De Guillermo Rodríguez Bernal

jueves, 22 de septiembre de 2016

El Camino de Ella y Él.

Como tenía por costumbre, Ella se lavaba la cara y se medio acicalaba el pelo antes que amaneciera. El albergue de A Gudiña parecía más sombrío que nunca, la noche era muy cerrada y, al parecer, algún problema habría con aquella farola que siempre dejaba entrar algo de luz a través de una de las ventanas y que esa noche no hizo. Con el móvil a modo de candil, Ella empezó a bajar la escalera todavía soñolienta y tambaleante y enfocaba a la puerta tratando de buscar la llave que alumbrara el comedor. En la cocina, con su lámpara frontal sobre la mesa, Él terminaba de fregar la taza de café que se acababa de tomar y observaba a la chica como se terminaba de ajustar su mochila y buscaba su bordón para salir a caminar. Deseos de buen camino de una sonriente Ella y de un aparente cabizbajo Él.
A Venda da Capela
Uno detrás del otro salieron a caminar, pegando antes un buen portazo a la puerta para dejarla bien cerrada y que posiblemente rompiera el sueño de algún peregrino. Una decena de metros separaba el ruido que los dos bordones hacían al chocar en el asfalto de la carretera que les llevaba a A Venda do Espiño. Cada uno a su paso y con sus pensamientos, empezaba aquella etapa que se avecinaba dura por la larga distancia a recorrer.
Al llegar a aquel grupo de casas medio abandonadas donde el camino parece bifurcarse, Ella optó por el carreterín que bordea Espiño y Él por la única calle que la atraviesa. Caminando en paralelo, Ella lo miraba a media distancia transformando la sonrisa en pequeña risa y Él con mirada fija al frente, con media mueca y sintiéndose observado, se mostraba indiferente pero con un pellizco placentero por esa actitud de Ella con su persona.
Paso a paso iban cayendo kilómetros para estos peregrinos, hasta el momento de llegar al embalse As Portas. Ellos y el despejado cielo que ese amanecer brindaba, eran testigos del despertar de aquellas verdes laderas y el contraste con el azul del agua estancada del río Camba. Alguna neblina mañanera se transformaba en nube y casi se dejaba caer sobre el agua, rozándola, para no abandonar ese paraíso inigualable en el que estaba, formando parte de ese cuadro natural único en tierras ourensanas. Ella cambia su sonrisa por cara de asombro y con su vieja Nikon no paraba de hacer fotos queriendo guardar de forma digital todo aquello que le rodeaba. Él se sentía afortunado y único en el mundo ante aquel espectáculo natural que el Camino le daba la oportunidad de contemplar. El paisaje hizo inevitable las primeras conversaciones entre aquellos espectadores de ese mágico trozo de mundo.
Embalse As Portas
Sentados juntos en una piedra al borde de la carretera, con esa facilidad para crear hermandad que da el caminar, se presentaba Él como segoviano de Turégano. Hablaba de su vida y de cómo siendo niño ayudaba por unos duros a montar los puestos que poblaban los domingos la Plaza de España de su pueblo, dejando para el resto de la semana los trabajos en la reconstrucción del castillo, del que fue llamado por su ayuntamiento. Al poco tiempo, comenzó a trabajar de camarero en uno de los bares de los soportales de la misma plaza, pasando a llevar una vida más estable pero llena de monotonía. Contaba el bache anímico por el que pasaba, explicándole a Ella, de la mejor forma que el hombre sabía, el poco sentido que le veía a la vida que llevaba, lo atrapado que se sentía en aquel pueblo que lo vio nacer y del que tan poco salió obligado por los deberes de su vida. Un día, viendo un reportaje en televisión, compró lo que pensaba que podría necesitar y salió de su casa en busca de Santiago de Compostela, aprovechando el camino que viene de levante. Todo dicho bajo la atenta mirada de Ella, que lo escuchaba con atención mientras Él hacía figuras en el suelo con un trozo de rama a la vez que hablaba.
Cementerio de Luarca
Retomando el caminar, que nunca fue bueno parar demasiado tiempo y mientras Él tomaba algo de fruta, Ella se arrancó hablando sobre su vida. Asturiana hija del sepulturero de Luarca, pasaba las tardes viendo el ir y venir de los barcos a puerto desde aquella maravillosa atalaya donde trabajaba su padre. No era nada parecido a aquel puerto de Ferrol, con aquellos barcos enormes, donde pasaba parte de las vacaciones en casa de la familia de su madre. Mirando al cielo mientras caminaba, le contaba que siempre tuvo muchas inquietudes por conocer mundo, lo que le llevó a conocer muchos pueblos y ciudades de España y Portugal. Utilizaba el Camino como medio para conocer gentes y lugares que de otra forma nunca haría. Estaba haciendo la Vía de la Plata desde Sevilla porque veía en ese camino la mayor diversidad de paisajes, formas de vivir, gastronomía y cultura que podría encontrar, en comparación con el resto.
Así continuaron su caminar esta vez mucho más despacio, como si no quisieran llegar al final de aquella etapa y disfrutando de la compañía que uno le daba al otro en ese escenario inigualable. Al dejar la carretera y coger el camino que lleva a Campobecerros, Ella se acordó de una leyenda de la que alguna que otra vez oyó hablar. Se trataba de un Gigante que moraba cerca de donde estaban. Era distinto dependiendo de la persona que contara la historia, ya fuera del lugar o peregrino, aunque nunca llegaron a concretar si lo vieron con claridad o simplemente fueron alucinaciones. Algunos de ellos no hablaba de gigante sino de un lobo, de los que tanto abundan por esta sierra, pero de tamaño sin igual que siempre rondaba las cercanías del pueblo.
Las campanas de la iglesia de la Asunción de Campobecerros daban las once de la mañana y nuestra pareja la tenían a la vista en la lejanía. Abandonaban la Serra Seca y se les abría la puerta del Parque Natural O Invernadeiro. Al unísono se miraron y se cogieron de la mano fuertemente, para ayudarse en la tremenda y vertiginosa bajada que los separaban del pueblo. Bajaban y pisaban de lado despacio, asegurando cada paso, y las lascas de pizarra caían por la pendiente por lo mal asentado del terreno. Todavía no habían empezado a sudarles las manos cuando de pronto sintieron como un desprendimiento de pequeñas pero multitudinarias piedras caían de arriba y a gran velocidad, lo que les hizo parar y acurrucarse uno junto al otro. Una especie de sombra hizo parecer que tenían a algo sobre sus espaldas de gran tamaño. Al volverse Ella un fuerte golpe de aire la tiró y la soltó de la mano de Él. Tras rodar unos metros trató de buscar a su compañero pero la tierra la cegó pudiendo ver tan sólo, entre parpadeos, como algo descomunal se alejaba cuesta arriba con gran destreza a pesar de la pendiente. Rápidamente buscó a tientas en su mochila su botella de agua para aliviar sus ojos. Fue entonces cuando se vio sola, con unas cuantas lascas de pizarra cayendo todavía de la cima de aquella ladera, con un viento que cesó de repente y con su cuerpo a dos pasos de la carretera que daba la bienvenida al pueblo de Campobecerros.

Pincha aquí para ver más sobre el Gigante de Campobecerros.

No hay comentarios:

Publicar un comentario