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Puente Mayor sobre el Miera |
Si Cantabria y Andalucía pueden
tener cosas en común, Liérganes es una de ellas. Allí estaba Francisco de la
Vega para recibirnos y el Puente Mayor para ayudarnos a cruzar uno de los
protagonistas de la ruta de hoy: el Miera. Ese río en el que desapareció este
lierganés siglos atrás, apareciendo años después en la bahía de Cádiz y dando
lugar a la leyenda del Hombre-Pez. Creo que no hay punto mejor para comenzar a
caminar en este pueblo de piedra y casonas con balconadas llenas de flores.
Sólo tienes que perderte entre sus calles e ir descubriendo sus casas, la Plaza
del Marqués de Valdecilla y el agradable paseo del Hombre Pez, sin dejar atrás
la subida a la monumental iglesia de San Pedro. Para desayunar, siempre será
bien recibido un chocolate acompañándolo bien con bizcocho, con buñuelos o con
churros, que añade más fama aún a este municipio cántabro.
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Casonas en Liérganes y Francisco de Vega, el Hombre-Pez |
Dejamos atrás Liérganes y río
arriba, dirección sur, llegamos a Rubalcaba en unos tres kilómetros. Algún que
otro sendero sale desde este punto, pero hoy nos quedamos con la Cruz que da
fama al barrio, el lustroso blasón de la casona Miera-Rubalcaba y el conjunto
construido junto al Miera de puente medieval, ermita y molino. Una delicia para
los sentidos.
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Puente y cruz de Rubalcaba. Fachada de la casona Miera-Rubalcaba |
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Pista de fútbol sala en San Roque de Riomiera |
Poco a poco nos inundamos de
belleza por estos valles que formó el Miera y llegamos a la pequeña localidad
en San Roque de Riomiera. Sobre una ladera, y cruzándola la carretera,
cualquier espacio es aprovechado. Desde soportales para aparcamiento hasta una
buena cancha para hacer deporte. Como eje la iglesia de San Roque y, después de
un corto paseo, sentirte que se adueña de ti el contorno de estos valles
Pasiegos, que empiezas a descubrir y en el que acabas adentrándote. Y es que,
si continuamos nuestro camino, te sumerges y llegas a formar parte de un lienzo
colmado del verdor de las laderas y de casas pasiegas repartidas por todas
partes.
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Saliendo de San Roque de Riomiera |
En una estrecha y serpenteante
carretera, aquella que te lleva al Portillo de la Lunada, se deja ver un pequeño lugar para dejar el coche en el arcén y una
escalera de piedra al otro lado. Subes por ellas para llegar al mirador de
Covalruyo. Allí se multiplican por diez esas sensaciones que trato de explicar,
al admirar el circo del Miera desde tanta altura. Justo en un lado, un monolito
con letras del poeta cántabro Gerardo Diego, dedicadas a nuestro río allí donde
nace y que dicen así:
“Río Miera ¿quién te vio más arriba de San Roque, brincando de lastra
en lastra burlando alisas y robles? De peñas te descolgaste desgarrándote en
jirones, sin torrente los tobillos en las quiebras de las hoces. Altos cantares
de
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Mirador de Covalruyo |
nieblas aprendiste de pastores y, según bajas, riendo vas volando corazones.
Mozo, te festeja Liérganes con arco de puente noble y tu pecho ya se ensancha para
reflejar honores. Quién te vio allá, río Miera y te ve manso de roces dilatándote
en toneles y cubas de sombra y bosque. Antes de agrietar los labios con la sal
del Puntal norte. Río Miera, quien te viera y te ve, no te conoce. En brazos de
la marea. Una vez luz y otra noche. Dos veces al día mueres, de azul belleza
salobre.”
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Ternero recién nacido en la feria de ganado de Vega de Pas |
Dirección sur nos adentramos en
la provincia de Burgos para girar de nuevo dirección norte y volver a cruzar la
frontera cántabra, llegamos a Vega de Pas. Estaba de fiestas el pueblo con una
feria ganadera. Mucho ambiente en aquella calle principal que la separa de
inicio a fin. Primero comer, después paseo entre subastas y ventas de ganado,
incluyendo el nacimiento de un ternero entre las cercas. Por último la visita a
una casa pasiega. En ella, nuestra guía nos hablaba de lo duro que era vivir en
aquellos valles manteniendo al ganado, de las partes de una casa pasiega, de la
habilidad de los pasiegos de transportar el sustento de los animales con una
sola vara y de la producción de todo tipo de productos lácteos que los hacía
mantenerse más mal que bien. Pronto partimos, no sin antes comprar a muy buen
precio quesada y sobaos pasiegos como recuerdo de aquellas tierras.
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Rollo Heráldico en Selaya |
De nuevo carretera y admiración
por aquellos valles regados esta vez por las aguas del Pas. Conducir lento y
con paradas continuas para cargarte de toda aquella maravilla natural que nos
rodeaba. En nada estábamos en Selaya. Otro buen paseo admirando sus casonas,
señal de los buenos tiempos que en algún momento abrigaron a la comarca. Me
vienen al recuerdo una bolera cubierta de hojas de los frondosos árboles que la
cubrían. Justo al lado el palacio de Donadío, entre casona y fortaleza rodeado
de un alto muro a forma de pequeña muralla. El rollo heráldico, emblemático en
la localidad, y la ermita de San Roque, en una de las salidas que tiene el
pueblo.
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