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Iglesia de San Juan en Valcarcel |
A José Manuel, por como es, se le pueden dar multitud de
definiciones. Hay una en la que coincidiríamos muchos de los amigos que lo
conocemos. Fortaleza física y espíritu de sacrificio. La primera gracias a su
constitución y el deporte que ha hecho durante toda su vida. La segunda por la
capacidad de soportar, hasta límites insospechados, cualquier tipo de dolencia,
sin chistar.
La única vez que he llegado corriendo a un albergue, fue al
municipal de Villafranca del Bierzo. Deje mi mochila y le dije a la hospitalera
que volvía a recoger a mi amigo que venía mal. Cogí la suya y nos fuimos
despacito hasta el albergue. De reojo miraba el del Jato, pero aquel día
hubiera pedido una suite en un hotel de cinco estrellas. Era apoyar el pie en
el suelo y se encogía de dolor. Estaba muy mal y nunca lo había visto así. Ya
en el albergue, tanto la pareja salmantina con la que coincidíamos, como Colen,
un escocés un poco raro, no veíamos nada en su pie. Era cosa de tendones y eso
necesita reposo.
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Hospital |
El tiempo nos respetó desde que salimos días atrás de
Astorga. Aquella tarde comenzó la llover. Lluvia que nos acompaño hasta el
mismo Santiago. Por la mañana traté de vendar su pie con el mimo que se lo
haría a mi hija. Tenía a mi amigo hundido. Mañana gris y lluviosa en la que nos
enfundamos nuestros capotes y comenzamos a caminar. Íbamos despacio. No
importaba. Donde llegáramos. A la salida del pueblo, vimos como un bar que
parecía abierto. Nos acercamos y creo que no era ni bar. Allí se despidió de mí
deseándome Buen Camino. Si el me lo decía, era porque no podía. No cabía
insistir. Partí con la cabeza baja y sin mirar atrás. Tenía que llegar a
O’Cebreiro lo antes posible.
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Subiendo a O Cebreiro |
El caminar feo y monótono por carretera, protegido
continuamente por los bloques de cemento, la ducha de los camiones que a su
pasar limpiaban el asfalto de agua y los desvíos inhumanos para pasar por
determinados pueblos, terminando otra vez en la odiada carretera, hasta llegar
a Las Herrerías. Dos horas antes, en el desayuno, la señora del bar me dijo que
no fuera hoy a O’Cebreiro, que se esperaba tormenta y por allí todo estaba mal.
Solo asentí.
Tanto en el bar como cruzando Las Herrerías llamé a José
Manuel. Yo me encontraba muy bien, a pesar de lo ligero que iba. Daba ánimos al
compañero de Caminos y le comentaba que nos veíamos arriba, y que mañana ya
estaría bien para caminar. A todo esto, me cruzaba bastantes veces con Colen el
escocés. Tarde cuatro horas en llegar allí. Todo iba como se tenía previsto.
Ahora comenzaba la pendiente.
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Monte de Fontán |
Mi primer contacto con la nieve lo tuve con un coche que
bajaba de la montaña. Capó y techo con una cuarta de nieve. “Habrá estado
aparcado toda la noche y el hombre no se lo habrá quitado”. La lluvia se hacía
cada vez mas fina, hasta que llegó el momento que se convirtió en nieve. La
cuesta empezaba a pesar, sabía que era la recta final y me lo tenía que tomar
con tranquilidad. Cuando empezaba a perder un poco el aliento paraba para
recuperar. El aire empezó a soplar con fuerza, haciendo que la nieve cayera en
horizontal. Venía en contra con lo que me tenía que proteger la cara por el
dolor que me producía cuando me daba. Estaba empapado de toda la jornada
lloviendo y el frío empezaba a ser mayor. Mis paradas eran cada vez a menos
distancia unas de otra. No respiraba bien, pero si me paraba me entraba frío.
Me encontraba con problemas y sólo. Colen tomó la delantera y lo perdí. El
móvil no tenía cobertura. Lo apagué. Estaba tan mal y en un lugar tan infernal,
que no podría atenderlo si alguien me llamaba. Y menos dar sensación de
agotamiento a la persona que me esperaba arriba. Para él tenía que ir todo
bien, demasiado tenía ya con su preocupación. Fue ese el único momento, en
todos mis Caminos, en el que me pregunté eso de “que coño hago yo aquí”,
“porque no estoy en Sevilla y no con esta locura”. Sabía que tenía que tener
cerca La Faba,
pero mi velocidad era muy lenta y mis paradas incalculables. Miraba para atrás
buscando donde fue la última vez que me paré y no había mas de diez metros. Así
no llegaría. Durante un momento se apacigua un poco el viento y ya veía La Faba.
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Entre la Laguna y Cebreiro |
Entre en un bar exhausto. Antes de hacerlo, vi a lo lejos la
silueta de Colen. Había pasado por lo mismo y estaba esperando verme. Le
salude, mostrándole el pulgar, en señal de que estaba bien, y continuó su camino.
Había dos ciclistas en la chimenea y me senté un rato junto a ellos para
recuperar temperatura. Un acuarios, un zumo y algún dulce. “Quédate por aquí”,
“no puedo tengo que llegar a O’Cebreiro”, “La tormenta seguirá”, “y yo
también”. La señora del establecimiento meneaba su cabeza sin llegar a
entenderlo. “Mira, ha dejado de nevar y no hace tanto viento, aprovecha y que
tengas buen camino”. Interminables los kilómetros hasta arriba. Volvió la nieve
y el viento. Este último ya me meneaba de un lado a otro a su gusto. Llegué
arriba y se acabó todo. Cerca de cuatro horas desde Las Herrerías. Un grupo de
niños jugaban con la nieve haciendo figuras. Pensé la impresión que podía
causar. El albergue estaba anegado de nieve.
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O Cebreiro |
Intenté abrir la puerta de abajo y
no podía. Un peregrino forzó la puerta desde dentro viendo el estado en que
venía. Cuando fui a sellar, la hospitalera me riñe por haber entrado por abajo
en vez de utilizar la puerta de arriba. Le dije que las cuestas, por hoy las
había subido todas. José Manuel no estaba en el albergue. Todas las camas de
abajo estaban ocupadas. Las dichosas fundas no conseguía ponerlas en el
colchón. Pedro, un profesor de informática de Valencia, me miraba con asombro.
Momentos después, me comentaba: “Lo que no entendía, era que viéndote como
venías insistieras en ponerla la mierda de fundita al colchón”. Él había subido
una hora antes y el termómetro de su bici marcaba ocho grados bajo cero (Me
hubiera gustado haberle visto en Valencia). En ese momento apareció mi amigo. Traía
la cara blanca. “Willi, te he estado llamando al móvil”. Ni me acorde del
aparatito. “Quillo Negro, que mal lo he pasado, por poco me muero”. Sufrimiento
compartido con mi amigo JOSE MANUEL, que vale su peso en oro. A partir de aquí
fue otro el Camino. ¿Verdad Negro?
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Colen, Pedro, José Manuel y yo en lo mejor del día |
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