De Guillermo Rodríguez Bernal

domingo, 26 de enero de 2025

El Alto del Calatraveño.

Villaharta
Salida de Villaharta
Una tapia, con un punto de cruz hecho de hilo azul de pintura acrílica, se despedía de nosotros en una de las últimas casas de Villaharta. Un cielo azul, ese ambiente limpio que deja ver con claridad la lejanía, el frío inesperado que mantenía el termómetro a la verita del cero y algo de esas subidas llevaderas, que parecen asustar y después se quedan en nada, eran el arranque de esta decimo primera etapa desde nuestra salida de la capital malagueña. Con las fuerzas renovadas, la sonrisa en la cara y la ilusión de un nuevo amanecer caminero, dejábamos atrás el pueblo de Villaharta y, justo en frente, se dejaba ver a lo lejos los últimos cerros a vadear de la Sierra Morena andaluza.

Pasado el Cortijo San Isidro
Pasado el Cortijo San Isidro
El cordobés Arroyo de las Serranas y el Cortijo de San Isidro fueron el fin de un repecho que nos llevó a una pista ancha y cómoda en el caminar. Algunos kilómetros hicimos entre fincas de encinas, olivos y con pinceladas de matas de manzanillas, que rompían el verdor de lo que nos rodeaba. En poco, un desvío hace que la bajada se vuelve brusca, lenta y embrujadora. El sendero se hace sinuoso, estrecho y la vegetación te rodea casi por completo. La encina es más joven pero los líquenes envuelven sus ramas y la hacen parecer envejecida. Mencionable el trabajo de pintura de flechas amarillas que daban la tranquilidad que el peregrino necesita para saber que va por buen camino. Igualmente, las barandas de madera, en los tramos difíciles, y los escalones que amortiguaban esa bajada eran de agradecer.

Río Guadalbarbo
Río Guadalbarbo
Llegamos al Guadalbarbo. Fue cruzarlo, por unos pivotes de hormigón puestos para no mojarnos, y aprovechar el merendero del otro lado para beber algo de agua, estirar músculos y descansar un poco. Después tocaba subir de golpe de los 537 metros, en los que estábamos, a los 732 de altitud. La jara, ese sin fin de encinas y parcelas de olivos eran testigos de aquella subida que se afronta con paso corto y poca conversación, midiendo fuerza. Una nueva pista, ancha y cómoda sería lo siguiente, teniendo siempre bajo nuestros pies el trazado de la antigua cañada real soriana.

Dejndo el Guadalbarbo
Dejando el Guadalbarbo
Cerca del Calatraveño
Subiendo al Calatraveño
Poco quedaba para nuestro fin de etapa y el camino hizo que se volviera incomodo. Entre olivos nuestras piernas sufrieron un trazado de mucha piedra, que hacía medir cada paso, tener la cabeza baja y sufrir esa pereza que da el saber que la meta está cerca pero aún no se ha llegado. A nuestra vera, en unos metros tan sólo, el arroyo del Lorito parecía llevarnos de la mano hasta las minas Guillermín, que en nada salen a nuestro encuentro. Algún que otro animal de granja corre buscando el refugio, poco habituado al paso por aquellas tierras de personajes como nosotros. Pocos metros después, antes de alcanzar el puerto del Calatraveño, se encontraba el lugar donde pasaríamos la noche. La candela de una buena chimenea hizo que no pasáramos frío aquella noche y dos perros guardianes el que durmiéramos tranquilos. Solos en aquel pseudo-albergue, regentado por Rosa y Javi, a la espera del amanecer del día siguiente que nos haría continuar hasta Alcaracejos.
Buena pista
Alguna de las buenas pistas de subida al Calatraveño

No hay comentarios:

Publicar un comentario