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Cruceiro en Agualada |
Lluvioso amaneció el día en Sigüeiro
después de una noche ruidosa en aquella pensión del pueblo. Además llovía, y
aquella pastelería-cafetería que teníamos localizada para el desayuno de
nuestro despertar, estaba cerrada. Con lo que nos conformamos con una tostada y
un croissant de nuestro bar de la noche anterior. Tras pasar el puente que daba
paso a la salida de la localidad, las únicas casas con cierto grado de
antigüedad, comparadas con los edificios de antes de llegar el mencionado
puente. Tomamos con mucha tranquilidad esta llegada de dieciocho kilómetros,
para unos, y dieciséis para otros. Un paseo que mezclaba la lluvia con el sol y
que nos acercaría a Compostela.
Al comienzo dos cosas nos sorprendieron
bastante. Por un lado, una zona llena de mimosas. Era increíble el colorido de
aquel bosque amarillo y verde, que don Tripodio no pudo guardar para la
posteridad, dado que el día estaba muy oscuro todavía, a pesar de haber
amanecido. Por otro lado, los charcos de agua de lluvia de estos días, en los
que se veían unos surcos parecidos a aceite, pero de un color anaranjado, y que
nos hacia preguntábamos, si serian producto de la polución de aquel lugar
rodeado de polígonos industriales. Aquella zona, de grandes parcelas, nos hizo
zigzaguear por tramos rectos durante unos kilómetros.
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Camino a Santiago de Compostela |
A pesar de caminar por algún tiempo
acompañando a la autovía o por el arcén de la carretera nacional, llego un
momento que nos desvía hacia lo que sería nuestro último camino de tierra y que
cruzaba todo un bosque en el que el musgo y la yedra, se apoderaban de los
troncos de los árboles que daban una belleza especial a este último tramo.
Después volver a la autopista y llegar al polígono industrial de Tambre. Una
vez allí, la carretera que nos llevaría a los pies de Santiago en la plaza de
Obradoiro.
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Por fin las torres de la catedral |
Ya en Santiago, pasar por una pastelería
cercana a la plaza, y ver en su escaparate las palmeras de chocolate más
suculentas y hermosas que vio nuestros ojos nunca. O sería el hambre que
llevábamos. Nuestra entrada triunfal en
Obradoiro, con bastón en una mano y palmera en el otro. Al fondo, nuestro
italiano particular Mario, sentado en uno de los arcos de la plaza contemplando
la catedral. Carreras y abrazos, con el de la eterna sonrisa, y quedar para
vernos a una hora concreta. Lo primero nuestra visita al Santo. Mientras yo fui
a abrazarlo, Pedro bajo a contarle sus cosas, donde reposan sus restos. Por la
noche, cena en el hostal de los Reyes Católicos, al que solo acudimos cuatro
esa noche, de los diez a los que tiene la gentileza de invitar tan magno establecimiento
cada día. Al caer definitivamente la noche, calles desiertas y locales
cerrados. Nunca vi Platerías o la rua Franco desiertas a las once de la noche.
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Cenando en el Hostal de los Reyes Católicos |
A la mañana siguiente nuestra despedida.
Yo volvía a Sevilla desde Coruña y Pedro seguía su camino particular en busca
del cura Blas, en Fuenterroble de Salvatierra. No sé, a día de hoy, si se
cumplió lo que fui buscando en este Camino de los Ingleses. Pero os puedo
asegurar que disfrute teniendo bajo mis pies a nuestro Camino y a mi lado a un
buen peregrino como compañero. Pedro, recuerda que para el siguiente que
lleguemos a Santiago tienes que apadrinarme para hacerme cofrade de la
archicofradía. Hasta el próximo Camino. ¿Cuándo?. Ya mismo.
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