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El menda en la plaza de López Allué |
Resultó fácil llegar del aparcamiento
del campus de la Universidad a la plaza de López Allué, gracias a toda la
información que un buen amigo me envió a Sevilla de las manos de la oficina de
turismo. A nuestro paso, el coso taurino nos daba sombra y sus puertas de
entrada eran testigo mudo de la ilusión con la que iniciábamos la visita. Una
vez en la plaza, en la oficina de turismo, dar las gracias por el envío y la
sorpresa de un regalo en modo de pañuelo verde como recuerdo de las pasadas fiestas
de San Lorenzo. Estábamos en Huesca.
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Plaza de López Allué |
Coqueta, colorida y llena de
vida, podíamos definir aquella peatonal plaza de López Allué, que en su día fue
mercado de abastos y que hoy en día continúa siendo centro neurálgico de la
ciudad. En uno de sus rincones, entrar a comprar algo en la tienda de
ultramarinos “La Confianza”. Puede que una de las tiendas más antiguas de
España, manteniendo en perfecto estado grabados en su techo de finales del XIX.
No podíamos empezar mejor esta visita.
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Monasterio de San Pedro el Viejo |
A un paso, y saliendo de la
plaza, el monasterio de San Pedro el Viejo. Se viene a la vista ese mal de la
piedra que aqueja el edificio en algunas de sus partes. Dentro visitamos la iglesia,
con numerosos grabados medievales en sus paredes y un precioso claustro cuyos arcos nos trae a la mente aquellos de San Juan de la Peña. En la cripta, enterrados reyes aragoneses,
donde se hace notar el del rey más querido y nombrado por estas tierras, Ramiro
II el Monje.
Tocaba ahora callejear y, con ese
instinto que se adquiere caminando a Santiago, descubrir esas señales que nos
hacen saber que por allí discurre el Camino. Ese que de tierras catalanas une
Montserrat con San Juan de la Peña y del que tanto hablaba y promocionaba un
viejo y querido peregrino oscense con la asociación de Huesca.
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Santiagos en hornacinas en la pared y señales por las aceras de la ciudad de Huesca |
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Ayuntamiento de Huesca |
En nada estábamos en la plaza de
la Catedral. A uno de sus lados el ayuntamiento, con dos gigantes como custodiando,
una vez dentro del edificio. Ya nos advirtieron que existía visita guiada a la
que nos adherimos. En el salón de plenos, la explicación de un cuadro que era
leyenda viva de la ciudad de Huesca y de Ramiro el Monje en particular, la
Campana de Huesca. Y es que este rey se sentía ninguneado por bastantes nobles
de su corte. Para poner solución, los mandó llamar a todos sin excepción, con
el pretexto de enseñarles una campana que se escucharía en todo el reino. En
dicha audiencia fueron entrando de uno en uno y, al agachar la cabeza cuando
bajaban los escalones, les fue cortando el cuello. Doce de ellos fueron los
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Portada de la Catedral de Huesca |
ajusticiados, colocando las cabezas en un círculo, dejando para el centro,
colgado de una cuerda a modo de badajo, la del obispo de Huesca, como uno de
los principales instigadores de todo aquello. Luego dejó entrar al resto para
hacerles ver sus pareceres según qué cosas.
Justo en frente del Ayuntamiento
está la Catedral de la Transfiguración del Señor, que junto con museo diocesano
bien merecen una visita. En el exterior, jugar con la familia a encontrar al apóstol
Santiago en su preciosa portada.
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Parque Miguel Servet |
Continuamos saliendo de ese casco
antiguo para ver la iglesia de San Vicente el Real, conformándonos con su
fachada, y dar un paseo por el magnífico parque de Miguel Servet. Adorable
recinto con pajaritas de papel a modo de escultura y la casa de Blancanieves a
modo de biblioteca para niños. Desde allí, ya media mañana, era buen momento
para acercarse a la iglesia de Santiago. Tenía conocimiento que el albergue de
peregrinos estaba por allí y quise conseguir dos credenciales selladas por
ellos para mi futuro camino aragonés. Nos conformamos con la visita a la
iglesia ya que por error no estaba allí el albergue, por lo que nos tocó
continuar nuestra recorrido dejando atrás ese deseo.
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Iglesia de Santa María |
Como punto y final, acercarnos al
Convento de las Miguelas, rodear por fuera la alta muralla que en su día
protegía a los oscenses en las contiendas, para acabar en la preciosa y bien
cuidada iglesia de Santa María, donde justo teníamos aparcado el coche que nos
llevaría de vuelta a casa.
Fue mi deseo, el encuentro con
una persona que indirectamente he nombrado en un par de ocasiones en este post.
Julio Aznar se encontraba de vacaciones en Segovia y fue una pena no haber
conocido esta ciudad de su mano. Tuvo que ser unos meses después cuando, a la
vuelta del camino aragonés, lo conociera en persona en aquella misma ciudad que
hoy os describo. Va por él, va por ti, Julio.
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