Cuando el hijo fue a despertar a su
padre, aquella farola que daba claridad a la habitación le hacía ver que ya
estaba con los ojos abiertos. Inmóvil, como esperando el momento, Padre
esperaba cada mañana el momento en que Hijo se acercara, le tocara la cara y la
colmara de besos para despertarlo. Era muy temprano, todos dormían en el
albergue de A Gudiña, pero Hijo sabía que tenían que madrugar por lo despacio
que caminaba junto a Padre. Ya en el comedor, Padre esperaba paciente a que
Hijo preparara ese primer desayuno, que daría las fuerzas para arrancar la
jornada. Al terminar, darle esos 10 miligramos de memantina que ayudaba a Padre
a mantener lo máximo posible en su entendimiento, en recordar quien era y
quienes le querían. Con un cielo estrellado y sin que se notase sus ausencias,
partieron Hijo y Padre en un nuevo caminar a Santiago, ya por tierras gallegas.
Sant Feliu en Rocabruna |
Torrent dels Trulls en Beget |
Después de varias paradas, la
última comiendo algo de fruta que Hijo portaba en su mochila, entraron en un
terreno de subidas y bajadas donde Padre hacía uso de su bordón como si nunca
hubiera olvidado cómo usarlo. Hijo se sorprendía de cómo no llegaba a recordar
lo que había hecho minutos antes, el día anterior e incluso por momentos quien
era, pero como se ajustaba su mochila y aprovechaba su bordón en subidas y
bajadas como maestro de caminantes.
Santiago en Campobecerros. |
El parentesco entre ambos parecía
haberse cambiado, al asir fuertemente la mano de su hijo, como sintiéndose
amparado y seguro al cogerla y seguir con ella prendida al caminar. Fue el
momento en que se encontraron a sus pies esa impresionante bajada que daría fin
a la caminata del día. Las campanas de la iglesia de la Asunción de Campobecerros
daban las once de la mañana. El hijo se alegraba de llegar a ese punto en el
momento justo, por el nerviosismo que reflejaba su padre después de la caída.
Trataba de buscar la mejor zona
para bajar sin resbalar, mientras Padre agarraba fuerte a su hijo con una mano
y apoyaba lo mejor que podía su malogrado bordón sobre aquella pizarra
resbaladiza. Un fuerte olor a humedad pareció rodearles, aunque en un principio
no se percataron de ello por lo pendientes que estaban con la bajada. Se
escucharon tronchar de ramas más arriba, mientras a las piedras que caían de lo
alto se unió una fuerte ventolera que causó un gran polverío. Hijo tuvo que
detener la marcha para buscar su origen pero no se veía apenas nada. Padre se
frota los ojos y pierde por un momento el contacto con su hijo. Angustiado lo
busca, no hallando rastro de él y viéndose golpeado por una de esas rachas de
viento que lo hace caer y rodar unos metros. Al sentarse sobre el suelo, con la
cabeza baja y sangrando por una de sus cejas, se ve solo y sin nadie y nada a
su alrededor. Pasó bastantes minutos de esa forma, totalmente desamparado e
inmóvil. Todo estaba en calma y por un instante de sus labios nacía sólo una
palabra: “Hijo”.
Dedicado a mi añorada suegra,
Carmen Vega, y a esa lucha constante que mantiene contra el alzheimer que
padece.
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