Nuestro último amanecer |
Dormimos relajados aquella
madrugada del día de vuelta. No sé si por lo agotado de los 36 kilómetros del
día anterior, por los buenos gin-tonics que nos prepararon en el bar Piñeres, por
aquellos colchones dejados caer sobre la madera de aquel “soberao” o por ser los
únicos que dormíamos en aquella pseudo-cabaña del albergue de La Llosa de Cosme.
A decir verdad, siempre se siente bastante relajo sabiendo que cumplimos con
las jornadas previstas sin problemas. Después de bastantes años caminando, creo
que es el primero en el que no tuvimos lesiones, ampollas, perdidas de algo o
ese largo etcétera de situaciones que siempre se dan y que esta vez parecían
pasar de largo.