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Catedral de Sevilla |
Creo que no hay nada como salir
peregrinando hacia el apóstol desde casa. Aquel 18 de octubre, estábamos los
tres en la puerta de la
Asunción de la catedral. Una lluvia muy fina hacía creer que
subíamos a Bruma, en el camino inglés, o que salíamos de Leboreiro, en el
francés. Pero no, estábamos en Sevilla. Las siete y cuatro minutos cuando nos
miramos y empezamos a caminar. Qué raro se nos hacía buscar las fechas en una
ciudad que tanto hemos vivido. Qué distinto es el caminar con bastón y mochila,
donde antes paseábamos yendo de tapas. Nuestra primera flecha en el bordillo de
la calle García de Vinuesa. En el mismo lugar, un poco más arriba, el azulejo
de los amigos de la Vía
de la Plata invitándonos
a comenzar la andadura. Al fondo, el plateresco del ayuntamiento nos decía
adiós. Y detrás, la Giralda
que desde arriba nos decía que allí se quedaba, pero que nos acompañaría con la
mirada de su Giraldillo hasta que llegáramos a Santiponce.
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Santiago en la Catedral de Sevilla |
Y empezó nuestro caminar a más de mil
kilómetros de Obradoiro. Después de la calle Jimios, la sinuosa calle Zaragoza.
Nunca pude imaginar que tuviera tantas señales. En nada salir a Reyes Católicos
y atravesar el Paseo Colon. Antes de cruzar el Guadalquivir, por lo que en
antaño era un puente barcas, disfrutar del brillo de la Torre del Oro y la
luminosidad de la Maestranza. Y
despacio, muy despacio, caminar por el puente de Triana con la vista en el
templete de la ermita de la
Virgen del Carmen en el Altozano y al fondo los azulejos de
su catedral, la iglesia de Santa Ana. Dejamos Sevilla y entramos en Triana.
Juan Belmonte
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Primera señal en la salida desde Sevilla |
parece volverse para despedirnos en tan largo caminar, cuando me
parece escuchar el arrastrar de alpargatas del de Las Tres Caídas y los gritos
de “guapa y guapa” a la Virgen Marinera.
En el mismo Altozano, el mercao de Triana lleva despierto unas horas y lo
preparan todo para recibir a trianeros y sus compras. En ese mismo lugar, antes
se escuchaban lamentos, gritos de dolor y de muerte en el Castillo de San
Jorge, castillo de la Inquisición. En
Callao, olor a barro de los alfareros trianeros, donde la cerámica es, y ha
sido durante siglos, arte en estado puro. Por la larga calle Castilla se
acelera el caminar, no queriendo dejar al barrio de las dos cavas, la de los
civiles y la de los gitanos. Cuando todo se acaba nos sale a despedir el Señor
de Triana, un Cristo con nombre de gitano: El Cachorro.
Abandonando Triana se te viene a la cabeza aquellas sevillanas de Paco Palacios
"El Pali", como canto a este barrio y cuya letra dice aquello de:
Sevilla tuvo una niña, y le pusieron Triana.
La bautizaron en el Río
los gitanos de la Cava.
Padrino la Torre el Oro
y madrina la Giralda.
La Cartuja pa el bautizo
Regaló una palangana
Vaya un bautizo con arte,
muchos barbos en adobo,
mucho vino y alegría.
Y allí aprendieron los moros
el baile por bulerías
Quiero dedicar estas letras de mi
salida de Sevilla, a dos antiguos vecinos que ya no están con nosotros. Muy
queridos por mi familia y por todos los vecinos de la calle donde nací y me
crié. A doña Lolita Arispón y a don Armando Gutierrez. Bailaora y poeta con un
amor muy profundo a Triana y a sus gentes.
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