De Guillermo Rodríguez Bernal

domingo, 20 de octubre de 2013

Tarragona. Centcelles, Miravet, Tortosa y la desembocadura de un río.

Arcos de las Termas de Centcelles
Arcos de las Termas de Centcelles
Muy azulado se levantó la mañana de aquel viernes de septiembre en la ciudad de Tarragona. Hoy abandonaríamos la que fue capital de la Hispania Citerior Tarraconensis para ir en busca de la desembocadura del Ebro y conocer el delta del río más caudaloso de España. Por el camino, las paradas necesarias para conocer lo más importante del sur de esta provincia catalana.
Y es a pocos kilómetros de nuestro despegue cuando un desvío nos dice que paremos y visitemos la villa de Centcelles. Ruinas romanas de lo que fue el mausoleo de Constante, señor de la villa de Constanti. Parte de su precioso mosaico sobre la bóveda aún se conserva, así como los arcos de lo que fueron sus termas. Breve parada, justa y necesaria para conocer parte de ese legado tan importante de Roma en estas tierras.
Miravet
Miravet desde el Ebro
Después de esa parada, coger carretera dirección sur. La N-420 nos hace subir un par de puertos y algún que otro collado, teniendo siempre a la derecha la tan recordada y querida Serra de Montsant. Y así, después de cruzar por primera vez el Ebro, nos topamos con la muralla del Castillo de Miravet. Infranqueables por su altura guardan en su interior un restaurado castillo templario con su patio de armas, sus almenas, una iglesia románica y dos torres, la del tesoro y la de la sangre, con alguna leyenda templaria guardada entre sus muros. Desde su torre más alta, unas vistas preciosas del pueblo y de un Ebro que serpenteante parece ir más despacio para estar más tiempo contemplando tanta belleza desde allí abajo. Me parece escucharle decir que se quiere quedar allí, que no quiere ir a morir al Mediterráneo, pero sigue su curso sin poder detener su discurrir.
Barca en Miravet
Barca en Miravet
Después bajar al pueblo, pasear por sus calles y por aquel paseo al lado del río que hará las delicias de sus habitantes en las calurosas noches de verano. Un tiempo después vi fotos en blanco y negro de cómo soldados cruzaban por ahí mismo, en aquella guerra que enfrentó a hermano contra hermano en la batalla de Miravet. Irnos sin poder dejar de mirar atrás y cruzar el Ebro de nuevo, esta vez en barcaza. Sin motor, el barquero monta coches y peatones y, aprovechando la corriente, un entramado de cuerdas y un timón, hábilmente te pasa a la otra orilla, haciéndolo como se hacía siglos atrás.
Tortosa y monumento a la batalla del Ebro
Tortosa y monumento a la batalla del Ebro
Sigo por la C-12 no despegándome de nuestro río, que nos acompaña para llevarnos a Tortosa. Aparcar y caminar, empezando la visita por su precioso parque Teodoro González. Después por sus calles y entre sus casas, hasta desembocar en la enorme catedral de Santa María. Mi recuerdo de uno de sus ábsides que veía como crecía hacia el cielo con otros más pequeños encima, soportados por esos pináculos y arbotantes que el gótico creó para que resistieran el paso del tiempo. De allí subir al castillo de la Zuda, con una tremenda pendiente por el barrio del Castell. Arriba hermosas vistas de la catedral, la ciudad y, cómo no, del Ebro dando vida y luz a Tortosa, destacando entre sus aguas el monumento erigido a los que perdieron la vida en aquella batalla del ‘38. Me parece escuchar a nuestro río decir que se quiere quedar allí, que no quiere ir a morir al Mediterráneo, pero sigue su curso sin poder detener su discurrir.
Delta del Ebro
Delta del Ebro
Sólo quedaba, para acabar el día, llegar a Deltebre, con el fin de montarnos en uno de los catamaranes que te hacen ver el Ebro mucho más cerca, navegar por el Delta. Arrozales, cañaverales, carrizales y muchas aves te hacían sentir parte del Parque Natural. Buenas las explicaciones de nuestro guía sobre su formación y su historia. La problemática sobre las presas hechas al Ebro y los diferentes trasvases de sus aguas, que hacen que afecten muy directamente a toda aquella zona protegida, al no llegar el caudal suficiente. La voz de ese río resignado que ve en su delta la mejor forma de fundirse con el Mediterráneo, de formar parte de él. Hasta allí lo acompañamos, hasta su misma desembocadura, despidiéndonos con el deseo de volver a cruzar sobre él, ya sea por tierras catalanas, aragonesas o riojanas. Pues sí, volveremos.
Desembocadura del Ebro
Desembocadura del Ebro

Pincha aquí para "Tarragona. La Mussara, Prades, Siurana, Scala Dei y alguna que otra leyenda"

6 comentarios:

  1. Esplendido reportaje de una zona de mi tierra...que apenas conozco. Magnificas imagenes y un texto descriptivo que hace que uno ande por estas tierras ribereñas. Un abrazo, Guillermo...y continua con " el deseo de volver".

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    1. Gracias Armand. Me alegra que te guste. Ya sabes, la tienes muy cerquita y cualquier escapada es buena, sobre todo por esa sierra de Montsant. Buenos paseos tienes por allí y mejores vistas. Una abraçada, amic.

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  2. No cabe duda de que sabes poner la miel en lo labios para que se nos despierten las ganas de vistar los lugares que describes. Conozco bien la zona ya que vivo cerca, poco más de una hora distancia. Lo cuentas tan bonito, que ya tengo "deseos de volver". Gracias.

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    1. Sí que lo tienes cerquita, Pilar. De hecho tienes una ruta importante que es la de los Tres Reyes, en el que están incluidos como pueblos importantes Alcañiz, Morella y Tortosa

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  3. Perfecto maestro... y comercial de agencia de viajes.... lo "vendes de maravilla" ... solo un pero más que una barca parece un coche lo que hay en la foto... :-p Gracias no pares... Abrazos Willy...

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    1. Lo de la barca en realidad eran dos barcas alargadas y con el entarimado que se ve encima, formando así la base. Entraron tres coches, osea que aguante tiene.
      Muchas gracias, Pedro.

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