De Guillermo Rodríguez Bernal

domingo, 11 de septiembre de 2011

El inicio de nuestro primer Camino.

Plaza de Armas
Salida de Sevilla en estación Plaza de Armas
Estaba todo pensado, todo comprado y ya se había acabado ese echar lo mínimo en la mochila, y que me llevó varías horas haciendo y deshaciendo continuamente. Era nuestra primera salida al Camino y no creo que haya que describir a los que leemos estas páginas, todo lo que supone el día antes. Habíamos fijado nuestra salida en Astorga. La fecha de inicio sería un miércoles santo, con lo que teníamos que estar, de una manera o de otra, en la localidad leonesa a primera hora de la mañana. Nuestro transporte desde Sevilla sería la línea de autobuses que va de Algeciras a Ferrol, o quizás fuera a Coruña. Hacía sus paradas en Sevilla y en varias localidades más de nuestra conocida Vía de la Plata. La hora de salida a las once de la noche. La prevista de llegada a las nueve de la mañana. Trataríamos de dormir por el trayecto, a pesar de saber lo difícil que puede ser dormir en un autobús.
 Y allí estábamos José Manuel y yo, más que puntuales, a la espera de la salida. Tanto su mochila como la mía infladas a mas no poder, llevando por fuera el saco de dormir y las botellas de agua. Era imposible meterlo todo dentro. Quien me diría a mí, por entonces, que me sobraría espacio dentro metiendo saco y botella. Cogí asiento en ventanilla y José Manuel se quedó en el asiento de pasillo. Arrancó el autobús y ya deseábamos llegar para ponernos a caminar. Las tres primeras filas estaban ocupadas por monjas que hablaban de ir a Ferrol. Casi a nuestro lado, un matrimonio mayor con un niño de un par de años. En el asiento de la escalera de bajada, una señora enjuta y nerviosa. El resto eran en su mayoría moros, que suponíamos que aprovecharían la línea para buscar aventura en el norte de España.
 Nuestra primera parada fue en Zafra, la Sevilla extremeña. Era parada larga y dos furgonetas grandes de la guardia civil esperaban fuera para darnos la bienvenida. Moro que bajaba, moro que pasaba antes por un cuartito que tenía la benemérita pegado al área de servicio. Hicimos algún comentario sobre el tema y es cuando mi amigo se decide a bajar, pensando en comprar una botella de agua por si la sed hacía acto de presencia. Desde jóvenes, mi amigo José Manuel, fue apodado “el negro” por su tez morena. No tengo que decir más. Fue bajar y al cuartito. Miraba para atrás y lo único que veía era a un amigo muerto de risa detrás de los cristales de un autobús. “Que no, que yo soy de Sevilla, que soy español”. “No se preocupe, si es un registro rutinario”. Pa’ dentro. A la vuelta, cara de circunstancia y risas por lo anecdótico del tema. Detrás suya, un guardia civil decide subir y hacer una inspección, suponíamos que también rutinaria. “Señora eso del asiento es suyo”, preguntó a la ocupante de detrás de la escalera. “No, no es mío”. “Viaja su acompañante con usted”. “Si claro”. El guardia preguntaba si viajaba con ella, pensando que era conocido. La señora quería decirle que viajaba con él porque estaba al lado suya, simplemente. “¿Viaja con usted y eso no es suyo?”. “Eso es, pero eso no es mío, es de él”. “Vamos a ver señora, ¿el que ocupa el asiento es familiar suyo o algo?”, ya se mosqueaba el guardia. “Que va, si no lo conozco de nada”. El guardia, se puso de nuevo la gorra y continuó mirando por el autobús pidiendo papeles y revisando los equipajes. Una vez arrancado el autobús, mirada cómplice de los dos y pensamiento común. ¡Vaya como empieza esto!.
Decidimos acomodarnos lo mejor que podíamos para intentar dormir lo que quedaba de viaje. Es complicado buscar postura cuando mides cerca de dos metros y el asiento de delante está tan pegado al tuyo. Si te colocas lo más recto posible, al cabo del tiempo empieza a dolerte el culo. Si doblo las rodillas hacia un lado y me “reschingo” un poquito, puedo apoyar la cabeza en el cristal pero al poco tiempo empieza a doler la cintura y las rodillas. Y cuando crees coger la postura y empezar a coger sueño, el autobús que se desvía de la autopista para entrar en otra localidad. Las rotondas se encargan de recordarme que es difícil dormir en un autobús. Ya de madrugada, el cansancio empieza a vencer y el sueño aparece. Por poco tiempo, porque el chiquillo de al lado empieza a preguntar a la abuela si queda mucho, si vamos en un autobús, que porqué es de noche, si van a encender las luces. Los abuelos tratan de hacerle ver al chiquillo que tiene que dormirse y que tenía que estar calladitos que otras personas dormían. A más explicaciones, mas dudas de la personita que no paraba de preguntar, ante la desesperación de los abuelos y de medio autobús, que sentían lo difícil que es dormir en un autobús.
La señora de la escalera, empieza a sentir incomodidad. “No puedo estar tanto tiempo sentada”. Se empieza a dar paseitos por el pasillo. Al estar a oscuras, trata de guiarse por el único sentido que le era más fiable: El tacto. Avanzaba pasillo arriba, pasillo abajo tratando de buscar el reposacabezas siguiente y encontrándose, la mayoría de las veces, la cabeza de otro viajero o la boca abierta de algún dormilón, haciéndole recordar lo difícil que es dormir en un autobús.
Nuevas paradas y más comentarios con mi compañero de caminos de lo duro que está resultando el trayecto, pero ya empezaba a clarear por el horizonte y el miércoles santo empezaba a desperezarse. El autobús iba con retraso. Desesperados llegamos sobre las nueve y media a Benavente. Hubiéramos cogido en ese momento y nos hubiéramos quedado allí por la desesperación. Además parada larga. Después de todo, no vino mal. Aprovechamos y dos despachamos un buen desayuno. Sabíamos que la próxima vez que saliésemos de ese infierno de chapa y
Estación autobuses Astorga
Estación autobuses de Astorga
cristales, sería en nuestro destino final. Todos en el autobús nuestro chófer empieza a salir de la estación y recorrer las calles de Benavente. “Pare usted y de la vuelta por favor”, se levantó gritando una de las monjitas. “Que ocurre hermana, como vamos a parar”. “Se me ha olvidado pagar la manzanilla, tiene que usted que dar la vuelta”. “Pero como voy a dar la vuelta, hermana”. “Que sí, que sí. Inmediatamente. Yo no puedo estar así sabiendo que no he pagado la manzanilla”. El conductor dijo… Bueno no dijo mas nada. “Porque todavía estoy cerca de la estación”. Dio media vuelta en una rotonda y volvimos a la estación para que la hermana cumpliera con su obligación. Salimos de la estación de Astorga pasadas las diez y media de la mañana. En frente nuestra, el Gaudí. Nuestra primera foto de nuestro primer camino. Comenzamos a caminar.
“Quillo, Willi, hay que ver lo difícil que es dormir en un autobús”. “Pues sí, Negro, pues sí”.

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