Como tenía por costumbre, Ella se
lavaba la cara y se medio acicalaba el pelo antes que amaneciera. El albergue
de A Gudiña parecía más sombrío que nunca, la noche era muy cerrada y, al
parecer, algún problema habría con aquella farola que siempre dejaba entrar algo
de luz a través de una de las ventanas y que esa noche no hizo. Con el móvil a
modo de candil, Ella empezó a bajar la escalera todavía soñolienta y tambaleante
y enfocaba a la puerta tratando de buscar la llave que alumbrara el comedor.
En la cocina, con su lámpara frontal sobre la mesa, Él terminaba de fregar la
taza de café que se acababa de tomar y observaba a la chica como se terminaba
de ajustar su mochila y buscaba su bordón para salir a caminar. Deseos de buen camino
de una sonriente Ella y de un aparente cabizbajo Él.
A Venda da Capela |
Al llegar a aquel grupo de casas
medio abandonadas donde el camino parece bifurcarse, Ella optó por el
carreterín que bordea Espiño y Él por la única calle que la atraviesa. Caminando
en paralelo, Ella lo miraba a media distancia transformando la sonrisa en pequeña
risa y Él con mirada fija al frente, con media mueca y sintiéndose observado, se
mostraba indiferente pero con un pellizco placentero por esa actitud de Ella
con su persona.
Paso a paso iban cayendo kilómetros
para estos peregrinos, hasta el momento de llegar al embalse As Portas. Ellos y
el despejado cielo que ese amanecer brindaba, eran testigos del despertar de
aquellas verdes laderas y el contraste con el azul del agua estancada del río Camba.
Alguna neblina mañanera se transformaba en nube y casi se dejaba caer sobre el
agua, rozándola, para no abandonar ese paraíso inigualable en el que estaba, formando
parte de ese cuadro natural único en tierras ourensanas. Ella cambia su sonrisa
por cara de asombro y con su vieja Nikon no paraba de hacer fotos queriendo
guardar de forma digital todo aquello que le rodeaba. Él se sentía afortunado y
único en el mundo ante aquel espectáculo natural que el Camino le daba la
oportunidad de contemplar. El paisaje hizo inevitable las primeras
conversaciones entre aquellos espectadores de ese mágico trozo de mundo.
Embalse As Portas |
Cementerio de Luarca |
Así continuaron su caminar esta
vez mucho más despacio, como si no quisieran llegar al final de aquella etapa y
disfrutando de la compañía que uno le daba al otro en ese escenario inigualable.
Al dejar la carretera y coger el camino que lleva a Campobecerros, Ella se
acordó de una leyenda de la que alguna que otra vez oyó hablar. Se trataba de
un Gigante que moraba cerca de donde estaban. Era distinto dependiendo de la
persona que contara la historia, ya fuera del lugar o peregrino, aunque nunca
llegaron a concretar si lo vieron con claridad o simplemente fueron
alucinaciones. Algunos de ellos no hablaba de gigante sino de un lobo, de los
que tanto abundan por esta sierra, pero de tamaño sin igual que siempre rondaba
las cercanías del pueblo.
Las campanas de la iglesia de la
Asunción de Campobecerros daban las once de la mañana y nuestra pareja la
tenían a la vista en la lejanía. Abandonaban la Serra Seca y se les abría la
puerta del Parque Natural O Invernadeiro. Al unísono se miraron y se cogieron
de la mano fuertemente, para ayudarse en la tremenda y vertiginosa bajada que
los separaban del pueblo. Bajaban y pisaban de lado despacio, asegurando cada
paso, y las lascas de pizarra caían por la pendiente por lo mal asentado del
terreno. Todavía no habían empezado a sudarles las manos cuando de pronto
sintieron como un desprendimiento de pequeñas pero multitudinarias piedras caían
de arriba y a gran velocidad, lo que les hizo parar y acurrucarse uno junto al
otro. Una especie de sombra hizo parecer que tenían a algo sobre sus espaldas
de gran tamaño. Al volverse Ella un fuerte golpe de aire la tiró y la soltó de
la mano de Él. Tras rodar unos metros trató de buscar a su compañero pero la
tierra la cegó pudiendo ver tan sólo, entre parpadeos, como algo descomunal se
alejaba cuesta arriba con gran destreza a pesar de la pendiente. Rápidamente buscó
a tientas en su mochila su botella de agua para aliviar sus ojos. Fue entonces
cuando se vio sola, con unas cuantas lascas de pizarra cayendo todavía de la
cima de aquella ladera, con un viento que cesó de repente y con su cuerpo a dos
pasos de la carretera que daba la bienvenida al pueblo de Campobecerros.
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