo el cielo y aquella montaña que parecía nacer del mar de nubes que teníamos a nuestros pies. Pasarían unas horas caminando por aquel remanso de paz, cuando vi a José Manuel pararse estando de mí a unos veinte metros. Mira su móvil y paciente espera que llegue a su altura sin apartar la vista de lo que leía, como si esperara a que aquel mensaje pudiera variar. “Hillo Willy, es el grupo de amigos. Rafael ha muerto”. Silencio sobre el silencio en el que ya estamos, shock que te hacía sudar a pesar del frío de aquel monte, todo parecía igual y algo grande faltaría a partir de ahora, momento de profunda tristeza por sentir la pérdida de algo nuestro a muchos kilómetros de distancia. Aquella batalla de un amigo, que luchaba sin armas para defenderse, la perdía ante un enemigo invisible que le atacó desde dentro de sus entrañas hasta acabar él. Poco se puede decir de cómo fue nuestro caminar a partir de ahora.
Larrabetzu
Cementerio de Larrabetzu
Pasó poco tiempo cuando empezamos de nuevo a bajar y aquel remanso de paz se convierte en el trasiego propio de las cercanías a las capitales. Algo nos decía que abandonaríamos el caminar entre montañas, dejaríamos de ver los caseríos que salpicaban sus laderas y las subidas y bajadas de vértigo que habíamos tenido hasta entonces serían más suaves, aquellas lomas vascas desaparecerían. Ahora, la llanura y el arcén de la carretera nos llevaron de Goikoelexalde a Larrabetzu. Allí, en la plaza Askatasuna, paramos para tomar algo de líquido, reponer las botellas y comer un poco de fruta. Creo que hablamos poco hasta llegar allí.
Lezama
Iglesia de Santa María de Lezama
Levantarnos, aderezarnos con nuestras mochilas y más arcén hasta llegar a Lezama primero y a Zamudio después. En Lezama, sale a relucir esa cultura futbolera que siempre tuvo mi querido amigo, aunque poco rastro hubo de aquella ciudad deportiva del Atletic. Después, camino de Zamudio, más arcén y bastantes camiones allí aparcados que obligaban a salir peligrosamente a la carretera. Antes de llegar al restaurante Julen Guerrero, una rotonda divide el caminar y desorienta al peregrino. Flechas con direcciones opuestas que te hacen dudar. Elegimos meternos hasta el corazón de Zamudio, a pesar de tener que seguir con la carretera a un lado y las fachadas de las naves industriales al otro. Poco a poco nos acercamos a los alrededores de la preciosa iglesia de San Martín de Arteaga, que nos hace ver la vida de este municipio vasco y nos señala el cambio de dirección para alcanzar nuestra meta de hoy.
Lezama y Zamudio
Humilladero del Santo Cristo de Lezama y la iglesia de San Martín de Arteaga en Zamudio
Bilbao
Bajando a Bilbao
Pronto llegaríamos a Bilbao, se sentía cerca, pero un gran muro arbolado nos separaba de ella. El monte Iturritxualde sería la barrera natural que habría que saltar para llegar a nuestro destino y poder completar los más de treinta kilómetros de hoy. Cargados de paciencia comenzamos la subida sin prisas y con la constancia precisa para no perder ni un minuto, la tarde se echaba encima y queríamos comer en el Casco Viejo. Alguna carretera, senderos anchos y estrechos en nuestro caminar y parcelas con buenas casas a nuestro paso. Como premio, llegar entre aquellos pinos a ver Bilbao envolviendo a su ría. Ya teníamos ganas de estar allí. Llegado el momento, no recuerdo si perdimos las flechas o nos olvidamos de ellas, justo al pasar a la vera de la Basílica de Begoña, pero tiramos de intuición y, quizás un poco más tarde de lo previsto, el Casco Viejo nos abría sus puertas en la Plaza de Unamuno y aquel batzoqui cercano a la catedral de Santiago apagaba el hambre con el que llegamos. De nuevo dormiríamos en otra capital vasca.

4 comentarios:

  1. Buen relato de la etapa (cómo acostumbras a hacer) diría que es casi cómo caminar juntó a tí (vosotros)

    Lamento la pérdida de vuestro amigo

    Mis condolencias sentidas y sinceras

    Buen Camino

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    1. Gracias Fernando. Me alegra que te gustara. Fue una etapa que nos causaba respeto por la distancia y las cotas a superar, pero ya sabes, a todo se llega. Un abrazo.

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  2. Día de muchas emociones y contrastes, como siempre relatando vuestro andar con meticulosidad, es un placer leerte.

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    1. Gracias Pilar, el placer es mío con tus palabras. Pues sí, contrastes es la palabra más propia para todo el día que vivimos en esa etapa.

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