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San Sebastián C.F. |
Despierto la otra mañana con un
sueño que me traía tranquilidad a ese espíritu que tan alterado tenemos en esta
época que estamos viviendo. La magia de los sueños, en muchas ocasiones, hace
que vuelvas atrás en el tiempo y mitiga esos dolores que dejaron las personas
que ya se fueron al volver a tenerlas cerca. Encuentros sin traumas, sin dolor,
casi pasando desapercibidas las penas que se pasaron por ellos cuando partieron.
Como si nunca se hubieran ido y hayan continuado con nosotros por siempre.
De esos flashes que se quedan en
la memoria al despertar, recuerdo un paseo con Pepito. Sí, aquel que todavía
mantengo como amigo desde que nacimos y que en su popularidad con el futbol lo
conocieran como Baños. Justo antes de despertar veo un seat 127 color canela
aparcado en la puerta de mi vecina. Era mi tío Manolo, que estaría en casa con
mi tía Antonia de visita. En el momento de abrir los ojos, intento forzar de
nuevo el sueño y que me haga volver a ese punto, pero fue imposible.
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Pedro, Paz, mi padre y Jesús |
El tiempo pasa, las personas se
van y no vuelven y algo de ellos se queda en nosotros formando parte de nuestro
ser. Ese tiempo también deja atrás a las personas que, aunque sigan con
nosotros, nos marcaron en cierto modo con esa energía que después se pierde con
el paso de los años. Quiero con estas letras volver a soñar, pero esta vez
despierto. Recuperar vivencias de niño con las personas que formaron parte de
ese trocito de calle San Sebastián de mi querida barriada y que, en parte,
ayudaron a ser de mi lo que soy hoy.
Y empiezo por el final de mi
calle y el recuerdo de la familia Cabrera. Manolo siempre sonriente, nervioso,
con idas y venidas continuas, buen amigo de mi padre y orgulloso siempre de sus
hijos Manolito y Jesús. Veo a Paco y a Narci, con sus hijos jugando en la
puerta y al abuelo Antonio, el gran Zeppelin, trianero de adopción y estrella
del ciclismo en tiempos, sentado disfrutando de sus nietos. Cerca de otra casa,
una furgoneta con una máquina de coser pintada delataba que los Bermudez
estaban en casa y de una de las escaleras salen corriendo Elena y Noelia. Justo
enfrente, la ternura y la seriedad se juntan en los caracteres de Manuela y
Amador “el tranviario”. Pareja entrañable y muy querida en la calle. Entre
ellos se escapaba la pequeña de la casa, Rosarito, que se unía al resto de
niños. Alejandro el carpintero y Manuela su mujer no podrían faltar en este
sueño, por tratarse de personas que reflejaban bondad nada más verlas. Nunca
olvidaré a ese hombre y su risa tan particular.
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Con Eduardo y la Charini |
Fernanda apoyada en la tapia de
su casa mientras su marido Pepe volvía de su paseo, siempre bien arreglado y de
negro riguroso por la partida de su hijo Nono. También andaban por allí la
familia Prada. Su madre Isabel daba la merienda a María Gracia y a Isabel. Juani
era ya mayor y tiraba por otros lares buscando algo más acorde con su edad.
Para los hermanos Mendez paso ya desapercibido y su madre Amparo se despide de
ellos diciéndoles que tengan cuidado. Joaquín Galvez y Carmen rodeados de
hijos. Cuanta ternura en ese hombre y cuanta fuerza en esa mujer. Santi, mi
gran amigo, a mi lado, siempre juntos. Ramón a la zaga sin perdernos de vista y
los malogrados Sagrario y Joaquín sonrientes desde su terraza nos saluda. Andrés, Juanma,
Carmelita y Quisco también tienen esa edad en el que la calle se les queda
chica. Avanzando creo a ver a María la de Ortiz que se asoma a la ventana para
despedir a su hijo Alejandro, ya con hijos, y que viene de visita. Otra persona
entrañable para mi padre y que todavía tenemos entre nosotros. Su nieto
Alejandro, de nuestra edad, también corretea buscando juego con los amigos.
Parado en el 34 veo a dos
familias muy distintas. La primera la de Paco con su hijo Gustavo. Se fueron
pronto de la calle y dejaron paso a Carmela y a Francisco. Su hijo Juanda
también a nuestro lado, Mari busca a mi hermana mientras Francis y Jose corretean
uno detrás del otro por la terraza con pañales puestos. La Charini, justo al
lado, en esa familia tan especial formada por Pedro Puerto y Carmela, muy
queridos en casa. Sus hijos Paco y Pedro salen con el balón de reglamento bajo
el brazo para ir a entrenar con el Coca. Leo y su hermana Carmen parecen
disfrutar tranquilamente del sol de aquella tarde. Justo enfrente Lolita
Arispón, ternura personificada, y su marido Armando Gutierrez, nuestro trovador
particular. Otra pareja a la que se echa de menos en nuestra calle.
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Una gran familia |
A partir de aquí me llena más si
cabe ese sentimiento de orgullo del lugar donde nací. Era una casa grande donde
la calle era nuestro patio particular y sus gentes mi familia. Empezando por
María y Antonio, cuantos recuerdos de ellos. Y qué decir de sus hijas Marisol y
Amparo, a las que veía como hermanas mayores. Recuerdo con mucho cariño los
achuchones que me daban siendo yo muy niño. Al lado de mi casa quiero recordar
a Paz y a Pedro. No conocí a mis abuelos de sangre y ellos hicieron de abuelos postizos
para mí. Sin olvidarme de sus hijos Pedro, Dorín y Jesús que también hacían las
veces de mis tíos particulares. Justo enfrente Antoñita y su marido. La de
veces que nos reñían por jugar a la pelota a horas en la que tendríamos que
estar en casa. Justo al lado Lorenzo y Aurora. Él era mi padrino de bautizo y
el de boda de mis padres. Entrañables recuerdos de sus hijas Tere, Pepi y
Aurori, sin olvidar a Ricardo “el catalán”, sobrino que venía de Barcelona a
pasar el verano con nosotros y que tristemente nos dejó hace unas semanas por
culpa del coronavirus. Justo enfrente mi familia hermana, Rafael Durán y
Esperanza. Él funcionario de justicia y ella bailaora y artista de los pies a
la cabeza. Me parece ver al bueno de Rafael todavía espátula en mano arreglando
los bollos de su 850 verde. Eduardo, Maricarmen y Rafa niños buenos entonces y hombres de bien ahora.
Siempre sonrientes y con ganas de pasarlo bien. El último en llegar a aquella
familia fue Rafael David, mi juguete de chiquillo y mi amigo de mayor.
Y me paro para entrar en el 27.
Veo a Carmelita liada con la comida. La abuela Carmen venteando el cisco en el
brasero con un trozo de cartón. Manolito Baños sale con su boina y su bastón a
dar una vuelta por la plaza. Pepe “el portugués” fumando un cigarrillo en el
patio bajo el peral y José Manuel y Paco esperándome para jugar a una partida
de bolas en su patio. Creo que no he confraternizado más con una familia
distinta a la mía que con ellos. Siempre estarán en mi corazón.
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Tere y Rafa. Al fondo Manolito Baños con Antonio |
Siguiendo calle abajo, Carmeluchi
ve irse a Juan a trabajar, mientras sus hijas desde la terraza son testigos de
cómo sacamos a escondidas la pelota de casa de los Baños, sin que la abuela
Carmen nos viera. Pepi está también con sus padres, Bollo y Josefa, en la
terraza mientras María José y Angelito salen a la calle al bullicio de tantos
niños como éramos. Fini estaría poco tiempo pero el justo para que apareciera
por aquí, dejando salir a sus hijas a la calle en aquel batiburrillo de niños
corriendo. Años antes, Reyes advertía a Manolín y a su hermano que se portaran
bien, otros que se fueron de Coca siendo niños. Dolorcita ya parece recuperarse
de aquel incendio que asoló su casa. Su hija Loli sonríe cuando su hermana
Chari empieza a meterse con nosotros, aunque realmente éramos nosotros los que la
pinchábamos para que lo hiciera. Mucho duró aquella recriminación de que se
rompieron unos zapatos por salir corriendo detrás de nosotros. La última de la
zaga, Angelines, iba camino de mi casa también buscando a mi hermana.
Mi recuerdo también para Antonio
y María. Siempre pendiente nuestra. Fue María la que, llamándonos la atención
cuando pasábamos cerca, nos obligaba a saludar educamente: “Ehhhh, ¿qué se
dice?”, a lo que respondíamos: “Buenas tardes María, buenas tardes Antonio”. Lecciones
de civismo que perduran en el tiempo gracias a aquella mujer. Ya en la esquina,
Pilar, que también nos quería mucho. Aquella risa suya tan particular hacía de
ella una mujer entrañable. Muchas veces jugábamos en el descansillo de su
puerta con su nieto Pauli cuando venía a visitarla.
Me vuelvo llegado al final y veo
una calle llena de vida, con personas entrañables. Vida sencilla con gentes
pobres en recursos pero riquísimas en virtudes. La calle donde me crié y me
hice un hombre de bien, porque no puede salir nada malo de allí. Creo que nunca
llegaré a ser recordado por los demás como yo me acuerdo de ellos. Son tiempos
en los que creemos que nadie necesita ya de nadie. Pienso que estamos en
momentos en que debe ser todo lo contrario. Todos necesitamos de todos.
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Dos amigos |
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buenos recuerdos...
ResponderEliminarSí Pedro. Recuerdos de niñez que duran para siempre.
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