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Empezando a bajar desde el Calatraveño |
Nos dejamos ir en el despertar de
aquella fría mañana. Esperamos con un buen desayuno a que rompiera el amanecer
para evitar ese frío que provoca la salida del astro rey. A pesar de que la
baja temperatura calaba, un pequeño repecho se encargó de mitigar un poco la
sensación de frío que parecía querer adueñarse de nosotros. Fue allí, en aquel
cruce que desviaba al Puerto del Calatraveño, donde eche la vista a un lado. Posiblemente,
quise imaginar los pasos del Marqués de Santillana cuando, partiendo de allí
camino de Santa María, se encontrara en un verde prado de rosas y flores a la
moza más hermosa: La vaquera de la Finojosa, según me contaba mi amigo Armand
de la boca del poeta de Carrión de los Condes. Así afrontábamos la gélida mañana
camino de Alcaracejos.
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Camino del Cuzna |
Fue el momento de empezar a bajar y ya nos
advirtieron de hacerlo con cuidado. Comenzaba el barranco de la Calera que se
dejaba adornar con bastante piedra suelta, al que se le unía lo resbaladizo del
rocío congelado durante la noche. La sombra dada al camino por matas de jara y
pequeñas encinas a los dos lados, hacía que aquellas piedras no perdieran el
envoltorio de hielo que las cubría. Nada que no cure la paciencia de caminar
sin prisas y sabiendo dónde vas poniendo los pies. La recompensa estaba por
llegar, ya se presentía que la llanura del Valle de los Pedroches estaba por
llegar.
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Casa de ensueño |
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Río Cuzna |
Buen tramo el que teníamos ahora.
Se empieza a perder lo abrupto del terreno, las fincas son cada vez más
numerosas y quedaba poco para llegar a la cota más baja de la etapa. Y fue
precisamente al llegar a la ribera del Cuzna. Para cruzar, la ayuda de unos
pivotes como en el paso del día anterior, sólo que esta vez las lluvias de días
antes llegaron a cubrirlos para ponérselo más difícil si cabe al peregrino que
lo circunda. No hubo que descalzarse sino que buscamos la alternativa. Con la
vista al otro lado vimos que la tierra formaba una especie de dique natural que
nos ayudó a vadearlo. Estábamos a mitad de camino.
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Camino a Alcaracejos |
Ya la subida se hizo más leve y
las fincas empezaban a tener más vida. Cerdos ibéricos en piaras yendo de un
lado a otro, perros guardianes cumpliendo con su labor de ladrar al que se
acercara, apacibles caballos pastando y algún que otro ciervo como mascota. Eran
los animales que se dejaban ver en nuestro suave ascenso, por una pista
agradable al caminar. En nada, parcelas de encinas con vacas suizas a su
sombra, buena tiene que ser la leche que den estos animales nada más que por el
entorno en el que vivían. Y buena fama la que tiene, entre otras cosas, esta
tierra gracias a ella.
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Vacas lecheras de bellota |
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Ermita de San Sebastián |
La pista continúa y cada vez
mejor asentada. Bancos de piedra en mitad de la nada y la llegada al Pozo de la
Benita hace que pisáramos asfalto después de muchos kilómetros sin hacerlo.
Apenas pasaban vehículos por aquella carretera comarcal que nos llevaría rectos
hasta nuestro fin de etapa de hoy, el pueblo de Alcaracejos. Antes de llegar,
la sencilla ermita de San Sebastián, toda encalada y con tejas árabes
protegiéndola, nos invitaba a sentarnos un rato, tomar el último trago de agua
y hacernos relajar con las magnificas vistas de las blancas casas de su pueblo.
Pertrechados de nuestros atuendos, cruzamos el pueblo hasta llegar a su corazón
en la Plaza de los Pedroches. Alcaracejos, cruce de caminos ya en el Valle de los
Pedroches. Lo mejor, un nuevo descubrimiento culinario que no conocía: El pulpo
de los Pedroches. Algún día contaré lo delicioso de este manjar.
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Alcaracejos |
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