De Guillermo Rodríguez Bernal

viernes, 11 de septiembre de 2009

Cañaveral.

Saliendo de Casar
Saliendo de Casar de Cáceres
A pesar de estar bien entrado el mes de septiembre, las ventanas y portalones del albergue estaban abiertos de par en par. No sé si era el tremendo calor, la algarabía de juventud en la plaza o las campanadas del reloj del ayuntamiento, pero estuve casi toda la noche despierto y con la inquietud que me daba el no descansar para la dura etapa del día siguiente.
Miliarios
Cementerio de Miliarios
Resonaban los golpes de bastón sobre el adoquinado de las calles al partir, siendo aún de noche con el fin de evitar las horas malas de calor en lo que se pudiera. En la oscuridad que nos daba el no haber rebrotado el día, nos despedimos de la iglesia de Santiago y, sin mirar atrás, nos alejamos de Casar de Cáceres. Buena pista para caminar, sin lugar a equivocación, pasando entre fincas de ganado o atravesándolas a través de pasos canadienses. En algún lugar de este tramo un montón de miliarios romanos, amontonados unos sobre otros. En el camino nosotros y un par de peregrinos vascos que caminaban desde Sevilla. Eutiquio Vallejo, charlatán, nervioso y gran andador, y Julio, caminante tranquilo y siempre sonriente, nos sacaban la sonrisa con sus conversaciones a grito pelao por aquellas tierras extremeñas.
Embalse de Alcantara
Embalse Alcantara del río Almonte
Pronto, se acercaba la nacional y continuábamos con continuas subidas y bajadas que ponían a prueba la fuerza de nuestras piernas. El calor empezaba a reinar a nuestro paso por el río Almonte. Impresiona la magnitud del embalse de Alcantara, que te fuerza a pararte a contemplar tanta cantidad de agua embalsada. Luego cruzar el Tajo, que por la cercanía, poco le quedaba para llegar a tierras portuguesas.
Cerca de Cañaveral
Cerca de Cañaveral
A partir de ahí, desviarte y comenzar la subida al cerro Garrote que nos hizo acabar con las pocas fuerzas acumuladas. El calor apretaba y el agua se acababa. Recuerdo que todo era monte bajo, los arbustos tenían a su sumo un metro de alto. Nada de sombra. Encima de un cerrillo, una especie de casa abandonada, nos sirvió de refugio momentáneo para sofocar un poco la flama del Camino. Allí compartimos risas y conversación con nuestros amigos del norte. Una vez refrigerado el cuerpo, continuar con la tediosa pista. Una indicación caída nos hizo pasar de largo el desvío a Cañaveral. A los 33 kms largos que teníamos que hacer tuvimos que sumarle unos tres o cuatro más debido a la equivocación. Volver y bajar por una pronunciada cuesta de pizarra que recordaba a la que mucho después bajamos en Campobecerros, hasta llegar al precioso puente de San Benito. Luego la subida al pueblo, sin agua y casi deshidratados. A la salida del camino a la carretera un mesón fue nuestra salvación. Recuerdo con el ansia con la que nos bebimos una botella de agua y de la buena comida que compartimos. Lo que quedaba hasta llegar al pueblo se convirtió en un agradable paseo. En la tarde-noche, un tremendo chaparrón inundó de aguas las calles de Cañaveral. Cosas del tiempo. Como ninguno, el gin tonic al atardecer, que no todo es caminar.

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