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Soportales en la Plaza de la Colegiata de Pravia |
Las aguas del Nalón nos invitaron
a que comenzáramos en Pravia esta ruta por tierras asturianas. Muy cerquita del
Parque de la Colegiata
dejamos aparcado el coche y la vieja hilandera, dueña y señora de todo aquel
lugar, nos invitaba a que camináramos por aquellas calles y que empezáramos la
visita en Santa María la Mayor,
la Colegiata. En
una prolongación de la plaza, unos soportales llamaban la atención por su
belleza. Según me contaron, eran los que daban paso a los dormitorios de
sacerdotes de aquel santo lugar. A unos metros, dos caños con forma de leones daban vida a una fuente que, en tiempos, sería sitio de reunión y tertulia de los
que iban en busca de agua para sus casas. Apartándonos un poco, subiendo por la
calle de las Fuentes, llegamos a la
Capilla de la
Virgen del Valle. Muy modesta, como queriéndose esconder y
cobijada entre construcciones modernas de aquella localidad. Pero la verdadera
joya por descubrir, de este arranque de jornada, la teníamos en Santianes, dentro
del mismo concejo de Pravia. Su iglesia de San Juan se encuentra perfectamente
restaurada, es ejemplo del prerrománico asturiano y fue construida estando la corte Astur situada en Pravia.
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Iglesia de San Juan en Santianes de Pravia |
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Palacio de los Selgas |
Me aventuro hacia el norte por la AS-224. Estrecha y con curvas
pronunciadas, para disfrutar del conducir sin prisas. Y verde, mucho verde.
Todo rodeado de esa naturaleza que tan poco lugares da como lo hace Asturias.
Corto se nos hizo y antes de darnos cuenta una edificación invitaba a dejar el
coche en el arcén. Mucho atraían los colores de aquel jardín, el del Palacio de
los Selgas, en el pueblo de El Pito. No teníamos cita concertada con lo que nos
conformamos con su exterior, dejando para otra ocasión la maravillosa colección
de obras de arte y tapices de la Fundación
Selgas-Fagalde.
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Cudillero |
Y a dos pasos estaba Cudillero,
con sus calles estrechas y en pendiente que hacían complicada la conducción.
Para aparcar, tuve la suerte de encontrar sitio en el mismo muelle, ventajas
del mes de septiembre. Imponen aquellas casas como apiladas en la montaña
queriendo todas asomarse al mar, formando un círculo alrededor tuya. Te hacía
sentir en medio de un escenario teniendo como público fachadas de colores y por
aplausos el graznar de las gaviotas esperando la llegada de algún pesquero. Paseo
por el pueblo, teniendo la reconstruida iglesia de San Pedro como punto fuerte.
A la vuelta, y después de un refrigerio, dejarte llevar por los olores de los
restaurantes del puerto. Te hacen caer en la tentación, reconozco que yo caí,
de una buena cazuela de fabes con almejas, reconozco que me las comí. Y para
reposarlas, nada mejor que un paseo tranquilo hasta el faro del pueblo, donde
se empieza a ver lo escarpado de su costa.
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Cabo Vidio y cabo Busto |
Sólo quedaba llegar a Luarca por
la costa. En el camino parar en dos lugares de ensueño. El primero, el cabo
Vidio, al que llegas por una carretera estrecha pero en línea recta. Vía de ida
y vuelta, al adentrarte hasta el faro allí colocado con agua tanto a un lado
como al otro de las ventanillas del coche. Aparcas y rodeas las instalaciones
de aquel testigo gigante para barcos y abres los ojos de par en par, sin
pestañear, recibiendo la grandeza del encuentro del mar y la tierra en ese
punto. El segundo, el cabo Busto, al que llegas atravesando el pueblo y
sorteando parcelas de terreno. Desde su borde más septentrional, se aprecia esa
mole de roca que parece proteger la costa contra el continuo golpear del
Cantábrico sobre sus paredes.
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Luarca |
Y llegamos a la localidad de
Luarca, cruzada por el río Negro. Recuerdo su iglesia de Santa Eulalia rodeada
de coches, su ayuntamiento frente a una gran plaza y de aspecto muy señorial,
un puerto lleno de barcos que daban color al blanco de las casas y un puente
con la historia más romántica que jamás se repitió por aquellos lugares.
Corrían tiempos en que la costa estaba asediada por piratas moros. El más
temido por su destreza e inteligencia era Cambaral. La agudeza del Señor de
Luarca hizo que se capturara al pirata en sus aguas, al tener camuflados a sus
guerreros como si de humildes pescadores se tratara. Cambaral fue preso y no se
le curaron ni las heridas. La hija de aquel Señor se apiadó de él y fue a
atenderlo. El amor surgió, un amor que nunca habían sentido ninguno de los dos.
Decidieron escapar y vivir libres, pero el Señor de Luarca estaba al tanto y no
lo consintió, los esperó en el puerto. Fue en este puente donde viéndose
acorralados sellaron su profundo amor con un beso. La rabia e impotencia del
Señor de Luarca hizo que con su espada cortara las cabezas de los enamorados en ese momento y de
una sola vez, poniendo fin a su historia de amor.
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Casita en el muelle, Puente del Beso y Ayuntamiento (Luarca, Asturias) |
Ahora, uno de sus barrios más pintorescos lleva el nombre de
Cambaral, uno de sus puentes es llamado "el Puente del Beso" y una frase que perdurará siempre será "El amor que nace a oscuras, oscuro muere".
Nuestro fin de jornada fue aquí,
en Luarca, en ese lugar que tenemos todos para recordar a los que en su día nos
dejaron y donde, probablemente, todos iremos a parar. Su cementerio está arriba
del todo, en el risco más alto, dando al mar y en el lugar donde estaba aquella
atalaya en el que estuvo preso Cambaral. Buen sitio para descansar. Buen
lugar para volver.
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Cementerio de Luarca |
Que bonito!! y que final tan romántico. Luarca lo había mirado para hacer el Camino del Norte. La verdad es que Asturias es precioso.
ResponderEliminar¡Precioso relato!!
ResponderEliminarGracias de nuevo, Pilar
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