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Saliendo de Mérida |
Fresca se levantó aquella mañana
de junio a la salida del albergue de Mérida, suponemos que por el gran
chaparrón caído el día antes que nos hizo llegar chorreando a nuestra morada de
aquella noche. Nos despedimos de nuestro hospitalero dándole muchos recuerdos
para Molina, el canario que tenía en el albergue y que nos acompañó, en la
tarde del día anterior, en nuestras charlas mientras se secaba la ropa.
Caminábamos sin haber amanecido aún, al esperar que fuera día de calor, y
Alcuescar estaba a unos 36 kilómetros. Nuestro primer deseo era encontrar algún
bar para calentarnos el cuerpo con un buen Colacao y algo de comer. Fue pasar
el arroyo Albarregas, con su magnífico acueducto, y continuar saliendo de la
ciudad, entre casas primero y almacenes después. Nada abierto, con lo que
arrancamos en ayunas.
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Cruz a la salida de Mérida |
Caminamos por la carretera un
buen rato. Lo que mas me atrajo de esta parte se encontraba en las fincas que
lindaban con el asfalto. No he visto más conejos en mi vida. Estaba todo lleno,
cientos de ellos por todas partes. Mi sabio compañero y buen amigo Helenio, me
indicaba que los romanos llamaron Hispania a nuestra tierra que significaba
“Tierras de conejos”. No me extraña que alguna legión pasara por aquí y que
fuera uno de ellos al que le tocara bautizar. Tras la correspondiente foto en
un crucero al lado de la carretera, que nos indicaba que ese era el camino a
seguir, llegar al embalse de Proserpina y rodearlo. Una verdadera maravilla
de la época romana.
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Embalse de Proserpina |
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Matando el hambre |
Se dice de él que se trata del embalse artificial de la época
romana más grande del mundo. Estaba totalmente desierto, con lo que nuestras
esperanzas de desayunar se vieron truncadas al estar todos los bares cerrados por
no ser temporada de baño todavía. Tuvimos que dar cuenta de unas manzanas que
llevábamos para por la tarde antes de tiempo. A la llegada a Carrascalejos ya
estábamos agotados, lo que es el no comer, y nuestra llegada a Aljucén fue
nuestra salvación. Tan sólo habíamos caminado 16 kilómetros y parecían 40. Una
especie de quiosco en el pueblo nos reanimó con unas tostadas con jamón, unos
acuarios y dos grandes vasos de Colacao bien calentitos.
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Aljucén |
Nos sentamos fuera y
la comida hizo rápido su efecto devolviéndonos las fuerzas que necesitábamos. Ni
Popeye con las espinacas. En los siguientes 20 kilómetros no encontraríamos
nada, con lo que tuvimos que buscar algo en el pueblo para comer por el camino.
Encontramos una puerta abierta frente a la iglesia y entramos. Se trataba del
colegio que, al estar de elecciones, era lo único que había abierto aquel domingo.
Los pobres y aburridos señores de la mesa electoral nos invitaron a charlar un
rato. Tuvimos que despedirnos de ellos porque todavía quedaba trecho, pero nos
indicaron que a la salida del pueblo, antes de entrar en la pista que nos
llevaba a Aljucén, encontraríamos una gasolinera abierta donde comprar algo.
Así fue y, repuesto con el buen desayuno y con la compra para después,
enfilamos nuestro caminar hasta Alcuescar.
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Entre Aljucén y Alcuescar |
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Cerca de Alcuescar |
Entramos en el Parque Natural de
Sierra Bermeja, el calor empezaba a apretar y veíamos que teníamos que respetar
el descanso cada dos horas para no llegar mal. Todo estaba arbolado, los
típicos cubos de granito extremeños, bastante abundantes, nos permitía seguir
con buen y correcto rumbo. En todo
nuestro caminar, tan sólo unos peregrinos en bici nos adelantaron y fue por
este lugar. Llegamos al límite entre Badajoz y Cáceres siempre subiendo, aunque
con leve pendiente. Creo que fue a partir de ahí donde desaparecieron los
árboles y el sol empezaba a apretar. Duro terreno que nos desesperó un poco,
porque además la pista tenía mucha piedra suelta. Buena parada en la Cruz de San Juan donde, a la
sombra dimos cuenta de nuestras provisiones y donde agotamos casi todo el agua.
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Sello de Alcuescar |
A partir de ahí, la llegada a
Alcuescar fue rápida, entre parcelas que te hacía zigzaguear en todo momento
hasta salir a la carretera que te lleva al albergue. Que trabajito nos costó
subir hasta la primera planta. Tan grandiosa etapa tenía que tener grandioso
final, al coincidir allí con unos hospitaleros voluntarios y peregrinos ilustres.
Nekane y José Mari nos recibieron de maravilla. Recuerdo que estábamos
sedientos y sacaron un búcaro del frigorífico que casi nos ventilamos. Buena
tarde de charla con ellos y sus aventuras camineras. El recuerdo plasmado en un
sello y una rúbrica con sus nombres.
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Alcuescar |
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