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Peña de los Enamorados (El Indio) |
Allí quedaron la lechuza y el
halcón del párroco cetrero de la iglesia de Santiago. Allí dejamos la amable
atención del camarero del bar donde unas tostadas con aceite dieron fuerzas
para nuestro comienzo. Allí seguía la puerta de Granada en nuestro caminar por
las calles antequeranas. Allí parecía yacer aquella figura de “indio” que
formaba la peña de los enamorados. Atrás quedaban, a lo lejos, las piedras del
Torcal, rodeándose de nubes en su cima mientras empezaba a despertar aquella
mañana de sábado. Arranque de jornada caminera entre las huertas cercanas a
Antequera, a las que ponía límite la autovía, que unía la ciudad de Málaga con
el norte, y el Guadalhorce, río, dueño y señor de toda aquella vega
antequerana. Después, caminar entre olivos y sin desniveles, teniendo a
centenares de conejos como testigos de que por allí pasaban peregrinos
caminando a Santiago y de gentes que aprovechaban la mañana para correr, dar un
paseo caminando o montado en bici acompañado de algún que otro amigo. Como
conversación, aquella que daba Correjaco de sus pasos anteriores, donde contaba
que muchos de esos campos también se poblaban de almendros, dando un colorido
especial según la época del año en que se caminara.
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Purisimo Corazón de María en Cartaojal |
Tras el largo, ancho y bien
asentado sendero por el que caminábamos, aparecieron a la vista las figuras de
las primeras casas de Cartaojal y el momento de una primera parada del día.
Justo en un poyete de un jardín en uno de los costados de la iglesia del
Purísimo Corazón de María, disfruté de una manzana, algo de zumo y el agua
justa que me hicieran sentir satisfecho y con fuerzas para continuar. Mientras,
Pedro se tomaba su descafeinado mañanero y conseguía algún sello del pueblo para
la credencial.
A la salida, nuestras flechas
amarillas nos hacían girar por un sendero que llevaba a Villanueva de Algaidas.
Siguiendo al viejo correcaminos, dejamos a un lado las indicaciones y
continuamos recto, siguiendo la tranquila carretera que nos llevaba derecho a
nuestro destino. Si es cierto, que fueron once kilómetros que se hicieron
largos y anodinos. Olivos y girasoles, girasoles y olivos, donde la única forma
de romper con lo monótono era intentando descubrir a los conejos que
correteaban entre las zarzas de la cuneta de la carretera. También decir, que
en nada aparecieron nuestras flechas amarillas, que indicaban que por allí
pasaba el camino antes de aquel desvío por Villanueva. Este era el camino de
Pedro desde que caminara muchos años atrás, cuando todos pensaban que el camino
que llevaba a Santiago era únicamente aquel que unía la Galia con la capital
gallega.
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Llegando a Cuevas Bajas |
A la derecha salía a relucir el
sendero a tomar, aprovechando los muros de una casa en ruinas para echar un
trago de agua y dejar reposar las piernas un poco del largo trecho caminado
sobre asfalto. Continuar, ya pisando tierra, con la compañía de pivotes con
marcas jacobeas o con las franjas rojas y blancas del GR que pasaba por allí y
que nos marcaba nuestro camino. Tras continuas subidas y bajadas, la llegada a
Cuevas Bajas, donde un mercadillo nos daba la bienvenida. Miradas de asombro de
muchos que veían llegar a dos locos sonrientes, cargados con una mochila bajo
un sol abrasador. Lo mejor de todo, nuestra estancia de hoy. Cuevas Bajas
brinda al peregrino un albergue que por tener tiene hasta aire acondicionado en
las dos plantas que lo conforman. Una maravilla y todo un lujo para nuestros
agotados cuerpos.
cara del Indio...
ResponderEliminarcara del Indio...
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