De Guillermo Rodríguez Bernal

viernes, 1 de junio de 2018

La ciudad de Tarragona.

Arco de Bará
Arco de Bará
Conduciendo pegado a la costa catalana, nos topamos con un arco romano. Es un arco de triunfo el de Bará y fue el preludio a una mañana intensa de visitas, por una de las ciudades españolas donde más se acentúa la presencia del imperio romano en la península. Desde ese momento quise transitar por la vía Augusta antes que por la N-340. Y es que a falta de seis kilómetros para llegar a Tarragona, no sé cuantos pasos romanos serían, volvemos a tener muestras de Roma en un antiguo monumento funerario. A pie de carretera se yerguen lo que queda de la torre de los Escipiones, de los pocos que hay en buen estado dedicado al culto de los que partieron. Y estábamos únicamente arrancando.
Puerta del Roser
Puerta del Roser
Mi vía Augusta nos lleva al corazón de Tarraco y ya llevábamos tanto plano como ganas de descubrir la ciudad. Los derroteros de tener que aparcar, me llevan a atravesar la muralla de la antigua ciudad caminando por la puerta del Roser, para dar a la plaza Pallol. Nos empezamos a dar cuenta que Tarragona es Roma y es Medievo (muralla romana y puerta medieval). Ultimamos algunos detalles en la oficina de turismo y admiramos la ciudad a escala en una maqueta de lo que fue Roma en Hispania a principios de nuestra era.
La carrer Major me lleva a la pla de la Seu y tras unas escalinatas nos encontramos la catedral totalmente rodeada de puestos de venta ambulante. Ya sea con mantas en el
Pla Seu
Catedral, soportales y fuente en Tarragona
suelo, mesitas de playa o en pequeños tenderetes, ponían a disposición de los que por allí pasábamos libros, cacharros viejos, juegos de niños de antaño, monedas, antiguos vinilos y un sinfín de recuerdos personales a la venta, que daban el ambiente adecuado a tan magno edificio y utilidad a aquellos soportales con las bases de sus arcos más grandes que quizás haya visto jamás. A los pies de sus escaleras, robustas fuentes de piedra que abastecían de agua fresca a aquellos vecinos en el paso de los tiempos. En la catedral había misa, así que lo justito para no molestar a los fieles, intentando imaginármela primero como templo dedicado a Augusto, como catedral visigoda luego y como mezquita árabe después antes de convertirse en templo cristiano.
Catedral Tarragona
Cristo sobre sarcófago romano en el interior de la catedral de Tarragona
Para salir de ese pequeña ciudad amurallada, hacerlo por la pla del Rei. Desde allí, como si de un balcón se tratara, una de las vistas más bonitas de toda la ciudad. Ante nosotros el bien cuidado anfiteatro romano olía a la sal del Mediterraneo que siempre lo acompañó. Toca dar un paseo y acercarnos primero a Forum Roma. R
Anfiteatro romano
Anfiteatro romano
estos arqueológicos donde se entrevén lugares de culto, locales comerciales, edificios públicos para impartición de justicia, casas y todavía se ven tramos originales de las antiguas calles romanas que lo unían todo. Después terminar nuestro paseo por la ciudad por la Rambla Nova, para descubrir que Tarragona también es Modernismo. Cerca de dos kilómetros de paseo rectilíneo que da vida a los tarraconenses por sus terrazas, restaurantes, tiendas, centros públicos o el disfrutar del deambular de todos los que pasean por él. No sé si a mitad o principio de aquella maravilla de paseo, el monumento a los Castellers creado por Francesc Anglès, nos hace saber que también la ciudad es tradición catalana.
Tarragona
Modernismo en la Rambla Nova, Castellers y Forum Roma
Abandonamos Tarragona por el norte y a unos cuatro kilómetros aparcamos el coche. Una pequeña caminata, entre arboleda y por estrecho sendero, me lleva al acueducto de Les Ferreres, conocido como el Puente del Diablo. Nueva obra del emperador Augusto de un poco más
Ferreres
Acueducto de Les Ferreres o Puente del Diablo
de doscientos metros de largo por casi treinta de alto, que suministraba de agua dulce a la cuidad desde el río Francolí. Lo que más asombra es su perfecto estado a pesar de estar sin ningún tipo de protección. Hasta el siglo XVIII estuvo cumpliendo la misión para la que fue creado, hacer circular agua acercándola a la cuidad.
Y con esto abandonamos del todo la que fue capital de la Hispania Citerior Tarraconensis. Ya sabéis, si algún día caéis por allí, la ciudad de Tarragona no te dejará indiferente. Por último dedico este post a un amigo de mi barrio que cambió su vida en Sevilla por abrirse camino por estas tierras catalanas, con el deseo de volver a verlo alguna vez. Por aquellos días en los que vivíamos todo tan intensamente Carlos.

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