Elogio del Horizonte de Eduardo Chichida. Cuando no se encuentra salida alguna, siempre hay algo más allá de la línea del horizónte. |
Mar, de
familia humilde, era la sencillez personificada. Educada con unos valores que
sabiamente sus padres supieron inculcar y donde el respeto, la humildad y hacer
el bien sobresalían por encima de todos. Todavía recordaba aquel primer día de
colegio. El centro estaba ubicado en una barriada de clase media tirando a alta
y algo distinto veía en un número importante de sus compañeros y compañeras de
curso. Su timidez y algo de falta de entereza, hacían que le costara hacer
amistad en aquella jungla en la que tenía que convivir cada mañana.
Disciplinada con los estudios y con unos resultados impecables, veía como sus
relaciones sociales tomaban un camino totalmente contrario a su éxito como
estudiante. Sola en los ratitos de recreo, pasaba el tiempo paseando y deseando
que sonara el timbre que señalaba la vuelta a las aulas, mientras a su
alrededor se formaban corrillos con miradas y risas que le hacían bajar la
cabeza y sentir apretado su corazón. En casa, sus padres notaban que aquella
alegría de Mar se desvanecía, mientras que ella los tranquilizaba sin darle
importancia, en las cada vez menos conversaciones que con ellos tenía. Noe era
su valle de lágrimas, que no sabía cómo reaccionar o aconsejar ese sufrimiento
con el que veía a su casi hermana.
Miguel Ángel era
un chico con el que compartió curso un par de años. Tenía un don natural de
gentes y una soltura y un desparpajo que atraía a todos los que tenían relación
con él. Siempre se portó bien con Mar y le gustaba hablar con ella, por ver
algo distinto que no veía en el resto de su misma clase. Ella sentía algo
especial cada vez que se acercaba sonriente con ganas de charla. Despertaba un
sentimiento que nunca antes tuvo y que le hacía feliz. Hacía lo posible por encontrarse
con él para tener esos minutos de conversación, aunque no siempre era posible.
Sería por el
mes de mayo, terminando ya aquel tercer año de curso. Miguel Ángel estaba bajo
aquella morera que tan buena sombra y frescor daba los días de calor. Desde lejos
Mar quiso acercarse a él, cuando una chica se le adelantó, besó a Miguel Ángel en
los labios y partieron corriendo cogidos de las manos. Paralizada, sintió un
pinchazo en el corazón, sus ojos se encharcaron de lágrimas y sentía una
presión en su cabeza que parecía que estallaría en cualquier momento. De vuelta
a casa, en la soledad del caminar, cree darse cuenta que todo es mentira. Su
educación fue equivocada, su forma de ver a las personas errónea, el
significado y futuro de su vida un sinsentido. Sin decir nada entró en su
habitación, era el único lugar donde se sentía abrigada y con consuelo, aunque
con el paso del tiempo se convirtió en su cárcel.
Ha pasado un
tiempo, en casa de Noe preparan los últimos exámenes del curso. Enfadada y tras
discutir, se levanta y va a buscar la antigua cámara de fotos polaroid de su
padre para fotografiar a Mar. Explota entre lágrimas recriminando al estado que
ha llegado queriendo buscar una imagen que guste artificialmente a los demás.
Le habla de sus padres destrozados, buscando soluciones cada día para hacer
volver a su niña, aquella que conocieron años atrás. Le pide casi rogando que
piense, que está equivocada, que debería de dejar a un lado al castigo al que
sometía a su cuerpo y a su mente, que la acabaría matando. Después de un rato
abrazadas y en silencio, fueron a un espejo y se miraron. Mar pareció
comprender y se quedaría con la foto para devolvérsela cuando volviese a ser la
misma.
Comenzar el
bachiller trajo para las dos amigas nuevo centro escolar. Irían juntas, lo que
aliviaría a Mar de ese primer encuentro con los que compartiría los dos
próximos años. Aquel día llegó contenta a casa. Bajo el asombro de sus padres,
contaba lo variopinto de los compañeros con los que compartía aula. Ellos
escuchaban atentos los comentarios de su hija, boquiabiertos, sin pestañear,
agarrados de las manos y apretándolas como si un milagro les devolviera a su
niña de siempre. Una nueva amiga entraba en ese círculo tan cerrado. Gustaba
que la llamaran Chari Ma, aunque creo que nunca llegaron a saber el significado
de ese segundo nombre. Dicharachera y charlatana, encontró en Noe y Mar las
perfectas oyentes a todo lo que siempre estaba dispuesta a contar. Se atrevió
hasta poner nombre a ese trío, pasando a denominarse “Las Lobas”, por el afán
que imprimía la nueva amiga de intentar comerse el mundo entre las tres. Ahora
eran ellas las que llamaban la atención y los corrillos y comentarios que se
formaban a su alrededor eran siempre de admiración o algo de envidia.
Esteban no
perdía oportunidad cada vez que se encontraba con Mar, buscando cualquier excusa
para acercarse. Ella siempre se mostraba recelosa y mostraba continua
indiferencia hacia el muchacho. Ese miedo a lo sufrido años atrás le hacía
retroceder rápidamente rechazando cualquier tipo de encuentro con él.
Continuaba bastante delgada y no quería echar a perder todo aquel esfuerzo que
hacía por recuperarse. Los comportamientos negativos y los rechaces parecían
servir de estimulo a Esteban para volver a la carga cada vez más a menudo. Fueron
Noe y Chari Ma las que le pegaron el empujón necesario, para que diera una
oportunidad al insistente “Romeo”.
Aquella tarde
de mayo, al salir de clase, Mar paró a Esteban cerca de aquella morera que tan
buena sombra y frescor daba en los día de más calor. El muchacho sorprendido no
pudo más que dejarse llevar. Ella, con el torso de sus dedos acarició su cara,
se acercó y lo besó. Cogidos de las manos volvieron a casa.
Noe entró con
muchas prisas, ya arreglada para ayudar a vestirse a Mar. Ésta, levanto la cara
y miró a su amiga desde aquella esquina de la cama donde estaba sentada.
Devolvió aquella foto que hacía bastantes años le hizo y que todas las noches
miraba desde entonces antes de acostarse. Noe la hizo trizas en un momento y
las hizo desaparecer echándolas a volar por la ventana. Alegría a desbordar y
lágrimas contenidas hasta que irrumpió Chari Ma en la habitación. Poniendo
orden empezó a dirigir para que la espera de los invitados en el ayuntamiento
fuera la menor posible. Manolo, el inseparable hermano de Esteban, esperaba
abajo con el coche mirando al cielo, mientras limpiaba el techo de unos
papelillos que vinieron volando de no se sabe dónde.
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