De Guillermo Rodríguez Bernal

jueves, 19 de febrero de 2015

La Voz del Capataz.

            Se me presenta mi vecino y amigo Alfonso Carmona para que le escriba algo sobre sus experiencias como capataz de la iglesia de Santiago de Castilleja de la Cuesta. Me comenta que se hará un boletín especial en marzo en el que pedían la colaboración de hermanos, que en su día tuvieron una actividad dentro de la Hermandad. Me senté con él y tomé notas sobre lo que normalmente hacían los capataces antes, durante y después de todo el recorrido procesional, yo no tenía ni idea. Dejaba a mi libertad el texto pero me pedía que le diera un espíritu cofrade que reflejara el sentimiento que se vive en mi pueblo todos los viernes santos. Éste fue el resultado publicado en la página 47 del boletín número 30, de marzo de 2012.

            "Las campanas de mi iglesia de Santiago me avisan que tengo que marchar a mi compromiso con Nuestro Padre Jesús de los Remedios. Toda una mañana de silencio y pensamiento sobre mi misión de sacar en procesión a Nuestro Señor. Trato de recordar el más mínimo detalle, para que su paso por las calles de Castilleja esté a la altura de todos aquellos que lo miran con devoción. El último apretón a la corbata y marcho camino de mi Casa Hermandad, donde la mayoría ya han llegado. El cielo despejado, no lloverá. Abrazos, risas, nervios y alguien que falta a última hora... Mis costaleros están listos. Desde los que repiten cada año, con aparente tranquilidad y sabiendo esperar el momento, hasta los que sentirán el peso de una trabajadera sobre sus hombros por primera vez, inquietos y con el nudo en la garganta. Mi charla de última hora y decirles que todo va a salir bien, muy bien. Que llevando a nuestro yacente en el corazón y en el pensamiento, nada puede salir mal. Sólo queda dar ánimos y partir a su encuentro. Él nos espera.

            Caminamos ligero, con ganas de llegar y empezar cuanto antes. La plaza empieza a tener el bullicio al que estamos acostumbrados una hora antes de la salida. La banda se prepara en el costado de mi iglesia, que será la guía que marque los pasos de nuestro caminar. Dentro, ya tenemos bastantes nazarenos. Ahora la tradición manda y como cada año, durante siglos, igualo a mi gente y empiezan a hacerse la ropa. Saben que el costal no puede tener ni una arruga, las alpargatas bien ajustadas y la faja todo lo apretada que se pueda. Los veo y mi añoranza de aquellos años en los que estaba con ellos, con la misma preparación. Se acerca la hora. Me acerco a mi Señor. Apoyado, le miro a la cara y bajo mi cabeza cerrando los ojos. Le hablo, mientras noto como se me acelera las pulsaciones sin tener que tocarme la muñeca. El cura nos llama, todos rezamos y llega el momento en que las lágrimas empiezan a aflorar. Para eso no hay ni edad, ni experiencia, ni hombría. El sentimiento manda.

Y empieza a oler a cera. Los cirios están encendidos y la claridad de la calle empieza a entrar en la iglesia. Llegó el momento y los nervios empiezan a desaparecer, obligados por el cumplimiento del deber. Las puertas de par en par y la primera levantá dedicada a aquel que necesita de los dones del que yace en el Santo Sepulcro. Con la mano firme y segura de su misión, hago sonar el martillo, que suena más fuerte que nunca. Gritos de debajo del paso que erizan el vello y paso seguro hasta la puerta. La Marcha Real suena, el murmullo se convierte en aplausos, Nuestro Señor está en la Plaza, lo más difícil está hecho. Avanzo sobre los adoquines y con la distancia justa doy el “Ahí quedó”. Es hora de Nuestra Señora de la Soledad.

Una vez fuera, a continuar por nuestras calles de Castilleja. Sin perder de vista su marcha, veo los cuellos estirados de nuestros vecinos buscando su cara. Las lágrimas son ahora de muchos de ellos, que con fe se persignan y lanzan su oración en silencio. Piropos de la gente a los costaleros que hacen que vuelen con el paso que llevan encima. Ardua labor y ayuda inmejorable de mis ayudantes y contraguías. Algún balcón con una saeta al vuelo, que hace que el sentimiento cofrade alcance su cénit. Y llego al cruce que tomaron aquellos que marcharon para siempre. Vuelvo a mi Señor, estoy seguro de que les habla y les dice que está aquí con ellos también. En espíritu, se hace notar su presencia con nosotros. Nuestro recuerdo latente en ese momento hace revivir días pasados, en los que ellos estaban con nosotros, con las mismas ganas, los mismos nervios, la misma ilusión, las mismas lágrimas y la misma felicidad de poder estar allí. Pero tenemos que seguir.

Ya se ve el arco, ya estamos de vuelta. La plaza nos espera repleta de gente y a la cuadrilla no le falta la más mínima fuerza para llegar. A la puerta de la iglesia nos esperan para verlo recoger. Trato de alargarlo lo más posible, para disfrutar de mi Señor en la calle. Y lo mezo una y otra vez bajo los aplausos de mis vecinos. Pero llega el momento y Nuestro Señor de los Remedios se despide de las calles de Castilleja, en su plaza de Santiago. Sin darnos cuenta la Marcha Real vuelve a sonar de nuevo. Llantos contenidos que explotan en el interior de la iglesia. Sonrisas de que todo salió mejor que nunca. Abrazos y la espera de un año para volver a tenerlo bajo nuestros hombros una vez más."

2 comentarios:

  1. Entre las reacciones encuentro que falta una: EMOTIVO... Un fuerte abrazo amigo por esa pluma y esa expresión de sentimientos, que llegas a entrecoger muy hondo.

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