|
Teleférico de Fuente Dé |
Familias con pequeños, grupos de
amigos, abuelos de excursión y nosotros esperando la cola del teleférico
situado en el circo glaciar de Fuente Dé. En mi interior, nace el sentido
contradictorio que, por un lado, me hace desesperar en la larga cola que tenía por delante y, por el
otro, me hace sentir la angustia de tener que volver a subir en otro aparatejo
sostenido por un cable. La ascensión me deja a más de 700 metros desde donde
estaba en cuestión de tres minutos. Arriba, el sudor frío de la subida, el
brusco cambio de temperatura y la belleza sin igual de esa vertiente de los
Picos de Europa. Buen inicio de jornada el que se avecinaba en aquellas
recordadas vacaciones de 2014 por tierras cántabras.
|
Picos de Europa - Fuente Dé |
Fue precisamente allí, rodeado de
toda aquella roca caliza, donde conocí al guía que me acompañaría toda aquella
jornada. Yo por la CA-185 y él por su cauce, seguiré el murmullo del recién
nacido Deva por todos aquellos lugares que creó con la fuerza de sus aguas
durante siglos. De camino, veo como decenas de ríos y arroyos se le van
uniendo en pocos kilómetros, haciéndolo más grande si cabe.
|
Casona en Mogrovejo |
Como ya tocaba, decidí hacer la
primera parada en Mogrovejo. Patria chica de Santo Toribio y donde se aprecia
el vivir de las gentes de aquella zona sin que el turismo lo haya contaminando
todavía. Su torre, su austera y coqueta iglesia de Nuestra Señora de la
Asunción, casonas a medio derruir y otras totalmente rehabilitadas y el queso.
Allí descubrió mi paladar “el picón”, que mezclado con miel de las abejas de
aquellas tierras, me hizo recordar el llamado “desayuno de la abuela” asturiano
del que disfruté en la Arenas de Cabrales de hace bastantes años.
|
Ermita de San Miguel |
Pero el Deva me reclama y me obliga
a que continúe, pasando primero por Camaleño y luego por Turieno. A la
salida, en un cruce, encuentro señales peregrinas. Flechas amarillas, una
cruz con la inscripción “ayer, hoy, siempre” y la imagen de un peregrino, me invita a desviarme al monasterio de Santo Toribio de Liebana. Arriba el lugar
donde descansa el Santo con aquel trozo de la Cruz traída de Jerusalen por él
mismo. Este Lignum Crucis es el trozo más grande que se conserva en todo el
mundo. El monasterio es también albergue de peregrinos. Desde Santander nace el
Camino Lebaniego que te trae a este monasterio. Sus monjes franciscanos te
darán la lebaniega, documento que te dice que cumpliste con este tramo. Por
último, y antes de volver a la tutela del Deva, subir unos metros más arriba y
disfrutar de las preciosas vistas de la sierra de la Viorna desde la ermita de
San Miguel.
|
Torre del Infantado y Templete en la Plaza Capitán Palacios |
En nada estoy en Potes, capital
de toda aquella comarca. Será el momento de comer algo en la multitud de
restaurantes que afloran a mi paso por el centro. Aquí, bien me puedo quedar
con la torre del Infantado, la monumental iglesia de San Vicente o con la plaza
Capitán Palacios y su precioso templete, pero me quedo con un paseo sin rumbo
por sus calles, tapeando en los bares más escondidos o paseando por la rivera
del otro río que lo cruza. Junto al Quiviesa, abajo del todo, quedarás
asombrado de los puentes que ayudan a cruzar a los que están arriba, como el Nuevo,
el de San Cayetano o el de la Cárcel. Ellos y sus calles dan la bien merecida
fama a esta localidad cántabra que te cautiva desde el momento que pones el
primer pie en ella.
|
Puente Nuevo, Iglesia de San Vicente y Puente de San Cayetano, en Potes |
Bien comido continúo con
mi marcha y cruzo el pueblo de Tama. A su salida, una fábrica de los
famosos orujos de Liebana y, justo en frente, un centro de interpretación del
Parque Natural de los Picos de Europa. En pocos metros cuadrados, la amplitud
de este parque en un recorrido muy bien marcado e ideado.
|
Santa María de Lebeña y antiguo Tejo |
Casi acabando la jornada, el Deba
me acerca a Lebeña. Desde la misma carretera se ve la joya que esta localidad
guarda, su iglesia dedicada a Santa María. Prerrománico cántabro explicado con
un encanto especial por la mejor guía que puede enseñártelo, una señora de
Lebeña dedicada a su mantenimiento. No quedará detalle por explicar, os lo
aseguro. Desde su construcción por los condes de Liebana, don Alfonso y doña
Justa, con el fin de traer los resto de Santo Toribio allí, hasta la de su ya
muerto Tejo milenario, plantado junto a un olivo que todavía perdura a lado de
la iglesia. Ese olivo que ayudaba a quitar melancolías a la condesa que era de
origen andaluz y añoraba su tierra. Jamás vi un olivo de esa altura.
Que maravilla, tal como lo explicas dan ganas de visitarlo. Habrá que ir.
ResponderEliminarPues sí Pilar. Merece la pena una visita a todo ésto. Me alegra que te haya gustado.
EliminarQue gran tradición tienen los Tejos, siempre acompañados por Ermitas, iglesias y lugares ancestrales de culto...
ResponderEliminar