Era un día
como el de hoy. Un ocho de julio de hace catorce años. Puede parecer asombroso
que después de tanto tiempo pudiera acordarme de aquel día como si fuera hoy,
pero lo recuerdo. Leía por entonces la segunda parte de Fortunata y Jacinta,
época por la que me dio por el autor canario.
Me pasé casi
toda la mañana y parte de la tarde en una sala de espera, donde las personas se
desesperan y lo único que tienen que hacer es eso, esperar. No dormí bien la
noche anterior, el sillón de aquella habitación era incomodo y no estaba hecho
a mi medida, pero no notaba señal de sueño en el tiempo que estuve allí.
Deambular de gentes durante todo el día, pero yo estaba tranquilo y no me
molestaban. Buscaba mi rincón y leía. Por la tarde ya estuve más acompañado. Los
amigos y la familia se acercaron a estar conmigo, para acompañarme todo lo que
su tiempo les permitía. Era indudable que, a pesar de tratarse de un hospital,
el acontecimiento lo requería.
No eran
todavía las ocho cuando me llamaron por megafonía. Tenía que subir a no
recuerdo que planta y allí a no recuerdo que lugar. Me pusieron un babi verde,
una gorra verde, unos pantalones verdes y un cubre zapatos verde que rompí a
los pocos segundos porque no había de mi número. "Es igual, p'adentro así
mismo", me dijo mi sastra sanitaria. Dentro estaba Isabel con la cara
desencajá por el dolor, llevaba cerca de 29 horas de parto y había llegado el
momento. Me puse a su lado, agarrándole una mano con una de las mías y
acariciando su cara con la otra. Dando ánimos y diciéndole que ya no quedaba
nada para terminar con aquel sufrimiento. Llegó un momento en que vi que ya no
oía, ni sentía nada y yo no quería perderme aquello, así que durante unos
segundos la dejé y me puse detrás de toda aquella gente allí congregada. Todos
estábamos de verde y eran las ocho y media de la tarde.
El ocho de
julio de hace catorce años, vi nacer a mi hija. Te quiero Isa.
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